Es Manuel Cáceres Artesero, el cuarto
hermano de seis, de los que cuatro son hombres y dos
mujeres. Sus padres procedían de la Mancha, que para algunos es una zona de
España, llena de viñas, en las que se recogen miles y miles de litros de un
vino que alegra los corazones. A algunos les suena la Mancha como un territorio
alejado de Aragón, pero eso no es cierto, porque hace unos quince días estuve
en Daroca, de la provincia de Zaragoza y me llevaron a visitar la Laguna de
Gallocanta, que se encuentra al lado de
Guadalajara, que es una provincia de la Autonomía de Castilla-La Mancha. Por
aquellas tierras pasó el Cid Campeador, que iba con sus guerreros a Valencia,
ciudad a la que también ha ido a parar Manolo el del Bombo. ¡Cómo se veía en él,
Manolo el del Bombo y como les unía el patriotismo de un hombre guerrero en sí
mismo y el de un hombre que fomenta el pacifismo de los jugadores y aficionados
al fútbol!. José María y Angelita eran los padres de este grupo de personas
alegres, buenas y simpáticas y vinieron desde Ciudad Real hasta Huesca. De las
tierras quijotescas de Ciudad Real, llegaron a las tierras laurentinas, donde
Manolo, quedó enamorado del espíritu festivo de los oscenses en esas Fiestas de
San Lorenzo. Llegaron a nuestra ciudad el año cincuenta y seis y a Manolo se le
encendió la sangre al contemplar los dances de los danzantes y él, que
necesitaba repartir el entusiasmo que tal santo producía, se cogió un bombo el
año de mil novecientos sesenta y ocho, con la edad de diecisiete o dieciocho
años y él iba saltando y haciendo sonar el bombo por las calles de Huesca, en
aquellos días de Fiestas, que meten la esperanza en los corazones, de los que
siguen a San Lorenzo y a sus danzantes. Algunos como no tenían la costumbre de
ver golpear y de oír sonar la maza sobre la piel del bombo, le preguntaban que
si estaba loco. Y loco estaba, pero no era una locura patológica, sino una
locura de alegría en que se mezclaban la devoción a San Lorenzo y el sudor de
su joven cuerpo, que unía en su persona, compuesta por alma y cuerpo, la
alegría celeste de San Lorenzo con la alegría de los jóvenes, que después de
trabajar durante todo el año, sentía la llegada de los danzantes, que bailaban: “San Lorenzo , San Lorenzo, en que buen tiempo
has venido!”. Los hermanos contagiados por la alegría de Manolo, lo acompañaban
y le daban ánimos para golpear, cada vez con más fuerza, el parche del bombo. También
ellos se estimulaban, junto con el público de ser y de escuchar esa nueva danza
oscense. Ese público que se entusiasmaba con “Manolo y el Bombo”, pensó en llevarlo
a festejar las Fiestas patronales de sus pueblos y ciudades. Y Manolo fue
primero a Binéfar, luego a Monzón, a Barbastro, a Fraga, a Escatrón en Zaragoza, a las orillas del Ebro, que
tenían que pasar en barca. Esa aventura le llevó a visitar Cataluña, en
ciudades como Gerona, Lérida, Calella, Masnou, Reus y Tarragona. Pero ese
entusiasmo que fue capaz de extender por Cataluña, ya estaba popularizado
por Huesca, donde en una ocasión, fue
acompañado por numerosos jóvenes a animar a los jugadores en un partido de
fútbol en Masnou. Llevaba el Huesca ya
cuatro o cinco goles, cuando la gente se puso a gritar: ¡mas nou!, ¡mas nou!,
pero él con el bombo incitaba a los oscenses a meter más. Manolo tenía que
seguir viviendo su ambiente alegre y estableció el Bar de la Peña los Treinta,
que empezó un año de esos de San Lorenzo. Luego se hizo cargo del Bar Gratal, en
el centro de Huesca, y en ese bar puso en una de sus paredes la Peña de Gratal.
Aquella vida era muy alegre, pero se
veía obligado por la “devoción” del
público, a extenderse por toda España y luego por el mundo entero. El año
1979, marchó a la isla griega de Chipre,
en los Mundiales del 82, que se realizaron en España, luego a Italia, a Méjico,
Estados Unidos, Francia, Corea, Alemania y Sud- Africa. Fue contratado por Honduras
para ir a Canadá; en Costa Rica se entusiasmaban al verlo y al oírlo. Es el
único bombo que ha recorrido todo el mundo. Lleva Manolo con el Bombo, cuarenta
y dos años, treinta y siete con la selección española, ocho mundiales y siete eurocopas.
Hoy lo he visto en Siétamo, acogido
por su hermano Santiago con todo el cariño del mundo, en este pueblo pacífico y
tranquilo, en que su corazón se habrá relajado de las enormes tensiones que le
producen los Campeonatos Mundiales de Fútbol, los europeos y todos los partidos
de fútbol que ha amenizado, casi durante medio siglo. No puede permanecer mucho
tiempo con esta tranquilidad, porque ya lo están esperando en Valencia, a
doscientos metros del campo de fútbol de Mestalla. Lleva ya ocho campeonatos
mundiales, pero a él le gustaría hacerlo
con doce. Se lo merece, como español, de lo que presume, porque lleva el escudo
español en su pecho y la bandera nacional en la pulsera de su reloj.
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