El año 1955, murió en Ibieca, Antono Sorribas Avellanas, abuelo de José María Puyuelo Sorribas, que lleno de salud, trabaja en el Comercio de Huesca, capital. Y su abuelo se convirtió en tal abuelo, porque ya han pasado muchos años desde 1955. Hasta llegar al año 1955, tuvo que vivir labrando, luchando y gobernando, con muy escaso poder, como Alcalde del Ayuntamiento de Ibieca. Labraba con bueyes, animales con los que ya entonces, iban disminuyendo y a él le llegaron a desaparecer, por mala suerte. Uno de los bueyes lo mató un rayo, que entró en la cuadra por la chimenea de la casa. ¡Yo no sé si Antonio diría al ver muerto a su querido y útil animal, bendito sea Dios o echaría algún juramento!. Pero hubo circunstancias en su vida, en las que le tocó sufrir tanto, que si ahora es preciso trabajar mucho para vivir modestamente, entonces había que ser santo y sabio, además de trabajador. Fue preciso ser santo en aquella catástrofe del maldito rayo , que le mató un buey, pero aquellos ancianos, tenían que ser sabios, como Antonio que tenía experiencia de la vida, ya que sabía usar una caldereta de bronce, con la que fabricaba licor, para, en pleno invierno, echarse un trago en el monte, antes de empezar a labrar. Pero a pesar de tener conocimientos de todo, la Guardia Civil lo descubrió y le puso tal multa, que se tuvo que vender el buey, que con el muerto por un rayo, fueron dos.
Bien se le valió para seguir viviendo el tener conocimientos de todo lo que nos trae la vida, unas cosas buenas, otras malas y otras aparentemente buenas, como una boda, pero que, a veces se convierten en molestas. Conocía a las mujeres, pues cantaba lo que le había pasado a un vecino suyo y que decía: “Una novia tuve yo-tenía todas las efes—era fea, flaca, floja-frígida, frágil y fría”. ¡Cómo conocía a los hombres como machos y cómo conocía a las mujeres, como hembras!. La hembra de esta boda era falsa, pero el que con ella se casó, era más interesado que un avaro, pues con ella se casó y sin duda lo hizo por el dinero.
Pero, sin duda la música era la que dominaba su espíritu, pues tocaba la guitarra, unas veces para acompañar jotas y otras para consolar sus penas con sus acordes y otras para alegrarse y alegrar a sus vecinos. En verano, sacaba su guitarra a la calle y sentado en una silla o en un banco, cantaba su amor a Aragón o se reía de la triste conducta de avariento, que se casó con una mujer fea, flaca y floja. Como entonces no existía la televisión, cogía por las noches del verano, su guitarra y la sacaba a la calle, para alegrarse a sí mismo, y poner contentos a todos los vecinos de su casa y a otros, que vivían más lejos, pero al escuchar la alegre música de Antonio Sorribas, acudían alegres a escucharlo. Unas veces se ponían alegres, otras tristes, según el sonido hiciese alusión a algún acontecimiento alegre o tal vez triste, del pueblo de Ibieca.
Siendo Alcalde de Ibieca, le llegó un día la visita del Gobernador Civil de la provincia y le dijo: ¡tenga usted, mucho cuidado, porque ya tengo tres alcaldes en la cárcel y si usted se descuida, serán ya cuatro!. Antonio Sorribas le contestó: si me pone a mí en la cárcel, seremos cuatro amigos, que podremos jugar a las cartas, dos a dos!. Esta forma de contestarle al Gobernador, da fe del conocimiento de Antonio, que en lugar de jurar, vio una solución buena a la desgracia amenazante del político. Por eso me parece que cuando el rayo le mató el buey, no debió blasfemar, sino tal vez pronunciar unas palabras de resignación. El Gobernador ni se puso a llorar ni se rió, pero puso una cara rara, como si se sintiera insultado, pero se sintió derrotado por las palabras de Antonio Sorribas, a las que encontró una respuesta digna.
Era labrador y tenía una novia, llamada Teresa Gonzáles Blasco, y la tuvo que hacer esperar la fecha de su boda, porque estuvo enfermo durante tres años. Ella, para darse méritos, le dijo: ya ves lo que te quiero porque te he esperado muchos años sin poder casarnos y él, le contestó: ¡ por fuerza, porque no has tenido otra “proposición” que la mía!.
En cierta ocasión le compró a un hijo, una escopeta de caza de dos caños y le dijo : ahora tendrás dos caños, uno para satisfacer el gasto de casa y el otro, para vender conejos y perdices, pero no sé si le sabrás dar un tiro a ninguna pieza de caza, si no es al mapa de España.
En cierta ocasión, hablando de dinero le decía a un vecino:¡si no tienes dinero en casa, que gobierne tu mujer!.
En cierta ocasión guardaba una cabrita muy “maja”, porque me dice José María, nieto de Antonio que él, se acuerda de que tenía una piel negra llena de manchas blancas y se le escapó y cuando después de muchos apuros, la cogieron, en lugar de enfadarse, hizo como hubiese hecho una mujer gobernanta, sacó el cuchillo, se lo pasó por el cuello y después de pelada, dijo: ¡al guarda carnes!.
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