sábado, 10 de febrero de 2024

El Mesón.-

                            



Los hombres siempre se han desplazado de un lugar a otro. Ahora vemos a los turistas que viajan, unos andando,  como por ejemplo lo hacen por el Camino de Santiago, otros en moto o bicicleta, en automóvil o en autobús y algunos en avión.

Alrededor  de las ciudades hay un continuo movimiento, ya comercial, industrial,  menestral, turístico, escolar, sanitario o burocrático.

Ya antes del automóvil y cuando éste se empezó a desarrollar existía la circulación por los caminos y carreteras que conducen a Huesca y desde ésta se iba al Norte, al Sur y a todas partes. Yo me acuerdo de una charla de José Antonio Llanas, en la que comentaba un viaje que hizo con su padre, en un automóvil recién estrenado, en los años veinte, desde Huesca a Barbastro. Tenían que pasar por el puente sobre el Alcanadre, teniendo que bajar cerca del río y luego volver a subir. Lo pararon, por lo que parece para cobrarles el paso, pero a pesar del temor que sufrieron de no poder iniciar la subida, salieron victoriosos de su automovilística aventura.

Siétamo, ya en tiempo de los romanos tenía una vía, en la que se encontraba en el millar séptimo, como en su límite cercano a Loporzano, estaba el quinto (Quinto) y antes de llegar a Huesca, estaba el tercero, es decir Tierz. Esta vía ya tiene alrededor de los dos mil años y los ilergetes, que ocupaban desde Lérida hasta Huesca, ya tendrían caminos coincidentes con ella. Luego esa vía se convirtió en carretera.

¡Cuántos carros y galeras pasaban por esa carretera!.Unos llevaban mercancía, como aquellos que venían de Bespén o de Torres de Montes e iban cargados de vino a Canfranc,  para vendérselo a los franceses. Allá en la frontera, a veces, tenían que añadirle agua al vino para rebajar su grado, pues la cantidad de alcohol que obtenían nuestros caldos no era aceptada en Francia.

José Borau, de Torres de Montes, pasaba la frontera e iba a Pau, llevando vino en lo que se denominaban bolsas, que eran simplemente pipas colgadas con cadenas, debajo del carro, una delante y otra detrás,  pero no era eso todo, pues llevaba, además, cuatro pipas encima. Todavía conservan los Borau, un pequeñísimo platillo de plata, con un asa y que usaban para introducirlo en los contenedores de vino y probarlo a continuación. En el año 1914, los franceses pedían mucho vino, tanto que,  por ejemplo, en casa Catalán de Angüés, cargaron en un años quinientos nietros ( de ciento sesenta litros).Echaban  yeso en las uvas de las que iban a extraer el vino, sobre todo el tinto, que mataba el gusto áspero del orujo y daba al vino un color como la sangre del toro bravo. Otros usaban para su desplazamiento los coches de caballos, que venían e iban a Barbastro, pero no todos los utilizaban, sino que se subían a sus propios carros y si había alguna galera, dispuesta a marchar, algunos se apuntaban. Iban a buscar su silleta de la iglesia, para viajar sentados y cómodos y así iban a Huesca, entre jotas, chistes, cuentos, tragos y alegría. Hoy, tiempo de turismo, existen muchos hoteles, fondas y locales dedicados al turismo rural, pero entonces, en mi niñez, existían los mesones, las posadas y las ventas,  en las que descansaban los negociantes, los tratantes,  los que transportaban las mercancías y en Siétamo estaban la Posada y el Mesón. El viejo Mesón, que está situado junto a  la Vía Miliar; por su parte posterior y justo, por delante, pasaba la carretera N-240. Esa Vía Miliar cruzaba el río Guatizalema, que tendría otro nombre en tiempos romanos, luego subía al pueblo y más tarde se convertiría en cabañera, que iba a salir por debajo de la iglesia, al castillo de los Castro y después de los Aranda.

Más tarde, cuando hicieron la carretera, el alcalde que entonces era Rafael Sipán, convenció a los electores de la necesidad de que pasara por delante del Mesón, evitando la circulación por el centro del pueblo.

Y allí estuvo el Mesón de Siétamo, durante muchos años, dirigido por el abuelo Ciria, procedente de casa Calvo de Siétamo. En las cuadras dejaban las mulas, donde, por cierto también dormían los muleros o mulateros, ya en un saco de paja o en la misma pajera, que era grande y estaba donde, ahora arrancan las escaleras que suben al comedor. Basta recordar un poco para saber como vestían aquellos carromateros, o, fijarse en la fotografía que se acompaña, donde vemos al Campechano de Casbas con su boina puesta, con su blusa negra y con el látigo, que usaba para dirigir las caballerías. Había algunas habitaciones para ciertos viajeros especiales, pero no eran muy usadas, pues Francisco Lera Mendoza, yerno del abuelo Ciria, dormía también en la pajera. Lo mismo pasaba con las comidas, pues si bien alguno consumía la comida del Mesón, casi todos los carromateros llevaban su propia comida, pero sin embargo, se vendía bastante vino, del que eran productores en las viñas de Valderrey y de Peiró.

¡Qué jaleo había en el Mesón, donde guardaban caballos para cambiárselos a los coches –correo!. y además algunos viajeros bajaban, bien para comer un bocado o a beber un trago de vino, pues el viaje de Barbastro a Huesca y el inverso eran un poco pesados. Ocurría aquí lo mismo que en la posada de San Miguel de Angüés o más tarde en la de Siétamo. Pasaban además por el Mesón los carromateros de Casbas, los de Torres de Montes, Gabino Paul de Junzano, Jordán de Azlor y el Campechano de Casbas.

Hubo una época en que el ser mesonero, daba menos dinero y muchos carromateros, se dedicaron a volqueteros, como el mismo Borau que mandó unos cuantos volquetes, a las órdenes de Lucán de Las Casetas de Quicena, para llevar o sacar tierra del Pantano de Belsué. También se dedicaron a volqueteros los dueños del Mesón, que eran María Ciria Sa, hermana de Antonia Ciria de casa Calvo de Siétamo y casada con Francisco Lera Mendoza de Albero Alto. Los volquetes eran distintos de los carros, porque su caja se podía vascular, con lo que descargaban los volqueteros con gran facilidad.

La hija de José Lera de Albero Alto y de María Ciria Sa, se llamaba María y se casó con un notable agricultor de Monzón, yéndose a vivir con él, dejando su Mesón al cuidado de Antonio Oliva y de su esposa María Bescós.

Parecía que aquel Mesón lo seguía siendo, pues allí acudían acogidos por la pareja, pescadores,  cazadores y caminantes.

Hoy el hijo de uno de aquellos carromateros de Torres de Montes, recordando los ratos pasados en el mesón, lo ha rebautizado con su mismo nombre y lo sigue dedicando al placer de los que por delante de él, pasan cada día.

Yo no podía parar en el Mesón, porque iba a Huesca y después de la Guerra, dejaba el carro y la burra en la Posada de Laviña, situada hasta hace poco tiempo en la Plaza de Santo Domingo. Hoy, gracias a Dios, podré acudir a pasar el rato en el famoso Mesón de Siétamo.

 

 

 

 

 

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