Me he encontrado con José Luis Arcas, frente a la Parroquia del Perpetuo Socorro. El es un ciudadano de esta barrio, en el que ha amasado y ha repartido el pan nuestro de cada día, entre los ciudadanos del mundo, que ahora son oscenses. Hoy en día, cuando caminas por las calles, te encuentras con personas de color moreno, otras con un tinte que recuerda al café con leche y algunas amarillas. José Luis es uno de los ciudadanos de color blanco, porque además de ser su piel de este color, también lo es su alma, porque toda su vida se ha dedicado a alimentar con pan, también blanco, a sus vecinos, los ciudadanos del Perpetuo Socorro. Pero no sólo es blanco por alimentar los cuerpos, sino que su inteligencia quiere transmitir a los niños los cuentos y las fábulas, que ya seiscientos años antes de Jesucristo, creó el fabulista Esopo, que tenía una joroba y era tartamudo. El, en lugar de desesperarse, se lanzó a escribir las fábulas, que harían que las mentes de los jóvenes, fueran limpias y ausentes de crear defectos físicos, como los que a él, le afectaban. Esopo atribuyó a la diosa de la Sabiduría, Minerva, las cualidades del olivo, que por medio de las aceitunas, daba el aceite, que hacía que los alimentos se convirtieran en sabrosos, curaba las heridas y hacía agradable la vida. Escribió sobre las cualidades de los animales, a los que atribuía el poder ser imitadas por el hombre, rechazando al mismo tiempo sus defectos. José Luis asistió de niño a la Escuela, donde se despertó una gran afición a los cuentos y a las fábulas y a pesar de tantos años de trabajo, los contaba y relataba a los niños. En cierta ocasión el Director del Colegio Pío XII, pidió a los ancianos que relataran cuentos antiguos a los alumnos del Colegio. Los buscaba el Director para que comunicaran a los jóvenes las dificultades y los gozos de la vida y para ello, José Luis les contaba los cuentos que había aprendido de joven. Los niños lo escuchaban con gran atención y gozaban al oír la fábula de Esopo, titulada La liebre y la tortuga. A la liebre la conocemos los hombres por la rapidez en sus movimientos y a la tortuga por su lentitud. Parece ser que acordaron entre liebre y tortuga, correr una carrera, en la que todos pensaban que resultaría triunfante la liebre, pero ésta demasiado confiada en sus rápidas cualidades, en el curso de la carrera, se acostó a la sombra de un árbol, se durmió y cuando llegó la meta, ya había llegado la lenta tortuga.
Me ha contado José Luis, que hace unos días, miraba como los niños acudían a la Escuela y veía que unos eran morenos, otros de color café con leche, unos pocos amarillos y solamente vio cruzar la calle a un niño y a una niña de color blanco. José Luis, al decirle a la Maestra, que leyeran los cuentos los mismos niños en voz alta y al hacerlo así, se dio cuenta de que los morenos, a pesar de su origen africano, leían con soltura y con gusto. A última hora leyeron los niños de color blanco y lo hacían bien, pero no mejor que los morenitos de origen africano. Ni los blancos ni los morenos eran liebres ni tortugas, eran sencillamente niños, que saldrán ciudadanos honrados e inteligentes.
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