miércoles, 7 de septiembre de 2022

Los amigos.-



¡Cómo ama mi amigo la Naturaleza! ; esta admiración me viene de verlo vivir cada día de su vida junto a ella, cultivando su huerto y observando desde él como algún amigo suyo, en una nave-almacén, atiende a los visitantes que ella llegan. Es decir que alterna con sus amigos y clientes en su comercio, en medio de un ambiente natural, pues ha conseguido que todos ellos sean, no sólo sus clientes, sino sus eternos amigos. Esta cualidad de amar y ser amado, la adquirió ya desde niño, porque cuando rezaba el Padre Nuestro, le causó impresión, aquella frase que reza: ”el pan nuestro de cada día, dánosle hoy” y él la aplicó no sólo a sí mismo, sino que quería ver con el pan en la mano a todo el mundo. Por eso, ahora que está en su medio natural, agradece la llegada de sus amigos, que si coincide con la hora en qué él almuerza, los hace sentarse en su mesa, dándoles también, no sólo el pan nuestro de cada día, sino haciéndolos partícipes de lo que él come, como por ejemplo, los recrea con ensalada de tomate con cebolla de su huerto, regados con aceite virgen de los Monegros, acompañado unas veces con atún y otras con olivas del Somontano. Y sigue apareciendo en el almuerzo queso ansotano unas veces y otras francés y además jamón casero. Después, unas veces, reparte panceta frita, otras costillas de cordero y siempre cada uno puede tomarse del “reposte” algunos embutidos o trozos de torteta o de morcilla. Además, pueden regar estos manjares aragoneses, unas veces con vino del mismo origen o con sidra de manzana, para que a aquellos que conducen automóviles, no se les suba el nivel de alcohol a la cabeza. Y alrededor de la mesa se conversa, se cuentan chistes y anécdotas del Viejo Aragón, ya sean de la Montaña, del Somontano o de la Tierra Baja. Se critica la vida, sin malas intenciones, sino con un gran sentido de la realidad y en un ambiente de humor. Yo no sé, si aquellos hombres, muchos de ellos ya jubilados de diversas profesiones, habrán leído alguna vez al gran escritor catalán Plá, que en su libro sobre el inicio de la República, criticaba el caciquismo de algunos políticos, que afeaba la democracia del pueblo, porque también ellos criticaban el “caciquismo” que se impone en algunos políticos, que estropean el bienestar y la felicidad del pueblo.

Pero la emoción se apoderaba de los corazones de aquellos hombres, al escuchar a José María Puyuelo Sorribas, natural de Ibieca, entonar aquella jota, que dice así: ”En los altos Pirineos soñé que la nieve ardía y por soñar imposibles, soñé que tú me querías”. Estábamos comiendo llenos de satisfacción, pero al escuchar esa canción, nuestros corazones se llenaban, igual que se habían llenado los estómagos de gloria y de placer. Yo le pregunté si había grabado su voz en alguna ocasión y me contestó que no, porque la reservaba para en algunas situaciones mostrársela a sus amigos, cuando con ellos se reuniera. Estaba con nosotros el gran jotero Rafael Carrera y allí habló de la enorme cantidad de veces que le había propuesto hacer oír su voz al público. Todos aplaudimos a Sorribas cuando acabó de cantar y le animamos a que hiciera caso a Rafael. Sería maravilloso escuchar una voz espontánea y natural, de gran potencia, sin haber recibido enseñanzas, porque le fue suficiente que aprendiera la jota debajo de la Sierra de Guara, en Ibieca, con la emoción añadida de contemplar la Virgen de la Ermita de Foces. Es agradable, en este miserable mundo sentarse en la caseta de un huerto con los amigos y vecinos y almorzar entre la luz de un hermoso cielo azul, mientras uno coge un chorizo para satisfacer su paladar, otro corta filetes de cordero para repartir entre los asistentes y algunos callan, para abrir botellas de buen vino o de sidra mientras los demás conversan. Hablan algunos de música y en esta caso de la jota y se cuentan anécdotas de ovejas y mardanos, que entretuvieron la vida de alguien allí presente, que recordaba el mal rato que pasó, cuando lo colgaron de la peña de Men donde salvó en otros tiempos una oveja “enrallada” y ahora nos hace reír con grandes carcajadas. Se acabó el almuerzo y uno tiene que dar gracias al Señor por habernos hecho gozar de la amistad.

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