Cerca de las ruinas del Castillo de Marcuello, se abre al horizonte, el Mirador de los Buitres, dotado de altas paredes pétreas, desde donde se ven los Mallos de Riglos y los de Agúero . Si, es una visión del cielo y de la tierra, donde uno se admira de ver volar a los buitres por aquellos espacios aéreos para posarse en aquellas elevadas murallas de piedra, donde anidan. Están aquellos espacios habitados por buitres en medio de la ruta que va desde Bolea a Ayerbe. Por aquella zona están las ruinas del Castillo de Marcuello y la Ermita de la Virgen, del mismo nombre, levantada en el siglo XI. Desde allí se puede acercar uno al Mirador de los Buitres, desde donde se ven los Mallos de Riglos y de Agüero, que tiene elevadas paredes naturales, donde acabo de decir que anidan los buitres y desde aquellas alturas, miran hacia abajo. Además pueden verse hacia el poniente y desde una altura de 1.054 metros, el Castillo, el Pantano de la Sotonera, y más hacia el Norte los Mallos de Riglos. Cerca de Ayerbe se contempla el Pantano de las Navas. Esta ruta que se contempla desde aquellas alturas recuerda la frontera vieja, que existió entre los cristianos y los musulmanes.
El Castillo de Marcuello o de
Sarsamarcuello, se encuentra sobre la Sierra del mismo nombre, en la localidad
de Sarsamarcuello, en el Municipio de
Loarre. Es un monumento del que quedan pocas paredes, que a pesar de esta
circunstancia, constituye un emplazamiento magnífico, en una extraordinaria
panorámica. Este Castillo fue construido en el siglo XI y restaurado varios
años después por Sancho Ramírez. Todavía se pueden contemplar restos de alguna
parte de la Torre, y además una cripta. Fue levantado en un lugar impresionante,
que muestra imponentes vistas, entre otras la de la cercanía de la Ermita de
Nuestra Señora de Marcuello.
Bajando por la carretera desde
Loarre a Ayerbe, se encuentra la entrada al Castillo y conjunto medieval de
Marcuello, al que se accede desde la población de Sarsamarcuello.
Esta Ruta de los Castillos de Bolea
a Ayerbe se hace por un recorrido, que por carretera corre unos 19 kilómetros.
Tiene una vista espectacular desde Bolea, Aniés, Castillo de Loarre, Castillo
de Marccuello y Ayerbe. Las distancias recorridas andando, aumentan unos kilómetros más, es decir si los
que hacen la Ruta le añaden el ir a contemplar el Mirador de los Buitres.
Después de visitar el Mirador de
los Buitres, volvimos hacia Bolea y nos vimos atraídos por la visión del
Castillo de Loarre y del maravilloso pueblo con una gran iglesia.
En este lugar, viven el albañil
Santiago Yebra, su esposa Yolanda Cañardo y su hijo, que es un buen ciclista,
llamado Iván. Nos acogieron con una gran amabilidad y nos enseñaron su casa, en
la que se veía con claridad el arte en la construcción de Santiago. En los
bajos de su casa, el arte se encontraba por todos los rincones. Estaban por
arriba construídos los techos con unos arcos pétreos, enormes y antiguos. Los
encontró entre unos restos de algún edificio, que habían derribado y lanzado a
unos montones de escombros. ¡ Qué sentido del arte tenía aquel albañil, al
recoger sus piedras y recrear con ellas
un enorme claustro civil, en su casa de Loarre!. No sólo fue esta bóveda, la
que embellecía los arcos de piedra, reconstruídos por Santiago, sino que siendo
de Loarre, su corazón lo llevó a representar el precioso Castillo, que hace
siglos había levantado un rey de Navarra y de Aragón. En efecto en una pared
representó el Castillo entero de Loarre, de unos tres o más metros de longitud
y otros tantos de altura.
Pero Santiago, no era partidario
únicamente de hacernos ver sus obras , sino que nos llevó a la parroquia, para
ver unas representaciones catedralícias.
Tenían las paredes algunas pinturas ya un tanto desgastadas, pero yo pienso que
si este hombre, rejuveneciera, se lanzaría a buscar algún pintor que las fuera
renovando poco a poco , aunque costara
mil años.
Pero no pudimos mis hijos y yo
olvidarnos de admirar la elevada Ermita de Aniés, que está en lo alto de los
límites entre las tierras de Aniés y de Belsué. ¡Qué cobarde me he vuelto,
después de cincuenta años, en que subí a venerar a la Virgen de la Peña y a encontrarme
con los vecinos del pueblo de Belsué, con los que había quedado para ir a
vacunar sus ovejas!. Después de la misa me proporcionaron una mula para bajar a
Belsué y a caballo en ella bajé acompañado por los ganaderos a vacunarles su
ganado. Para marchar de Belsué me llevaron a caballo en otra mula a la Virgen
de Bolea, que es una ermita de este pueblo.
Pero yo tenía necesidad de llegar
a Bolea, con el deseo de de recordar
aquella época de hace ya más de cincuenta años, en que yo estuve en esa villa,
de Veterinario Titular. Y en este mes de octubre de 2016, acompañado por mi
hija y mi yerno Santiago, fuimos a comer a Bolea.
Yo tengo unos recuerdos de Bolea llenos de
simpatía, de trabajo y de cariño entre los que traté en aquel pueblo. El primer
recuerdo que me emocionó fue el de la muerte de Gonzalo Palacín y de su esposa
Pilar, que me acogieron en su casa, con un trato, que suelen hacer los padres a sus hijos. Subí a Bolea con mi hija
Elena y con su esposo Santiago, que deseaban contemplar con sus propios ojos
desde aquel otro Mirador de la Parroquia de Bolea,
que les llamó la atención cuando subíamos desde la Hoya de Huesca hasta la elevada montaña, en
la que esa iglesia es la que mira hacia la Hoya de Huesca. ¡Qué hermosa tierra
la ruta desde Bolea a Ayerbe, en que los
Miradores son tantos, que a veces te confundes de si el objeto que contemplas,
pertenece a esta tierra o es que estás en aquella vieja época, en que por esa
ruta desde Bolea a Ayerbe, construían sus Castillos los cristianos, para
arrojar de Aragón a los moros, que estuvieron en la misma Bolea.
En la Plaza en que se alza el
Ayuntamiento y de la que parte hacia abajo la Calle Principal, que te lleva a
la carretera que sale hacia Huesca y la que parte hacia Ayerbe, me encontré a
un viejo amigo de Bolea, con el que nos conocimos y abrazamos. El me recordó a
un antiguo personaje, que era pobre de dineros, pero rico de espíritu y de
arte. Nos reunía en su casa a varios jóvenes, a los que nos enseñaba a tocar la
guitarra y a mí, personalmente, me
proporcionó un marco tallado por él en madera.
Yo le coloqué en su centro, una lámina del clásico Leonardo da Vinci, la Gioconda o la Mona Lisa. Leonardo da Vinci era un hombre sabio y el hijo de Bolea, que nos daba clases de música, también era conocedor de la Ciencia y cuando me miro ese retrato de la Gioconda, enmarcado por el bello marco del hijo de Bolea, se excita en mí un pensamiento en el arte. Parece un recuerdo este cuadro colgado en el comedor de mi casa, un recuerdo al sabio boleano, que no tuvo los medios de Leonardo da Vinci, pero que con esa escasez de medios, me ha hecho recordar durante más de cincuenta años el arte de Leonardo da Vinci. ¿Cómo se llama ese boleano que me recordó la figura del artista, que talló el marco, que encierra a la Gioconda?. Se llamaba SATURIANO, hombre delgado, sensible al arte y con deseos de que los jóvenes aprendiéramos a hacer sonar la Música y a tallar la madera.
Yo le coloqué en su centro, una lámina del clásico Leonardo da Vinci, la Gioconda o la Mona Lisa. Leonardo da Vinci era un hombre sabio y el hijo de Bolea, que nos daba clases de música, también era conocedor de la Ciencia y cuando me miro ese retrato de la Gioconda, enmarcado por el bello marco del hijo de Bolea, se excita en mí un pensamiento en el arte. Parece un recuerdo este cuadro colgado en el comedor de mi casa, un recuerdo al sabio boleano, que no tuvo los medios de Leonardo da Vinci, pero que con esa escasez de medios, me ha hecho recordar durante más de cincuenta años el arte de Leonardo da Vinci. ¿Cómo se llama ese boleano que me recordó la figura del artista, que talló el marco, que encierra a la Gioconda?. Se llamaba SATURIANO, hombre delgado, sensible al arte y con deseos de que los jóvenes aprendiéramos a hacer sonar la Música y a tallar la madera.
Estábamos en aquella Plaza, donde
se encuentra el estanco y yo entré a curiosear los objetos que pudieran hacerme
recordar la historia de Bolea. Y encontré un hermoso dibujo de la Iglesia
principal de Bolea, que se asoma al sur, como un Mirador desde la gran llanura,
que tuvieron que conquistar los cristianos a los moros. Lo compré y pensando en
los pocos tiempos que me quedan para contemplarlo, se lo regale a la joven
pareja que me acompañaba y que estaban entusiasmados por las bellezas, que habían contemplado en la altura de la
iglesia.
En la parte media de la calle que
bajaba hacia abajo, se encuentra, una casa de un boleano, llamada Casa Castro,
que tenía como dueño a un sobrino de un
General del Ejército. En esa casa tenía
un gran Almacén de productos de consumo y domésticos. Nos hicimos muy amigos,
tanto que me invitó a ir con él a cazar por el monte con una escopeta, que me iba
a dejar él mismo. Yo tuve miedo y no quise ir a cazar, pero él joven boleano me
cazó la amistad. Por desgracia ya murió y es uno más de los ilustres boleanos,
que mantengo en mi corazón una amistad vieja. Era de una estatura un poco baja,
pero tenía un aire de antiguo caballero.
Estuve un buen rato sentado en un
banco que se encuentra delante de Ayuntamiento y me acordé del antiguo Alcalde
de Bolea, que era un auténtico señor. Era delgado y recordé una ocasión en que
dicho señor alcalde, se asomó a uno de los balcones, para calmar a los hijos de
Bolea, de la “esquillada”, que habían preparado para hacer sonar las
campanillas y las esquillas, para no sé si con el fin de castigar o de lamentar la unión
matrimonial entre un señor ya mayor con una hija de Bolea. Los guardias se
movilizaron para paralizar esos sonidos en aquella oscura noche, pero cuanto
más lo intentaban, más se diluían los sonidos de las campanillas en la parte
cercana a los guardias y aumentaban los sonidos, más arriba o más abajo. El Alcalde no pudo
paralizar el sonido de las campanillas y las “esquillas” y es que el pueblo
siempre tuvo un espíritu crítico, contra lo que consideraban injusto o fuera de
lugar.
Yo estaba sentado en un banco
delante del Ayuntamiento, recordando aquella “esquillada” tan crítica, paro sobre
todo recordaba a mi íntimo amigo Darío
Ollés Palacín, que ya en aquellos lejanos tiempos trabajaba en el Ayuntamiento,
hasta que varios años más tarde, fue nombrado Secretario del mismo. Su padre, al mismo tiempo, era alguacil del Ayuntamiento
y Darío se amaba ya entonces con la bella mujer, además llena de simpatía, con
la que se casó. Al día siguiente de visitar Bolea, me encontré con ella en
Huesca y tuve que contemplar sus piadosas lágrimas, que salían de sus ojos, al
recordar la muerte de su esposo Darío y escuchar la pena, que yo sentí con su
pérdida. ¡Me impresionó la tristeza que manifestaba la bella viuda, pero aquella
actitud triste era noble, igual que durante
muchos años, fue alegre, con su eterna sonrisa!.
En casa Monreal, próxima a ésta vivía la familia
Monreal, del que recuerdo a su padre y un hijo suyo rubio y muy amable y a su
hermana Lurdes Monreal, que tenía un temperamento muy educado, que se casó y
vive en Cataluña. Hace poco saludé a su hermano, que vive en Huesca y que todavía cultiva la
tierra.
Todavía más abajo, se encuentra
una grande y noble casa antigua, propiedad de mis familiares de Bandaliés y su
dueña era hija del Coronel Vallés, que entró en el Juicio de los dos militares republicanos,
juzgados y condenados a muerte. El Coronel Vallés no fue partidario de su
sacrificio y por eso, no pudo ascender a general, después de la Guerra Civil del año de
1936. Esta casa se llama Casa de Salvador,y tiene dentro de ella una Ermita.
Los Salvador eran parientes de los Vallés de Bandaliés, parientes míos.
Ocupaban esta Casa-Palacio, para evitar su soledad ,dos hermanos uno Ramón
Beltrán, hombre de lo más simpático que he conocido y su hermana slotera Natalia,
al tiempo que la administraban. El
hermano fue un hombre simpático y nos saludábamos, con mucha frecuencia en Huesca capital. A
este Ramón le cayó la lotería, y desde
entonces vestía con ropa más elegante. Teniendo poca salud se murió y heredó un
sobrino, Natalia era una mujer simpática y se trataba con todo el mundo.
En el lado derecho de la Calle,
bajando a Huesca y a Ayerbe, vivía el
Doctor Ponz, pariente mío, con su
hermana. Murió el hermano y quedó su hermana, que bajó a trabajar en la
Seguridad Social, donde murió más tarde.
Cerca de la casa de Gonzalo Palacín
en la que yo vivía, estaba la Herrería de Aurelio, que fue un gran amigo mío,
que todavía tiene un hijo y una hija. Queda su viuda, con la que nos apreciamos
mucho y que hace pocos días nos saludamos por las calles de Huesca. Era Aurelio
un hombre de un gran sentido del humor y yo participaba en sus cualidades
artísticas, que también me dejaron un recuerdo imborrable de dichas cualidades.
Se trata una de sus obras de arte, de un llamador fabricado a fuerza de fuego y
de golpes de martillo, y que representa un dragón, para que golpeen con él en
la puerta mis amigos. Igual que conservo
el marco del retrato que de la Gioconda hizo Leonardo da Vinci, conservo el llamador de Aurelio, el
herrero artista de Bolea.
Entonces, cuando Aurelio y yo
vivíamos una vida alegre y trabajadora, estaban los hermanos Pueyo Ezquerra,
que eran muy jóvenes y empezaban a trabajar
el hierro. Pero de su vida aplicada a crear, se convirtieron en unos industriales
y artistas que no se dedicaron exclusivamente al Arte que recrea el espíritu,
sino que fueron aumentando un Arte inclinado a la producción, que alegra el espíritu productor de los alimentos,
haciendo máquinas “escoscadoras”, grúas para edificar y varias clases de
máquinas. Se puede ver su fábrica, entrando en Bolea, si subes de Huesca o
bajas de Loarre.
Pero cerca de la Plaza, en que se
encuentra el Ayuntamiento me encontré con el eterno Pintié, y digo eterno,
porque ya hace más de cincuenta años, dirigía el Bar más frecuentado de Bolea y
que he visto con cierta frecuencia en la capital de Huesca y lo encuentro lleno
todavía de salud. Hace un tiempo se
retiró de su actividad y vive feliz en Bolea. Hoy lo he saludado dos veces, una
en la Plaza del Ayuntamiento y otra sentado, jugando a las cartas, en el Bar de
Casa Rufino, donde fuimos a comer con mi
hija y mi yerno.
Recordarme del ebanista Carmelo
Ara, me causa un gran placer, porque nos queríamos mucho y me fabricó una mesa
de nogal, que conservo en mi Casa Almudévar de Siétamo. Lo veo pocas veces,
pero si nos encontramos es un placer inmenso. El vernos nos produce una gran
alegría y más ahora en que hemos resultado parientes por una familia de la
Villa de Almudévar.
Después de más de cincuenta años,
entramos a comer en Casa de Rufino, que fue un verdadero amigo mío mientras yo estuve ejerciendo la profesión de Veterinario
en Bolea, pero yo no conocía ya a su
hijo, que servía a los numerosos clientes que allí entrábamos a comer. Era un
elegante comedor, que no me recordaba nada de lo que yo conocí en tan lejanos
tiempos, pues era una Sastrería. En la entrada del comedor se levanta un mueble
”vajillero”, con su madera trabajada por ebanistas amigos del arte y yo me
fijaba en él, pero al salir al Bar, en el hueco central del armario, me
encontré con un viejo amigo , llamado Rufino. No era mi viejo amigo Rufino, sino su fotografía, que su amante hijo, había exhibido en el hueco del bello armario “vajillero”. Rufino Rufas Bolea murió hace
unos once años, con sesenta y cuatro de edad. Fue un hombre feliz, como se
demuestra en la fotografía, que aparece en la puerta del local, agarrado con
las dos manos a las cortinas que colgaban del pórtico de entrada.
Aproximadamente en 1964, convirtieron la Sastrería en la que trabajaban para
vestir los cuerpos de las personas, en un Hotel, que descansaba sus cuerpos y
los alimentaba de un modo exquisito, como nos sirvieron una comida extraordinaria,
acompañada por setas.
Yo, mientras devoraba con gusto los platos
acompañados de setas, me fijaba en aquellos espacios, totalmente transformados,
que en otros tiempos serían cuadras y
almacenes de telas, apropiadas para dar trabajo a un sastre. Pero al salir, en
el espacio hueco del mueble “vajillero”, me encontré con Rufino, igual que si
lo hubiese encontrado vivo y me llenó de alegría. Entonces me puse a charlar
con su hijo, que con gran educación nos
había servido la comida y él me contó el amor que tenía a su padre, que lo
exhibió en el armario “vajillero”. Al salir me di cuenta de que en aquella
familia, se guardaba un gran respeto a su antepasado Rufino, pues no podían
olvidarse de él. Al llegar a la puerta del Bar, se encontraba un espacio hueco,
pero lleno de objetos que recordaban el
coser de Rufino acompañado por tijeras, metros, una plomada y otros objetos, propios
de un sastre.
En 1964 cambiaron su servicio de
vestir los cuerpos humanos en un un Bar- Restaurante, para alimentarlos. Parece mentira como
Rufino, sonrió cuando contemplé su retrato y yo me marché muy contento de
habérmelo encontrado cerca de sus antiguos instrumentos de sastre, Claro que me
quedé contento porque me pareció haber comido junto con Rufino.
En aquellos lejanos años en que
las cerezas no eran una parte extraordinaria de su riqueza y de su belleza, no
se hacía mención de ellas, pero hace unos cuarenta años, se ha despertado la
celebración de las Ferias de la Cereza.
Hay que reconocer que las cerezas,
junto a la Colegiata de Bolea, son las que con dicha Colegiata, dan una gloria enorme
al pueblo de Bolea.
A lo largo de la Sierra Don Pedro
Pablo Abarca de Bolea, une con su apellido a Aragón con Navarra, pues su
apellido viene de Bolea y vivió en el Castillo de Siétamo. Su apellido, palabra
vasca, como Bolea, y como Abarca, se encuentra en el Monumento a los Fueros de Pamplona y está enterrado en San Juan de la Peña.
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