Juana
Coscujuela nos ha regalado a los altoargoneses una narración autobiográfica
necesaria para dar a conocer de forma amena como se vivía en nuestro medio
rural desde hacía siglos, hasta hace unos pocos años, atreviéndome a añadir que
todavía quedan gentes (muy pocas) que viven como ella nos describe. Los niños
quizá sean una excepción, pues sus padres, para evitarles las miserias que pasa
nuestra autora, procuran llevarlos a la escuela o los mandan a escuelas
internados como el de Barbastro. Los hechos narrados se desarrollan en el
Somontano y dentro de él en la zona concreta de Adahuesca, pero pueden hacerse
extensibles a muchos niños de otras comarcas altoaragonesas y de otras regiones
españolas.
Cuando
uno acaba de leer esta obra, encuentra natural el éxodo que han sufrido
nuestros pueblos y comprueba que las gentes no han huido por desamor a su
tierra, sino por la encadenada sucesión de miserias que padecieron. ¡Cuántos volverían si tuvieran medios de vida!
El
padre de Juana ya ”s’eba prometíu” al venir de Cuba que nunca más saldría de
casa más lejos de “Balbastro u Huesca”. Por mal que lo pasase en “o lugar, le
sapeba más güena una sardina allí que un
pollo en otro “puesto”.
¡Cuántas
veces arrojó el destino a Juana Coscujuela de su tierra natal!. Puedo hablar de
su tierra prenatal, pues ya sus padres antes de nacer ella tuvieron que ir a
Francia, donde nació en 1910.Tuvo que ir a vivir a Huerta de Vero, salió al
Hospicio de Huesca y por fin a Barcelona.
Su
obsesión, ya lo fue de su padre; fue volver, volver siempre. Fueron quedando
las vidas de sus seres queridos en el empeño, pero Juana no ha vuelto; no ha
vuelto a vivir en Adahuesca con su
cuerpo pequeño pero cereño, pero ha dejado escrito en la fabla de su tierra, un
libro que describe la vida de las gentes de su pueblo. Y le ayuda a ser tan
real lo que narra, el hecho de expresarse como lo hacían los protagonistas
Estamos
haciendo exposiciones de fotografías de aquellos años, pretendiendo comprender
a nuestros predecesores en el vivir sobre nuestro suelo, con solo mirar sus
imágenes y hemos despreciado su fabla, su lengua que constituye el espíritu de
un pueblo. Juana no ha vuelto en carne mortal a nuestros lares, pero ha vuelto
de Barcelona, donde ha perdurado incontaminada, su identidad somontanesa, con su fabla y más que con su fabla, con la
descripción de la terrible lucha que por la vida llevaban entonces los
hombres,las mujeres y sobre todo los niños y las niñas de nuestros pueblos, pero
ha vuelto en forma de libro.¡Qué niñez tan triste la de aquellas
criaturas!.Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor y que los primeros
recuerdos son como ilusiones pasadas, como verdes hojas caídas del árbol del
corazón, pero, ¿cómo sería la niñez de Juana cuando, como declara ella misma que
la recuerda “con un cierto rencor y desagrado”?.Esta declaración podría hacer
pensar a alguno que Juana es una persona rencorosa, pero nada más lejos de la
realidad, pues a lo largo del relato deja entrever una sensibilidad exquisita e
incluso dos veces dentro de sí, declara que en otras tantas ocasiones, al
sentirse bien tratada, se comportó como una niña modosa y manifiesta la
satisfacción de sentirse persona. Al leer esos pasajes me acordé del Cid cuando
exclamaba ¡Dios que buen vasallo si obiera buen señor!. Además demuestra
sentido del humor, riéndose de sí misma, cuando dice que al nacer “yera una zagala fiera, negracha, gordota y
tagüenca”.
Juana
además de Juana es Coscujuela. Este apellido Coscujuela o Cosculluela es el
diminutivo de coscojo en Castilla, coscollo en aragonés. Esta planta es como
una carrasca pequeña, que se cría en tierras pobres y tiene sus hojas con
aguijones, que la hacen arisca para que las cabras no se coman los brotes. Juana
y el “coscullo” o coscojo o la pequeña ”cosculluela”,
se crían en tierra pobre y ambos recibían la agresión de cabras y de cabritos
salvajes y a veces diabólicos. La Cosculluela con sus hojas abrasivas se
defendía y Juaneta se tuvo que hacer
agresiva, respondona y terca como procedimiento defensivo contra un medio
humano hostil, como lo es en todos los sistemas cuyo principal problema es la
supervivencia. De no adoptar esa actitud hubiera muerto, como su hermana
Auroreta y su tato Trebiñer.
¿Acaso
gra parte de la violencia que hoy se genera en los barrios periféricos de las
grandes ciudades, no tiene su origen en la lucha por la vida en un medio
económico tan difícil, como en el Somontano en años de sequía y malas cosechas?
De
cómo se vivía en aquellos pueblos tenemos noticia por nuestros mayores y por
nosotros mismos. Aunque no todas las experiencias sean malas, si lo son la
mayoría y los hechos nos lo demuestran, no basten mis palabras, cuando vemos
tantos pueblos abandonados, tantos semipoblados y en conjunto comarcas enteras
con unas pirámides de población en forma de seta, formando un delgado pedúnculo
de niños y jóvenes y un sombrerillo ancho de adultos y viejos. Tenemos también
noticia kpor nuestros escritores costumbristas López Allué y Salvador María de
Ayerbe. El primero era de Barluenga, pueblo donde nació José Almudévar Altabás y el segundo de Radiquero, pueblo al
lado de Adahuesca, donde nació la madre de Juana. Los dos describen las formas
de vida de nuestros antepasados con pluma magistral; los dos eran de “casa
güena” y nos dan una visión real de aquella situación, pero un tanto
nostálgica, folklórica y a veces idílica, porque ellos la sentían pero no la
sufrían. Introducían en sus relatos frases en nuestra fabla, pero no sé hasta
qué punto la consideraban como suya, cuando de hecho jamás la estudiaron, o la
añadían a la narración para tratar de hacerla más real, usándola como un
componente más de la escena en que aparecía el burro, en todas partes igual, el
cacherulo, el chinebro, la carrasca, la “cavera” y el “m’en voy ta casa”.
No
por lo expuesto trato de despreciarlos, sino de analizar su obra para después
compararla con la Juana, obra de la que, por otra parte, soy un ferviente
admirador. En López Allué se destaca la capacidad de narración amenizada con un
gran sentido del humor y en Salvador María de Ayerbe el afán de perfeccionismo
literario, su humanidad, su amor a la tierra y su fina sensibilidad. De ello
dio pruebas al dejar herederos de su hacienda, más bien de su patrimonio, a los
arrendadores que lo habían trabajado durante largos años,en lugar de
transmitirlo a sus parientes.
No
quiero dejar de mencionar a Arnal Cavero, que como buen maestro de escuela de
aquellos tiempos vivía muy cerca del pueblo y describe como el hombre y el
medio formaban un ciclo, en el que el hombre se daba a la tierra y ésta al
hombre. De todas formas el hombre se daba todo y la tierra, al ser pobre, daba
lo poco que podía dar. Arnal Cavero tuvo un interés especial por la fabla, que
escribe con más corrección y más fidelidad que López Allué y Salvador María de
Ayerbe. Se preocupó también de recoger un léxico que es totalmente fidedigno. Su
profesión de maestro, como he dicho, influiría seguramente en su obra…
Del
pueblo, también recibimos noticias por vía oral de aquel género de vida, pero
el pueblo escribe poco, quizá porque lo considera cosa de oficiales y siente
vergüenza de poner de manifiesto lo poco que escribe. El “Concello d’a Fabla
Aragonesa” tiene el mérito de haber dado a la luz obras como la de José Gracia,
de Cleto Torrodellas (ferrero de Estadilla ),ambos hombres sencillos.A ellos
viene a añadirse hoy la obra de Juana Cosculluela,de la que tengo que
manifestar e primer lugar que la he leído de un tirón, cosa que me ha ocurrido
pocas veces.
Con
esta afirmación no pretendo engañar a nadie, para que la compren, porque
independientemente del valos intrínseco de esta obra, en mí ha revivido tal
cúmulo de recuerdos y de vivencias que han sido como un reencuentro con mi
Somontano y con sus gentes y ha constituido un motivo de reflexiones muy
profundas sobre nuestra identidad aragonesa y española, sobre las causas de
nuestra decadencia y sobre los modos, maneras y sistemas que hemos de emplear
par que nuestra tierra no sea una madrastra, que nos arroje a la emigración. Esas
impresiones han producido en mí y creo que la producirán en todos aquellos ,que
como yo, conozcan por experiencia propia, nuestro Alto Aragón.
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