martes, 18 de octubre de 2011

La familia oscense de los Ponz





La vida nos va echando poco a poco de este mundo, pero cuando  crees que ya no volverás a ver a tus parientes y a tus amigos de tiempos ya pasados, un día,  el menos esperado, te encuentras con alguno de ellos. Por ejemplo, en este mes de Octubre, me encontré con Francisco Ponz González y ¡Dios mío, qué recuerdos trae a mi memoria su presencia!. Yo tenía en aquellos viejos tiempos, unos doce años y estaba de vacaciones y al acabarlas, tenía la necesidad de salir de Huesca, para regresar a Escoriaza, pero un absceso  brotó en la planta de mi pie derecho y me alarmé. Mi abuela Agustina, en cambio, confiaba en  don Mariano Ponz, lo llamó y él, como médico, ya entonces antiguo, vino en seguida a mi casa, sacó un bisturí y me abrió la piel, que contenía la materia purulenta, la hizo salir y me dejó como nuevo, de tal forma que ya no tuve que esperar ni un minuto para marchar al pueblo guipuzcoano, a seguir mis estudios. Don Mariano, en aquellos tiempos en que la elegancia era costumbre de muy pocas personas, él la practicaba, con su semblante, su chaleco, su chaqueta y los limpios zapatos que  soportaban su elegante figura. El sombrero se lo quitaba cuando llegaba al piso del enfermo y se lo ponía de nuevo al marchar. Su rostro era redondo, agradable y sonriente sin reírse con sonoras carcajadas, sino con un saber estar y pasar por la vida agradablemente. Su amabilidad la utilizaba con todos los enfermos que visitaba, pero la estimulaba, al acordarse de que era pariente de mi abuela, pues mi madre ya había muerto.  Yo me marché de Huesca, pero allá en Escoriaza, me acordaba de él  y cuando volvía de vacaciones, iba conociendo a su hijo, también médico y también llamado Mariano Ponz Piedrafita, que llegó a ser Alcalde de la ciudad de Huesca, así como a su simpática esposa Elisa Gonzalez Pedregal, con la que hablaba, cuando la encontraba por la calle o por el Parque: Yo le preguntaba por  su hermano el gran profesor del deporte entre la juventud y también me contaba las aventuras de sus hijos y de sus numerosos hijos y también de sus tres hijas. Me acuerdo especialmente del hermano pequeño, que hacía aventuras prohibidas con los pavos reales del Parque y a veces con las ocas. Me vino a ver en cierta ocasión hablándome de sus estudios. La más pequeña de las hermanas está casada con Abadías,  gran amigo mío, alegre y cuando me los encuentro me lo hacen pasar con gran alegría.

El Doctor Mariano, casado con Elena y padre de tantos hijos e hijas, era un gran amigo de mi cuñado Luis Tesa Ayala y cuñado del José María Lacasa, que también fue Alcalde de Huesca y amante de la música y del canto de la Coral Oscense. Se quedó viudo muy joven y su hijo recientemente muerto, me enseñó los instrumentos musicales, como los pianos, que todavía conserva su señora en el piso, también cerca del Parque. Mariano con su cuidado de la salud de muchos oscenses, de su actividad municipal en el Ayuntamiento, conservó siempre un buen humor. Bastaba ver juntos a él con José María Lacasa y mi cuñado Luis Tesa, para ver y escuchar sus risas,  producto de sus chistes a pesar de los trabajos, que a veces entristecen a los hombres.

Cuando yo tenía treinta años, estuve ejerciendo de veterinario en la Villa de Bolea y allí conocí otro médico, hermano del Abuelo que a mí me operó el pie. Era un señor, ya mayor, grueso, jubilado y que con su bastón se paseaba por Bolea. Tenía una hermana soltera que lo cuidaba y que era la bondad integra. Yo hablaba con ellos y acudí a su casa, donde me  invitaron a comer algunas pastas, acompañadas de buen vino de la tierra. Cuando murió su hermano, ella bajó a vivir a Huesca, colocándose en la Seguridad Social. Guardo de ambos hermanos un grato recuerdo, que  me hace pensar en la marcha desde este mundo al de más arriba. No sólo subieron ellos, sino su hermano Mariano, su sobrino e hijo de éste, de su esposa y de tantos otros, que vivieron en aquel chalet frente al parque donde reinaba la alegría .Ahora no hace falta preguntarle al jardín por todos los miembros de la familia Ponz, porque, sin hablar, sólo con ver su triste vegetación, se humedecen mis ojos. En Pamplona conocí a un miembro de los Ponz, que cuando me operaron,  acudió a visitarme a la Clínica Universetaria, donde él fue un hombre de gran prestigio. Fue compañero del Fundador del Opus Dei. De este hecho hace ya diecisiete años y ya sólo veía a la menor de las hermanas, que con mi amigo Abadías, tienen una casa de recreo al lado de la Ermita de Cillas. Por todos estos recuerdos,  agradecí a un hijo del Alcalde y Físico ósense, que un día del mes de Septiembre, me viniera a ver a Casa Almudévar de Siétamo. Yo me emocioné pero a él, se le puso un velo de tristeza en sus ojos, al recordar a sus antepasados y a sus hermanos. 

1 comentario:

  1. La esposa de D. Mariano Ponz no se llamaba Elena, sino Elisa González Pedregal.
    Firma Víctor González.

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