viernes, 9 de septiembre de 2022

Don Javier Cuellar nacido en Valladolid



Poco más o menos acudo a sentarme en una silla del bar ,que se encuentra detrás del Ayuntamiento. Allí acuden turistas a tomar su desayuno y otros a hacer más tarde un almuerzo o una comida. Allí en aquellos veladores del Bar-Restaurante, escucha uno diversas conversaciones o responde a las diversas preguntas de turistas o viajeros..Hoy ha sido muy curioso observar a uno de ellos, que de apellido castellano que posee, viene de vez en cuando a Siétamo, la capital de su labor cazadora, unas veces de palomas, que son abundantes y otras, en tiempos pasados fueron estos tiempos de liebres u otras especies como como las perdices y las codornices, que ya no abundan,como en años anteriores. Pero el cazador castellano no pierde la serenidad ante la escasez de “piezas de caza” y sencillamente te va contando la escasez de ellas, que se va haciendo en este pueblo,en que ya no queda caza ni agricultura con sus labradores y mulas, que ahora ya no realizan trabajos en el monte, pues hay cuatro , ya que sólo unas maquinas han de realizar las labores agrarias.Pero en Castilla ha sido enorme el consumo de pichones y para obtenerlos se construyen unos Palomares,desde varios siglos pasados. Son múltiples los modelos de palomar, pues los hay circulares,cuadrados, que los hacen diferente de los hórreos de Galicia o de los molinos de la Mancha. El señor don Javier Cuellar nacido en Valladolid, viene a Siétamo con frecuencia con la intención de contemplar las numerosas palomas que vuelan por el pueblo de Siétamo.Estas actuales palomas aragonesas vuelan por las alturas de Siétamo y carecen de lugares que las acojan. Pero antes de la Guerra Civil, tenían un hermoso refugio en lo más alto del Palacio del Conde de Aranda. Yo me acuerdo cuando, antes de la Guerra Civil, yo acompañaba al hermano de mi padre, el soltero José María, a coger pichones para guisarlos en Casa Almudévar. Mi tío se encargaba de mantener limpio aquel refugio de palomas y en invierno iba a retirar las viejas suciedades originadas en el verano por las heces de los pichones anidados. En invierno no se les daba de comer y por tanto no podían criar. Yo gozaba en compañía de mi tío José viendo a las palomas inquietas Al llegar la primavera, se colocaban restos de paja para que volvieran a rellenar los nidos para obtener la comodidad de las cría de las palomicas que empezaran otra vez a nacer. ¡Cómo recuerdo a mis noventa y pico de años, de aquellas visitas acompañado por mi tío José María!. Ahora las palomas vuelan agrupadas en diversas bandadas por el cielo y descansan en la Torre del Pueblo y en los tejados de las Escuelas y en el Almacén del Castillo. La Guerra todavía no se ha terminado para las pobres palomas y todos los días las veo volar por todos los tejados de mi pueblo.

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