jueves, 17 de agosto de 2017

La humanidad en La Almunia del Romeral




Joaquín Borruel Buil es un descendiente de Caborbaya, albañil que edificó Casa Almudévar de Siétamo el año de 1853.Me habla de su  padre, cuando pasa gran parte del año en Siétamo, pero no recuerda menos a su madre, Francisca Buil Albero, a la que yo  conocí. Los recuerdos de su madre le llenan de sentimientos su corazón, de tal manera que los manifestaba describiéndome su vida entre las bellezas sobre las que se asienta La Almunia del Romeral. No pude pasar sin acordarme de las vivencias que pasé ejerciendo mi profesión de veterinario y de vivir los sentimientos de Joaquín Borruel y decidimos una tarde calurosísima del mes de Agosto, subir por las orillas del Río Guatizalema, desde Siétamo hasta el verdor, que manifiestan los litoneros, los romeros y las oliveras. El primer punto al que nos dirigimos fue a casa Escario, que fue de la madre de Joaquín y allí encontramos la puerta de hierro del corral, que estaba toda rodeada de una parra, que ofrecía unas uvas rojizas, de las que Joaquín no se atrevió a probarlas, pero yo, sumido en aquel ambiente somontanés del río Guatizalema, en la ladera del monte Miscón y desde donde se divisa Santolaria, con su atalaya restaurada e iluminada por la noche, cogí un grano de aquella uva para comulgar con aquella tierra que conduce el agua a Huesca capital y a los pueblos del Somontano, con su campo de aviación de Alcalá-Monflorite. Esos espejos producen una luz, que nunca apagan las boiras, que en invierno alcanzan a los pueblos próximos. Nos daba la impresión de que no íbamos a ver a ningún ser humano, pero nos encontramos con una pareja, que habita en Casa Sastre y formada por la señora Ester Loriente Abadías y por su marido José Ferrando Trallero. Ferrando ha sido cartero de la Sierra durante treinta y cinco años y yo lo conocí en casa de Lorenzo Zamora de Coscullano y su esposa Ester de una casa en que durante cuatro generaciones tuvieron sastrería y más de cien arnales, emigró a Barcelona, donde trabajó y estudió, pues al hablar con ella, noté la claridad de sus palabras y la lógica de sus ideas, hasta que Joaquín me reveló que era Licenciada por la Universidad de Barcelona. Pero la miel de aquel “Jardín de romeros”, como llamó a la Almunia Don Fernando de Aragón, Abad de Montearagón, había influido en su corazón porque fue  toda  amor y caridad, ya que se llevó con ella a Barcelona a su madre y a cuatro tíos suyos. Cuando volvió a La Almunia se trajo los restos de sus difuntos  y no pudo menos que enseñarme su parroquia y el cementerio, donde duermen sus seres queridos. A Santo Domingo de Guzmán y a la Virgen del Rosario los sacan todos los años en procesión y en aquella tierra serrana, aunque están casi todos muertos, les cantan José Ferrando con su esposa Ester. Para San Vicente, celebran la Fiesta Pequeña  y en medio de la plaza encienden una hoguera, en la que asan panceta, longaniza  y tortetas, acompañadas por el vino de sus botas. El río Guatizalema baja de Nocito y es un punto, desde luego muy profundo. El punto más estrecho que me hizo contemplar Ester, subiéndome a la “demba” de Casa Aniés, fue el paso de Bolituero. Antes, cuando iban a Santolaria, colocaban varios maderos, fajos de “buchos” y barro, pero cuando llegaba una riada, lo arrastraba todo. Encima de Bolituero hay una presa para conducir el agua a Huesca y más arriba, por un túnel, corre el agua al Campo de Aviación de Monflorite y a los pueblos de abajo. Hay una zona más profunda que tenía un molino, una explotación de cobre y una papelera y cruzaban el río por unas vías ferroviarias que allí instalaron. La factoría de cobre se llamaba Martinete y en ella fabricaban calderos de cobre, tan usados en aquellos pueblos. Era La Almunia una potencia industrial gracias al río. Pero no sólo tenía la industria sino también la agricultura, que producía gran cantidad de aceite y por allí pasaba la ruta del vino y del aceite. Había dos rebaños,  uno de ovejas y otro de cabras, pero destacan las colmenas de abejas, que producían una miel transparente y clarísima, como la que destilan de su corazón las personas de La Almunia, donde todavía se encuentra  la llamada zona  de los arnales..

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