Sería por los años de 1934 y 1935, cuando los jesuitas en Huesca, tuvieron que abandonar la residencia en el enorme edificio, que poseían en la Plaza del Mercado y que, con motivo de la Guerra Civil volvieron a ocupar. Y se vieron obligados a abandonarla por haber sido expulsados de ella, en la Segunda República. Dicen que fue el principal causante de tal expulsión, el Presidente señor Azaña, que por cierto, más tarde, al llegar la Guerra Civil, él se vio igualmente expulsado, pero con más amplitud, es decir, de España. Murió en París, con un crucifijo entre sus manos. Cuando pudieron volver a sus edificios, los jesuitas crearon las Congregaciones Marianas a las que pertenecieron muchos niños y jóvenes, que aparte de las ceremonias religiosas en la Iglesia de San Vicente, en la parte baja del edificio, al que se entraba por la Plaza de López Allué, disponían los congregantes de biblioteca, y de juegos como las damas y el ajedrez. Yo conocía al Padre Borrás y al Padre Fontova. Hoy ese edificio, pertenece, por haberlo comprado, a una Sociedad, en la que han instalado varias oficinas. Los jesuitas edificaron otra Residencia más pequeña, pero más cercana a la iglesia de San Vicente Mártir. No sé como ahora se comunicarán con ella, pero antes, pasaban por un subterráneo, que es posible sea, ahora, más corto, pero yo creo que todavía debe funcionar. En aquellos tiempos de antes de la Guerra, los Jesuitas cuidaban y educaban a varios muchachos, que preparaban para llevarlos al Monasterio de Veruela, situado en Vera de Moncayo, bajo la influencia climatológica, que produce la elevada altitud del Moncayo. ¡Cómo estaba el niño Alfonso Buil Aniés, empapado en la Geografía y en la Historia de Aragón!. El nació en el Castillo de San Román de Morrano, debajo del pico de la Sierra de Guara, que alcanza los dos mil diecisiete metros de altura y aspiraba a estudiar en el antiguo Monasterio Cisterciense de Veruela, debajo del Mons Caius o Moncayo, que supera los dos mil trescientos metros. Del Monasterio de Veruela habían sido expulsados los cistercienses, monjes vestidos de blanco, con motivo de la Desamortización de Mendizabal, pero a la vista de San Román de Morrano, persistía el Monasterio, también cisterciense, pero femenino, de Casbas, del cual llegó a ser Abadesa su hermana María Jesús. Ana Francisca Abarca de Bolea, nacida en Zaragoza, cuando su familia vivía ordinariamente en el Castillo-Palacio de Siétamo, fue también Abadesa de Casbas. Escribió en Castellano y en Fabla Aragonesa, describiendo la belleza de la Sierra de Guara. Ana Francisca escribió “Vigilia y Octavario de San Juan Bautista”, cuyas fiestas, romerías y bailes se desarrollaban en el Moncayo, donde pretendía obtener justicia social, enamorándose los nobles de las pastoras y éstas de los nobles. Por cierto que su padre, Don Martín de Bolea y Castro, quizá enterrado en la Iglesia Parroquial de Siétamo, fue también un notable escritor, destacando por la poesía.
Y aspiraba Alfonso Buil Aniés a estudiar en las laderas del Moncayo, del que Gustavo Adolfo Bécquer escribe en “El Gnomo”. “El Moncayo se impone majestuoso frente a mí. Me mira fijamente y sé que es consciente de su belleza. Se muestra imponente con su corona adornada de esa blancura y pureza que el cielo le ha regalado en forma de nieve”· Pero, a Alfonso, no le parecía un paisaje extraño, porque era el mismo que el que convivía en la Sierra de Guara. Desde la cumbre de Guara se divisa el Moncayo y desde el Moncayo, además de Guara, se pueden observar tierras de la provincia de Teruel, de Castilla y de Navarra. En Siétamo, frente a la Casa Grande, subiendo de la Fuente a la Plaza Mayor, he observado muchas veces el Moncayo, que no se puede ver siempre, pero si con cierta frecuencia. Desde la Sierra de Torralba y de Tardienta, se contempla el Moncayo y por arriba los elevados picos del Alto Pirineo. Bécquer, vivió desde 1834 a 1870, y estuvo en Veruela unos meses. Para que Alfonso Buil Aniés, pudiera acudir a Veruela, tardaría unos cien años, pero no lo consiguió. La política estorbó sus planes, pues fueron perseguidos por la República, como lo fueron en los tiempos del Conde de Aranda. Por la calle caminaban por las calles, los Jesuitas, vestidos con ropas civiles y el padre Torrens, iba acompañado por Alfonso Buil Aniés, para que si algo le pasaba, acudiera rápidamente a avisar. Entonces vivían en pisos, por haber sido echados de su Residencia de la Compañía, uno de ellos en la Calle Dormer, número 12 y otro en la Calle de San Salvador, número 20. Salía el padre Torres de la calle de Dormer, después de haber celebrado la misa a las seis de la mañana, en una triste alcoba. Alfonso le ayudaba como buen monaguillo. Continuaban visitando las casetas y chabolas de los pobres, unas veces por la carretera de Apiés y otras por el Tozal de Las Mártires. Algunas veces pasaban por la Cárcel, que se encontraba en la Plaza de Concepción Arenal, que en tiempos pasados fue Convento de los Carmelitas. Allí estuvo el tío de mi abuelo, el Diputado don Ignacio López de Zamora, que al ser desamortizados, trabajó muchos años en San Cosme y San Damián, cerca de Vadiello. Al pasar por el viejo Hospital, el padre Torrens se santiguaba y lo mismo hacía a su paso por la Cárcel, repitiendo su signo cristiano en Las Mártires. Alfredo le preguntaba porque se santiguaba tantas veces y el Padre Torrens, le contestaba: en el Hospital hay hermanos nuestros, por los que debíamos pedir por su bienestar o que, como pasa en la Naturaleza, les diese una buena muerte. En la Cárcel decía, que los internos eran hermanos nuestros, que habían tenido la poca suerte de recibir una mala educación y de sufrir frío y hambre, suerte que los había dirigido hacia la Cárcel. El se santiguaba para que fuesen liberados de la prisión. En el cementerio de Las Mártires se santiguaba, por los difuntos allí enterrados, entre los que se encontraban los hijos de la primera República, que vinieron de Egea y que fueron fusilados en Las Mártires. Al dirigente principal, Manuel Abad, dicen que tenía parientes en Siétamo y se refugió en Casa Almudévar de Siétamo. Mi bisabuela doña Margarita Vallés Acebillo, le ofreció la oportunidad de huir por la puerta falsa de mi casa, pero como él, estaba agotado, se negó. Lo fueron a buscar a mi casa natal y lo detuvieron en ella, prometiéndole a mi abuela Margarita, que no lo fusilarían. Decía mi padre que Margarita creía todavía que el carácter infanzón de la Casa, le daba derecho a refugiarlo, pero el Capitán, amablemente le dijo que aquellos derechos estaban ya caducados. Margarita les dijo que le prometieran que no iban a matar y el Capitán muy amablemente le dijo que no lo sacrificarían. Pero lo fusilaron con algunos compañeros suyos el día 27 de Octubre de 1848. En la cara Este del Monolito pone que Manuel Abad era un hidalgo.
Cuando visitas ese Cementerio y contemplas el monolito de los republicanos, te das cuenta de que son muchos los hombres que quieren mejor vida para todos los humanos. Veías al Jesuita, padre Torrens y al Repubicano Abad, que ambos querían el bien de los ciudadanos, pero de aquellas discusiones, la falta de ideas claras en el cerebro, traía las persecuciones y las luchas. El Jesuita para obtener esos bienes lo hacía por medio de la paz y Abad por medio de las sublevaciones.
Como he escrito los Jesuitas albergaban con ellos a cinco o seis muchachos para llevarlos a estudiar a Veruela y además del Padre Torrens, estaban el Director, Padre Monreal, el Padre Agustí y los hermanos Pedro, Santos y Buil, éste último nacido en el Sobrarbe oscense.
Llegó el año de la Guerra Civil, que estalló el 18 de Julio de 1936 y aquellos Jesuitas no sabían lo que iba a pasar. Decidieron irse a Veruela, y unos querían llevarse consigo a Alfonso y otros pensaron que sería mejor que se fuera a su Castillo de San Román de Morrano, porque allí no tendrían que sufrir ni él ni su familia de la ausencia mutua.
Allí fue a parar Alfonso y en su casa se unieron una multitud de individuos de su familia. Estaban en primer lugar su padre y su madre, luego su tío que vivía en Loporzano, siendo paralítico y con una hija. Estaba también la hermana de Alfonso, María Jesús, que siendo Abadesa de Casbas, la echaron del Monaserio, igual que al resto de monjas. Algunas, como la de los Cachos de Huesca, se quedó porque no podía pasar por el frente, igual que doña Pilar Mairal, que también tenía dificultades para ir a su casa de Huerta de Vero, porque ya no tenía familiares. A San Román de Morrano, considerándolo oculto, ya que no tenía ni siquiera carretera, acudieron muchos vecinos de los pueblos cercanos, pensando además que la Guerra duraría poco tiempo. Subió por San Román de Morrano el amo de Casa Rodrigo, padre de los dos propietarios del Comercio Rodrigo del Coso Bajo de Huesca y allí, el Señor del Señorío de Aniés y padre de Alfonso Buil Aniés, lo encaminó por Nocito y atravesando la Sierra, salvó su vida. El Capellán de las monjas del Monasterio de Casbas, también fue ayudado en el cruce de la Sierra de Guara y también se salvó. El farmacéutico no quiso cruzar la Sierra y se volvió a Casbas, donde lo fusilaron. Otras personas de Angüés, también fueron atendidas y huyeron de la muerte. Alfonso Buil Aniés tenía sólo de doce a trece años e influido por la actitud caritativa del Jesuita Padre Torrens, se preocupaba como él de los enfermos, de los desgraciados, de los huidos y de toda su familia. Viendo la necesidad de labrar para obtener el pan nuestro de cada día, con los machos enormes, de origen francés, sepuso a labrar la tierra con las enormes dificultades, que tenía que superar para aparejarlos. Esos animales eran dóciles y fuertes, pero a pesar de esas cualidades, Alfonso con tan sólo doce a trece años, encontraba dificultades para enganchar los arados en esos animales. Colaboraba con él un buen muchacho de Otín y Alfonso lo quería tanto, que ya bastante tiempo después de la Guerra, fue a verlo cerca de Fonz, donde vivía y ya había muerto. Trabajaban, no para ellos, sino para mantener a su familia y acogidos que con ellos convivían.
Constituían la familia de Alfonso Buil Aniés, además de los padres ya citados cinco hermanos y dos hermanas, aparte de dos, que murieron tempranamente. No todos podían estar en San Román de Morrano, sino que con la locura de las guerras y más de las civiles, dos hermanos luchaban con los rojos y otro con los nacionales. En Casbas todavía en este año de 2011, se ven pintadas de la C.N. T., pero el Gobierno Republicano se daba cuenta de que no podrían ganar la Guerra con esos sindicatos que despreciaban la disciplina militar y se puso a crear un Ejército disciplinado. Al hermano mayor de Alfonso, es decir Ignacio, lo llamaron a Barcelona y lo ascendieron a Capitán. Bien se les valió a los Señores de Aniés de San Román de Morrano de ese hijo, pues, cuando iba a ser atacado por los rojos de Casbas, les paró los pies. Sin embargo sufrieron un año de Colectividad y se les llevaron el rebaño.
En el Monasterio ingresaron multitud de milicianos y de milicianas, que se ocupaban de dar de comer a los revolucionarios y de lavarles la ropa.
¡Qué labor hizo el hermano mayor, Ignacio, pues no sólo salvó a su familia, sino que cuando comenzó la Guerra metió dentro de dos bidones metálicos, las joyas litúrgicas del Monasterio de Casbas y las enterró en San Román de Morrano. Al acabar la Guerra, monjas y paisanos preguntaban que donde se hallaban esas joyas, pero fue Alfonso Buil Aniés, el que las descubrió, gracias a las luces que poseía en su cabeza, cultivadas por la sabiduría del Jesuita, Padre Torrens, y las llevaron rápidamente al Monasterio de Casbas.
¡Dios mío. Que terribles son las guerras, pues como escribió el republicano Samblancat de Graus, deshacen el bien y crean el mal!.
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