¡Dios mío, que casualidad que mi amigo en su viaje a la capital de España, encontrara y se trajera al alto Aragón, un cerdo alado !. Nunca había visto una estatua de hierro de un cerdo; las había visto de hombres ilustres, de nobles caballos y de perros fieles. Es que el cerdo ha sido despreciado, porque cuando un hombre se siente ofendido, a aquel que le ha causado la afrenta, le dice ¡cerdo ! . Pero algo tiene ese animal cuando es motivo de conversación por parte de los hombres, que lo bautizan con numerosos nombres, además de cerdo, como cochino, gulo, marrano, tocino y otros muchos. Algunos lo llaman gulo-gulo, con cariño, como tratando de que sea un animal feliz y tratan de que se acerque a ellos para arrascarle el lomo, la tripa o entre las orejas. Otros lo desprecian, llamándolo marrano, como si fuera un animal que sólo desea ensuciarse, cuando es por cierto un animal que sólo desea lavarse y estar limpio porque no suda y desea tener contacto con el agua. Pero como suelen encerrarlo en las cochiqueras, agrupado y sin agua, el pobre animal no tiene mas solución que encontrarse sucio y maloliente.
Pero cuando lo matan le echan agua caliente por todo su cuerpo y le quitan su cutis y lo dejan limpio como el oro y al tener acceso a una de sus “pizcas” o piezas comestibles, la asan en el hogar y la devoran. En todas las partes del mundo, exceptuando los países habitados por musulmanes, tienen conviviendo con la gente, unos cerdos de los que algunos son blancos y otros rojos y alguno negro y se quieren y los alimentan. Parece que los aman y otros piensan que son los cerdos como huchas, en los que echan los restos de sus comidas para hacer, con el tiempo, un capital de carne, de tortetas, de morcillas, de jamón, con el que se alimentarán durante un largo período de tiempo. Por eso el cerdo de hierro que ha traído mi amigo de Madrid, es una hucha, donde echan los ahorros. Pero además el animal, ya grueso, levanta la cabeza con sus orejas dirigidas hacia delante y bate sus dos alas, encajadas sobre sus espaldas, que hacen de su figura, un luchador por la humanidad, un ídolo que adoran muchos hombres, para asegurarse un porvenir feliz en esta vida. En él se pueden apreciar su jeta o morro, sus ojos, sus orejas, las espaldas, el lomo y debajo el vientre, los jamones, las patas y para terminar luce una cola en espiral, que da ilusión desde los niños a los viejos.
Mahoma prohibió a sus fieles que comieran la carne del cerdo, pero tenía sus motivos, que consistían en evitar el contagio de sus fieles con la triquina espiralis. Ahora yo creo, que siguiendo las normas higiénicas, también podrían los musulmanes comer carne de tan noble animal, creado por el Señor.
Y es que sólo falta contemplar la hucha porcina de mi amigo y soñar con un bocadillo de jamón.
Pero cuando lo matan le echan agua caliente por todo su cuerpo y le quitan su cutis y lo dejan limpio como el oro y al tener acceso a una de sus “pizcas” o piezas comestibles, la asan en el hogar y la devoran. En todas las partes del mundo, exceptuando los países habitados por musulmanes, tienen conviviendo con la gente, unos cerdos de los que algunos son blancos y otros rojos y alguno negro y se quieren y los alimentan. Parece que los aman y otros piensan que son los cerdos como huchas, en los que echan los restos de sus comidas para hacer, con el tiempo, un capital de carne, de tortetas, de morcillas, de jamón, con el que se alimentarán durante un largo período de tiempo. Por eso el cerdo de hierro que ha traído mi amigo de Madrid, es una hucha, donde echan los ahorros. Pero además el animal, ya grueso, levanta la cabeza con sus orejas dirigidas hacia delante y bate sus dos alas, encajadas sobre sus espaldas, que hacen de su figura, un luchador por la humanidad, un ídolo que adoran muchos hombres, para asegurarse un porvenir feliz en esta vida. En él se pueden apreciar su jeta o morro, sus ojos, sus orejas, las espaldas, el lomo y debajo el vientre, los jamones, las patas y para terminar luce una cola en espiral, que da ilusión desde los niños a los viejos.
Mahoma prohibió a sus fieles que comieran la carne del cerdo, pero tenía sus motivos, que consistían en evitar el contagio de sus fieles con la triquina espiralis. Ahora yo creo, que siguiendo las normas higiénicas, también podrían los musulmanes comer carne de tan noble animal, creado por el Señor.
Y es que sólo falta contemplar la hucha porcina de mi amigo y soñar con un bocadillo de jamón.
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