Caminaba por el pequeño y
agradable parque, que se encuentra haciendo las delicias de los niños y de los
ancianos, entre la vía del tren que sube a Canfranc y la Avenida de la Paz. Me
encontré a una señora inteligente, que en otros tiempos dirigía una academia. En
este día iba en busca del cubo del Ayuntamiento en que arrojar unos cartones.
Me paré a conversar con ella, porque siempre sonríe y pronuncia palabras que te
hacen meditar y pensar en la vida y en su fin, que es el principio de otra
vida, que nos ha hecho darnos cuenta de qué los seres humanos necesitamos el
amor con nuestros hermanos, para seguir gozando del amor eterno del Señor.
Tiene un hijo benedictino en el Monasterio de Leyre, que está en las alturas de
Navarra, mirando al cielo.
Era tan agradable aquella
conversación, que nos sentamos en uno de aquellos bancos, que siempre están
esperando que el calor humano, se ponga en contacto con ellos. En aquella
situación de tranquilidad del espíritu y de gozo por el sol y la sombra entre
las ramas de los árboles, apareció una pareja, en la que el hombre de unos
cuarenta y cinco años, empujaba lentamente por las sendas de aquel bello
parque, una silla de ruedas, en la que iba sentada, sin ninguna duda, la que
era su madre. No decían nada, pero se notaba el amor que entre ambos se tenían,
ya que el hijo, a un momento dado se paró, se puso delante de su madre y le
arregló la posición de sus piernas, para que se sintiera cómoda, pero la madre,
delante de su hijo no pudo menos que, con sus dos manos acariciarle su cara,
para después besarlo tiernamente. En aquellos momentos pasaban a su lado una
hermosa señora, acompañada de dos niños y una niña, que parece ser que notaron
en sus corazones, el presente del amor entre ellos y su madre y el futuro del
mismo amor, cuando les llegaran los momentos, en que ellos fueran ya mayores y
su hoy joven madre, se convirtiese en una anciana.
La señora y yo mismo, nos
quedamos, después de contemplar lo ocurrido, admirados y absortos, pero luego
ella, explicó la situación, de lo que le ocurre a un amigo suyo; éste tiene a
su madre en una residencia de incapacitados, porque no se da cuenta de lo que
pasa a su alrededor, pero el hijo, todos los días, antes de acudir a su trabajo,
va a verla. Un empleado, conmovido por el diario sacrificio, le
dijo: ¿cómo acudes cada día, si tu madre no se da cuenta de que vienes a
verla?; a lo que contestó el amigo de la señora: yo no espero que se dé cuenta
de mi presencia, soy yo el que gozo cada día del amor a mi madre.
Yo iba por el parque de paseo y
la señora había llegado a él, por deshacerse de la basura en un cubo municipal
y se marchó, no sólo limpia de sus despojos,
sino enriquecida por el ejemplo de amor, que había contemplado.
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