Colegio San Viator en Villahermosa (1926). |
Fui a visitar el Palacio de los
Condes de Guara y al entrar en el mismo, a mi izquierda quise ver la
cocina del Colegio de San Viator y me
entraron deseos de saludar a su entonces cocinero, hombre que debía de cocinar
con gusto, porque tenía un cuerpo enormemente obeso, como consecuencia de la
voraz ingestión de sus sabrosos platos.
Pero no encontré ni la cocina ni
a su cocinero, sino una sala en la que estaban expuestas numerosas y geniales
obras de Picasso. No estaba, entre ellas, el “Guernica”, con cuya obra parece que Picasso quiso que su arte mostrara
la disgregación de la estética, en un mundo que se entregaba con furia a los
horrores de una guerra, pero si que abundaban obras no sólo de pintura y de
dibujo, de las que produjo durante su larga vida miles de ellas, sino también
esculturas y grabados. Me complacía mirar y admirar los jarrones y platos
grabados y los adornos escritos en cuentos y en libros.
Y contemplando y admirando tales
obras de arte, me acordé de dos artistas que fueron mis compañeros de estudios
en este Palacio, luego convertido en Colegio de San Viator; se trataba de otro
pintor llamado Antonio Saura, nacido el mismo año que yo, es decir en 1930 y de
su hermano Carlos, director de cine, que aparte de su simpatía personal, es un
genio en la creación de películas como demuestra con La caza y El jardín de las
delicias. Lo pasábamos muy bien entre las rejas que rodean el jardín de entrada
en ocasiones y de salida cuando íbamos a su casa a jugar con sus coches, en el
suelo. Su buena madre nos atendía con gran simpatía, pues era muy sensible para
los niños y para hacer sonar la música, como lo hacía en compañía de Marieta
Pérez, de Enrique Capella y del doctor Barrón. Parece ser que la habitación de
la que disponía Marieta en su casa, al lado de casa de Llanas, no era muy
amplia, lo que les hizo abandonar esos conciertos, en los que el genio de
Enrique Capella, por ejemplo, se excitaba.
Como he dicho Carlos me trataba
con simpatía y yo no lo conocí hasta que él mismo me recordó quien era él y
quien era yo. Ya no lo había visto desde hacía muchos años, pero él, a pesar de
ser ambos ya mayores, me reconoció a mí.
Nos encontramos en la Diputación Provincial, donde se homenajeaba a los dos
hermanos y en un rato de conversación que llevábamos entre ambos, sin haberle
yo dicho nada sobre mis escritos, me dijo si tenía alguno de ellos para
llevarlo al cine. Yo le contesté que tal vez alguno de ellos pudiera ser útil,
pero que los consideraba como relatos excesivamente cortos para tal fin.
Ellos se encontraban en Huesca
felices, pero se notaba como habían superado su infancia, llevando sus artes por el mundo y se
encontraban bien porque recordaban a su madre y habían encontrado parientes en
su ciudad natal.
Hablamos con Carlos de su
apellido Saura, del que le dije que abundaba en la provincia de Huesca y que mi
amigo Sauras de Lascellas me había explicado que era vasco, como le había
demostrado un cura que conocía tal lengua. Carlos me dijo que Saura era una
enorme región, que se encuentra en Argelia.
De esta estancia en nuestra ciudad surgió la
idea de perpetuar la obra Antonio con las pinturas que creó en la Diputación,
donde al contemplarlas se da uno cuenta de su expresionismo y recuerda sus
Retratos Imaginarios.
Pablo Sampietro me contó que su madre doña Flora
Solanes, hermana del famoso hortelano y
presidente de los danzantes oscenses Victorino, le mandaba, cada vez que iba a
Madrid, que le llevara a doña Fermina Atarés de Saura, tortetas y morcillas de
las que fabrican en la Tabla Nueva. Me añadió Sampietro que las pagaba su madre
a medias con Marieta Pérez. Cada vez que doña Fermina se veía tan bien
suministrada de productos oscenses, le hablaba a Sampietro de multitud de temas
familiares; una vez le decía que su hijo Carlos lo que debía hacer es abrir en
la Puerta del Sol, un buen centro de fotografía, que le daría más dinero que el
cine. En otra ocasión le hablaba de los amores de su hijo con Geraldine
Chaplin, hija del gran Charlot, simpática ella, pero de una belleza misteriosa.
Hemos visto estos días las cerámicas y dibujos de Picasso
en el lugar donde en otros tiempos estuvieron los dos famosos hermanos Saura,
de grandes méritos artísticos y uno se pregunta: ¿en este centro cultural, se
acordarán de enseñar a los oscenses la personalidad y las artes de estos dos
ilustres hermanos, hijos de Huesca?.
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