A Torres de Montes, se puede ir por carretera desde Huesca, por Alcalá del Obispo o por Siétamo. Las carreteras han matado al camino que desde Siétamo, cruzando el río Guatizalema, bajaba hasta Torres de Montes. En cambio el camino que lo unía con Angüés, se ha transformado en una carretera, por la que cada día, van los niños a la Escuela. Con Siétamo le unen rasgos históricos, pues el famoso Conde de Aranda, además de ser Barón de Siétamo, era Duque de Torres. Por Siétamo pasaba la Vía Romana que conducía a Alquezar por Bascués, que se encuentra encima de Angüés, y por Blecua, debajo de Torres, pasaba la Vía Romana que desde Huesca bajaba hasta Tarragona. El camino que desde Siétamo iba a Torres de Montes, unía ambas Vías Romanas.
Tiene que quedar en este pueblo multitud de tradiciones que se irán perdiendo poco a poco, porque va disminuyendo el número de habitantes de Torres, pero tienen que quedar, porque todavía acuden a las Escuelas de Angüés, unos siete niños que aman a su pueblo y aprecian las viejas costumbres que se han practicado durante siglos. Un día, pasé por las calles de Torres y me encontré una especie de procesión, compuesta principalmente por niños, que llevaban sobre sus hombros un muñeco que representaba a la humanidad, que había que proteger porque estábamos en Carnaval, para que al llegar la Cuaresma interviniese el Arcángel San Rafael, patrono del Pueblo, para que a los humanos, les cuidase la vista, las heridas y les previniese contra los males. Se estaban “gronjeando”, como dice don Rafael Andolz o divertiendo alegres y cantaban y en las casas les daban tortas y bocados especiales, para que pasaran buen Carnaval.
El vecino de Huesca, nacido en Sangarrén, José Giménez Sevil, habló con el Sacristán Mayor que toda su vida se había preocupado de las ceremonias y de los cantos de todo el año y para todas las celebraciones y fiestas. Este era Don Mariano Borau La Cruz, y tuvo a bien narrarle historias en forma de letrillas, que cantaban los hijos de Torres de Montes. Estos tenían una fe profunda y una devoción que les hacía cantarlas, cada una, en su día señalado. El día de San Rafael, en que se celebraban las Fiestas del Pueblo, cantaban : ” Hoy es el día de un Angel glorioso…Pues venidlo a ver; es médico de todos los males, que a todos nos libre con su gran poder”. La señora doña Carmen Laguarta de Torres de Montes, me prometió brindarme las coplas de Torres y un día, me las proporcionó, detalle que yo le agradezco mucho. Pues así como en una ocasión encontré a los muchachos celebrando el Carnaval con un muñeco, otro día, que tal vez fuera de preparación para la Fiesta Mayor de Torres, en que se celebraba al Arcángel San Rafael, escuché el sonido agudo y agradable de una campanilla y al mirar hacia el lugar de donde provenía tan agradable sonido, vi a un piadoso señor, que la tocaba y se dirigía a una esquina, en la cual habrían, en tiempos pasados, parado muchos paisanos suyos y dirigidos por él, y allí se puso a cantar una coplilla a San Rafael y que decía:”En traje de peregrino-habitáis entre las gentes-Curando sus accidentes-Como médico divino-para remedio y amparo-Fuiste de Dios destinado” y continuaba:”La vista al viejo Tobías-con la hiel de un pez curaste-y su casa le llenaste de júbilo y alegrías- Quedó premiado su celo-y en su trabajo aliviado”. Me acerqué a saludar a aquel solitario Mayordomo de la antigua peregrinación y en aquel día era él, el único celebrante, era también el sacristán, era el cantor y el único peregrino que quedaba en Torres de Montes. Sin embargo él seguía cantando y rezando hasta que se murió hace muy pocos años. He dicho que Mariano Borau era peregrino y no me he equivocado porque existían en Torres, dos ermitas, una dedicada a San Miguel y a San Gabriel, dos arcángeles como aspiraba a ser Mariano y otra ermita en que se evoca a Santa Ana. Allí acudían como peregrinos y les cantaban a la Santa y a los Arcángeles San Miguel y San Gabriel : ”Santos de Dios amados-santos de amor inflamados- dad la salud invocada –al doliente y afligido”. Este santo varón, hijo de Torres de Montes, vivía en su casa frente a la Iglesia Parroquial. A tal casa la llaman Casa Ereza, por pertenecer en otros tiempos a un antepasado suyo, llamado Ereza. Exhibe en su fachada un escudo en el que pone, en lugar de Ereza, Deza. Ahora vive en tan noble casa un hijo suyo, que permanece soltero, llamado Sebastián. Siempre que pasaba por el pueblo, miraba a ver si veía a Mariano, hasta que un día me dijeron que se había muerto.
Se ha muerto el cantor solitario después de haber participado durante cerca de ochenta años en rosarios, peregrinaciones y cantos de coplillas acompañadas por el órgano, dentro de la Iglesia y por acordeones, guitarras y trompetas en los caminos y en las calles. Pero todos se acuerdan en el pueblo de este hombre ejemplar y de sus colaboradores, empezando por Pablo Zamora, que como me dijo José María Zamora, su nieto, durante veintitantos años Alcalde de Torres, que en lo más alto del pueblo frente a la fachada de la Iglesia, hará ya más de cincuenta años, hacía sonar el acordeón acompañando aquella canción que dice así:”Clavelitos, clavelitos, clavelitos de rojo color; clavelitos, clavelitos, reyes de mi corazón”.
Este José María Zamora, conserva en su casa el acordeón de cerca de cien años y que hacía sonar su abuelo en las cantatas de las coplas a los Arcángeles y a todos los Santos y haciendo bailar y gozar de alegría a los hijos de Torres. Cuando sonaban juntos el acordeón con el clarinete y la guitarra, sus corazones se ponían rojos como las clavelitos. Es de cartón con unos botones muy llamativos. Al señor Pablo se unían Miguel Encuentra, que era el herrero del pueblo y tocaba la guitarra y José Boned, la bandurria e iban por la noche por diversos lugares del pueblo, cantando las coplillas en honor de San Rafael, acompañadas por los sonidos de sus instrumentos musicales. Con ellos cantaban el carretero Manuel Espiérrez, Pascual Abió y muchos otros. Uno de los cantores portaba una campanilla que con su son, llamaba la atención de los vecinos que salían a escuchar tan ferviente coro.
Se fueron muriendo los componentes del coro y cuando Manuel Borau , se quedó sólo, tomó la campanilla haciéndola sonar en cada esquina y se ponía a cantar las coplillas correspondientes a cada una de las dichas esquinas. Con cerca de ochenta años, él sólo, trataba de conservar las antiguas costumbres de Torres de Montes. Es que dichos orígenes son muy lejanos, ya que el mismo nombre de su casa Ereza, es una palabra vasco-ibérica, como los “lauburus”, que adornan la puerta de casa de Angel Borau, que se encuentran también en Velillas y en Arbaniés. Aquí muy pocos se acuerdan de los “lauburus”, cuando en Pamplona los tienen como signos de sus antepasados. En Torres de Montes vive doña Carmen Lasierra, nacida en Plasencia y que es viuda de don Manuel Lasierra, con el que me unió una buena amistad. Tiene más de cien años y se acuerda de Mariano Borau y de todas las tradiciones de Torres de Montes. Su hijo Manolo, casado con Mari-Carmen, de las que tiene tres hijas. Era pariente doña Carmen, del Cura Párroco Mosen Lasierra, que nació en Siétamo en la casa vecina a la mía y que en la hoy derruida casa, con su largo corral, que está al lado del Almacén o Bodega del Conde de Aranda, guardaba sus libros y recibía a los que de Torres lo iban a recordar. Hablé con ella hace unos pocos días y me recordó a Mosen Lasierra de Siétamo, que colaboraba con el cantor, mayordomo, sacristán y amante de las tradiciones de Torres de Montes y del que también ella recuerda con cariño.
Precioso y muy emotivo lo que relatas. Yo también le tengo mucho cariño a ese pueblo, y a los recuerdos que de el tengo. Soy sobrina de Mariano Borau, parece que con los años te vas acercando mas a tus raices.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu escrito.