El hombre siempre ha tenido en su
amor al arte, la necesidad de representar a los animales, por ejemplo los
ciervos y caballos en las paredes de las cuevas primitivas. En ellas se ven
muchas veces mezclados unos y otros, pero así como el hombre ha evolucionado,
lo mismo ha ocurrido con el caballo. Aquellos que aparecen en la pintura
prehistórica, recuerdan los caballos medio enanos, como los gallegos o los navarros del Pirineo, pero ¡qué pronto aparecieron los
caballos elegantes!, como se ven éstos
en relieve, en las monedas ibéricas. Por
toda España acuñaron monedas en las que están representados “juntamente”
caballeros sobre sus caballos y en otras los caballos con sólo su elegante
figura. La figura de estos caballos no es rectilínea como la de los ingleses,
sino curvilínea, como se puede ver al
contemplar una moneda de Wolskan, es decir de Osca o de Huesca o una de Arsaos,
pueblo que no se sabe si estaba en la actual Navarra o en el Alto Aragón;
es igual porque ambos territorios eran
vasco –ibéricos y para ello basta ver la figura de aquel caballero empuñando su
espada, sobre el caballo curvilíneo, que se diferencia sólo del oscense, en que
éste es portador de una lanza en lugar de una espada. En ambos caballos son
curvos sus cuellos, con la crin peinada y recogida, con sus colas largas y
elevadas en su arranque, no como los caballos ingleses, por ejemplo. Se observa
una cabeza más voluminosa en el caballo de Bascunes o Pamplona , que en el de
Wolskan o Huesca. Forman figuras elegantes con sus redondeadas ancas,
sostenidas por sus patas traseras, con sus corvejones y sus cascos asentados en
el suelo, en tanto que sus patas delanteras se elevan cuando el caballo parece
que avanza para lanzarse a atacar a algún enemigo o cuando salta, como se ve en
algunas monedas. Pero estas figuras de
caballos están presentes en las monedas de Jaca, de Egea, de Zaragoza, de
Lérida, de Tarragona y también en las de la soriana Agreda y en las de Guadalajara.
Pero no se interrumpió con los
íberos la representación de los caballos como
obras de arte, pues basta mirar a
Grecia y a Roma, para encontrarnos en una cerámica ateniense, un grupo
de caballos, tirando de un pequeño coche, dirigido por un cochero con las
riendas en su mano y que dan la imagen de un gran dinamismo. Llama la atención
el esfuerzo del autor para acoplar el dibujo a las formas curvas del vaso. Esta
vasija es de unos quinientos años antes de Cristo. Llega a tal extremo el amor
al caballo, que aquellos clásicos crearon el centauro, ser mixto con cuerpo de
caballo y medio cuerpo de hombre, desde la cintura. En el Arco del Emperador Constantino,
ya de religión cristiana aparece un caballo montado por su caballero, en una
escena de caza. La Edad Media representa caballos incluso en los capiteles
románicos de San Pedro el Viejo y en uno de ellos aparece montado en su caballo
el Rey Pedro I, conquistador de Huesca, del que algunos dicen que era
Constantino. En el Gótico, con su expresivo humanismo, asoma la estatua ecuestre de San Jorge, esculpida
en 1235, en la catedral de Bamberg. Aquí, en Aragón aparece San Jorge, desde la
elevada ermita hasta el convento de San Miguel. En la corte de los T’ang
aparecen pintores, que a la vez son “poetas, eruditos, músicos y calígrafos”
que pintaron caballos con su silla y sin jinete, sobre seda. Leonardo hizo unos
dibujos de un caballo, para levantarle un monumento a Ludovico el Moro, con
diversas posiciones de su cabeza, sus patas y su cola, que da la impresión de
que es un caballo andante, con una dignidad inmensa. Y sigue la Historia
representando caballos y caballeros, desde el Emperador Carlos Primero de España hasta el Conde de Aranda, en un
retrato pintado por Goya y que se conserva en el Museo de Huesca.
Llegamos a los tiempos modernos y
aparecen colecciones de escenas de caza sobre el verde de los prados de
Inglaterra, en que los caballos longilíneos, con sus colas cortadas y rodeados
de perros de caza, van montados por caballeros con sus levitas o al menos lo
parecen, rojas y sus sombreros de copa, que los conducen. En casa Cabero de
Berbegal, sus dueños me enseñaron bellos cuadros de caballos, que no eran
precisamente ingleses.
Paco Giral, oscense, ama a los
caballos y siente las llamadas del arte, que le impulsan a representarlos, para
gozar de su belleza y adornar los muros de los edificios. Produce alegría el
hecho de contemplar, como no se ha agotado el arte en el mundo, porque a los
caballos de las Cuevas de Altamira, han seguido multitud de países y de
escuelas y nuestro artista ha recogido la inquietud secular de los artistas,
amigos del caballo y nos hace recordar tiempos pasados, en que yo con el mío,
de los que ya quedaban pocos, cabalgaba por el monte de Siétamo. Ahora son
numerosos los caballistas y caballeros y Paco Giral es el artista que a todos
los representa.
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