jueves, 22 de febrero de 2024

Historia y Prehistoria, (¡por lo que he visto!) i





Dando vueltas por alrededor de Huesca, se da uno cuenta de cómo corre la Historia sobre este mundo. Un cementerio es un lugar triste, donde acabaron y acabaremos los seres humanos y uno observa  que hay varios cementerios, todavía visibles, en esta ciudad. Camino de Zaragoza, es decir en la carretera de Zaragoza, se encuentra el actualmente, principal cementerio de la ciudad de Huesca. De cara a su entrada principal, ya ves a tu izquierda, casi en la esquina, cerca  del ángulo, formado por la fachada principal y la larga pared que cierra este gran cementerio por el  Oeste, una puerta que se abre para entrar en el Cementerio Civil, en el qué, entre otros, reposan los restos del inglés que trabajó en el próximo Monte Agrícola de San Luis y uno de los dos oficiales militares, que intentaron proclamar la República. Pero siguiendo la línea que avanza hacia el Este y mira hacia el Sur, se encuentra la puerta principal de hierro, que suele recibir, cada día, a todos los difuntos, mejor dicho a la mayoría de los difuntos. Y digo a la mayoría, porque algunos, como un francés, que poseía una casa en el Coso Alto,  ordenó  que sus cenizas fueran echadas en el suelo de su finca, que poseía y ahora es de sus hijos, entre la carretera de Apiés y una cabañera, que sube a la Montaña. Las ovejas reposaban su marcha desde allá arriba, hasta la ciudad de Huesca, en un corral, que tenía preparado.
Es frecuente enterarse de que algunos difuntos, cuando todavía vivían, dispusieran ser  incinerados, y sus cenizas fueron lanzadas, por sus herederos, a los bosques o a los prados del Alto  Aragón y por la tierra descansan sus restos.
Bajando del Cementerio Municipal, no por la carretera, sino por un camino, que deja encima de él, el Cerro de San Jorge, hay una colina, en la que hay jóvenes que patinan o que saltan por encima de tableros, que ellos mismos montan y están sus tierras movidas, por sus saltos y por el roce de dichos tableros, cuando en viejos tiempos, reposaba aquella tierra como se hace con la de un cementerio. Y allí pudieron  hacer  lo mismo los huesos de los judíos oscenses, muchos de los cuales vivieron en la Judería, que luego le pusieron el nombre  de Barrio Nuevo. En el Cerro Oscense de Las Mártires, se visita otro Cementerio, en que para la Guerra Civil, se enterraban los que morían o eran asesinados en Huesca por esa Guerra o por la Política, que hace, muchas veces,  que los hombres se odien unos a otros. Entre tanto,  en el Cementerio principal, los que estaban esperando entrar a dominar la ciudad de Huesa, vaciaban algunos nichos, que miraban a la Capital y se metían en ellos, unas veces para dormir y otras para disparar. Muchos fueron en otros tiempos enterrados en las iglesias, como el propio Miguel Cervantes Saavedra, lo fue en la capital de España. En uno de nuestros pueblos provincianos, una joven, cuando iba a misa, se colocaba en la iglesia, al lado de una columna, en cuyo interior estaba enterrado un antepasado suyo. Ella no se enteraba de que rezaba al lado de su antecesor, hasta que se descubrió que su antepasado era el que reposaba, todos los domingos, junto a ella. En las iglesias, como ahora en la Catedral de Huesca, son enterrados los que lo desean. Antiguamente se hacía lo mismo, como en la Parroquia de Loporzano, en la que hay sepulturas de diversas familias, como la de Almudévar. En Siétamo, en su parroquia se encuentran enterrados Azaras y Almudévares y yo no sé  si descansa en el presbiterio, uno de los Marqueses de Torres y Barón de Siétamo. No se sabe dónde, pero está escrito que un Abarca de Bolea, allí descansa. A lo largo de la Historia se cambian de lugar cementerios, que estaban junto a las iglesias de los pueblos y que, trasladaban los cadáveres de los difuntos a nuevos lugares de descanso, como se hizo con el de Siétamo.
El Monte de Siétamo se transformó todo él en un cementerio, durante la Guerra Civil y tuvimos noticias de que cerca del río Guatizalema, en su orilla izquierda fue fusilado el sacerdote de veintiún años, que se llamaba ¿Antonio Vilellas Juste?, de Alquézar. Pero no fue sólo ese rincón de monte, el lugar donde fueron acribillados a balazos muchos “rojos y blancos”, sino por todas partes. Mi doble pariente, el ya difunto, Don Jesús Vallés Almudévar, al que le fusilaron en Fañanás los “rojos”, a su madre y a su hermano de unos catorce o quince años, se hartó de deseos de enterarse de noticias de las muertes, que se produjeron, cuando entraron los gubernamentales en el  pueblo de Siétamo, y él  allí se dirigió,  caminando desde Fañanás. En el camino, relata en su escrito, que casi continuamente, saltaban cuervos de los cadáveres, que estaban ingiriendo. Yo tengo un relato de Jesús Vallés, que me dio,  antes de morir, y yo querría que se editara dicho libro. ¿Cómo podría yo editar ese libro trágico y bello?.
Yo, en el supuesto lugar donde fusilaron a  mosen  Antonio Vilellas Juste, estuve buscando con un periodista madrileño, con un aparato electrónico, su cadáver, pero no lo encontramos. Hace muy poco tiempo, me enteré de que los que lo fusilaron, mandaron eliminar de la superficie de la tierra, los restos de los muertos y efectivamente no encontramos ni un solo hueso. Cerca del pueblo desaparecido de Sexto, en el monte de Siétamo y en la Vía Romana de Huesca a Alquézar, encontramos una tumba pétrea de los romanos.
Estos son los recuerdos que tengo que contemplar para darme cuenta del paso de la muerte por la zona donde yo nací, pero todo el mundo está lleno de recuerdos del hombre, que pobló nuestra tierra. Sí,  porque en cualquier momento te encuentras con un cementerio, que no sabías que existía. Por ejemplo, al lado del actual camposanto, donde yacen varios de mis antepasados y hermanos, pasaba un tractor arrastrando una cuba de “purín”, y sus ruedas se clavaron en el suelo, dejando en evidencia varias tumbas. Eran originales, porque todas ellas miraban al Oriente y allí estaban descansando los huesos de distintos cadáveres de moros que estuvieron en nuestra tierra, entonces de ellos, hasta el año de 1614, poco más o menos. Esos moros de Siétamo hicieron parte de la Historia, pero la desconocemos, como si se tratara de Prehistoria. Alguna vez nos encontramos por el monte, monedas ibéricas, en muchas de las cuales aparecen jinetes sobre caballos ibéricos. Dicen que uno de los Barones de Siétamo, coleccionaba monedas ibéricas y romanas, de las  que todavía se encuentra alguna.
Por estas tierras han vivido los humanos en la Prehistoria. Luego llegaron los vasco-ibéricos, los godos, los romanos y los moros.
Ahora, nos acordamos de nuestros antecesores  prehistóricos de los que se encuentran restos muy antiguos, naturales, en los que todavía hay que estudiar su significado.
Antes de la época en que se vivió la Historia, cuando vamos por el monte encontramos  en muchos lugares, molinos de mano de piedra, que se usaban con facilidad y piedras prehistóricas, como hachas, martillos u otras, arcos con flechas, que se lanzaban contra el enemigo o contra piezas de caza.
En el Alto Aragón, se destaca el encuentro de una variada conservación en el terreno de piedras salientes o emergentes de la Tierra. En esas piedras  el hombre ha visto, representaciones de figuras humanas, de las que algunas de ellas han hecho resaltar aspectos ginecológicos y obstétricos. Dicen que este gran Museo Natural,  baja desde el Somontano de Guara  a los Monegros.
Yo, como nacido debajo de Santolaria, pueblo serrano, al que veo allá arriba, desde la puerta falsa de la vaquería de mi casa de Siétamo y por debajo se distingue el Monte de Piracés, he contemplado varios de esos monumentos naturales. Esos monumentos suelen ser rocosos, en que los hombres primitivos en esas rocas tallaban órganos sexuales o fertilizantes, unas veces masculinos y otras, femeninos. En aquellos viejos tiempos, ¡cuántas ceremonias representarían hombres y mujeres juntamente!. Esas cuevas fertilizantes estaban talladas en las rocas, y parecidas a órganos sexuales femeninos y en ocasiones se encuentran falos u órganos masculinos tallados en las piedras.                                                   
También desde una ventana de nuestra casa, que asoma al Norte, se ve en la misma Sierra de Guara, Santolaria. Para subir a este noble pueblo, sólo hay que bajar a la calle y subir por la carretera de Castejón de Arbaniés, hasta Arbaniés. En este pueblo se alza una bella iglesia, que tiene en sus paredes pinturas románicas. Encima del arco pétreo que da entrada en una casa, se asoma una antigua Cruz, llamada Lauburu, en vasco, como también es vasco el nombre de Arbaniés. Se puede subir por el Monte de Carrascas de Siétamo que pasa al de Bandaliés, y llega al camino que va desde Ayera, hasta Nuestra Señora del Viñedo. En una fuente que hay delante de la iglesia, están picados en piedra los nombres de los pueblos que pertenecen a Nuestra Señora del Viñedo y entre ellos se encuentra, ya un poco gastado, el nombre de Siétamo.     
Encima de Ayera, se alza Santolaria o Santa Eulalia la Mayor y desplazándonos al Este, llegaremos al Pantano de Vadiello. Aquí existía un pueblo que desapareció hace ya muchos años, que tenía el mismo nombre que ahora le dan al Pantano. Al lado de Santolaria se encuentran las ruinas de un pueblo ya desparecido, que tenía el nombre vasco de Isuarre. En la Edad Media el noble dueño del lugar, estaba luchando para reconquistar Aragón y en ese periodo, subieron los moros a Isuarre y mataron a sus pobladores.
Debajo de Santolaria, en el Pantano de Vadiello, dicen, que ahora, cubiertas por la aguas existen cuevas, como La Cueva de la Reina Mora, en la que había restos de la Edad de Bronce. ¿No estarían esas cuevas relacionadas con los Mallos, también de nombre vasco, de Ligüerre?, porque en aquel mundo prehistórico al lado de los  mallos, grandes o pequeños, se encuentran cuevas. Este nombre vasco, ¿no tendrá un significado parecido al de la Peña Guara?. ¿No darían aquellos hombres primitivos un significado fecundador a aquellos Mallos enormes, sobre los que los buitres se paran, como mensajeros  de la Naturaleza?. Parece que los actuales hombres, creando el Pantano han añadido a los cultivos actualmente, una dotación de fertilidad, para facilitar la fecundidad que ayudaba a las primitivas fincas.  Por aquellas rocas, en lo más alto de ellas y en lo más bajo, a orillas del agua, hacen su vida rústica, cabras, que huyen de la vida bajo el poder de los hombres, ¿No verían los frailes de Montearagón, en la Virgen del Viñedo o del Viñero, en aragonés, ya en pleno seguimiento del Cristianismo, el punto de oración no ya de los buitres, sino de los hombres primitivos  que practicaban la fertilización en la  agricultura y en la ganadería prehistóricas?.
Santa Eulalia la Mayor o en aragonés, Santolaria, está en lo alto de la Sierra y con camino  para poder llegar a Nocito. Bajando de este pueblo de hermosas vistas, nos encontramos con el pueblo de Castilsabás, donde destaca Casa Vallés, con dos escudos en su puerta, a saber uno el de Vallés y otro el de Almudévar. ¡Cómo se señalaron los Vallés con los Almudévar y éstos con aquellos!, pues así como los Vallés colocaron en su puerta el escudo de Almudévar, éstos en la escalera de su casa de Siétamo, colocaron en escudo de Vallés. Frente a Castilsabás, aparece la Romántica y bella Ermita de Nuestra Señora del Viñedo o del Viñero, en aragonés. Esta Ermita se encuentra de estilo barroco, porque el pueblo quiso conservarla, cuando su creador, a saber el Monasterio de Montearagón, fue entregado al Estado. El pueblo sencillo, colgó en la iglesia de Nuestra Señora, una poesía escrita en Fabla Aragonesa. Dentro de la iglesia, en sus muros, leí unas letras en que daba noticias piadosas de la señora Almudévar, nacida en Siétamo y casada con un Vallés. Desde Casa Vallés y la Ermita del Viñedo, se miran constantemente. Y se ve, como el pueblo amó y ama a la Virgen del Viñedo, porque cuando la Guerra Civil de 1936, profanaron  la imagen de su patrona y tiraron su cuerpo a un pozo de agradable aspecto, al lado de la puerta de la iglesia. Los fieles a la Ermita, sacaron el cuerpo de la Virgen, del pozo y lo restauraron y ahora cuando subes desde Siétamo, te da la impresión de que la Virgen te sonríe.
En medio de la plaza en que se asienta la Ermita, hay un jardín, rodeado de piedras talladas con los nombres de los pueblos, que son miembros de su Cofradía. Entre ellos se encuentra el nombre esculpido de Siétamo, trabajo artístico, realizado por mi amigo de Angüés, que vive en Siétamo y que se llama Rafael Palacio. Está encima de la Ermita, un edificio grande, que fue en otros tiempos un molino colectivo de olivas. Sus dueños eran de Santolaria, de Castilsabás y todavía se conservan en sus paredes unos carteles en los que está escrito en nombre de cada uno de los dueños de las olivas, que se iban a moler. Hay un enorme poste, convertido en una pieza de madera con la que aplastaban las olivas. Sus dueños aportaron su propiedad a la Ermita y uno de ellos, dejó para la Ermita un hermoso olivar, contiguo, en el que aparcan multitud de coches. ¡ Qué pena que no recuerdo en este momento el nombre de este piadoso Señor!.
Casi no quedan habitantes en la “redolada” de la Ermita, pero queda una señora, que tiene por nombre Consuelo, nacida en el inmediato pueblo de Castilsabás, que con sus más de noventa años, en lugar de vivir en su propia casa, hace compañía a Nuestra Señora, en la Ermita. Pero se acuerda de los seres vivos, como los gatos, que viven todavía, en su casa natal. A ellos iba a verlos, llevándoles su comida diaria. Ella es la Santera del Santuario y acompaña a los que dirigen la oficina y la librería de libros y papeles históricos de la Comarca y trata con respeto y con cariño a los turistas o peregrinos, que van a la Ermita a ver el arte y la historia del edificio o a rezarle a la Virgen, que fue perseguida al tirarla al pozo. En aquella tierra del Viñedo, se proporciona un buen vino al que quiere comprarlo. La Santera convive con la Virgen, con la iglesia de estilo barroco, con el paisaje serrano de la Sierra de Guara, con Santolaria, con Castilsabás y acoge a todos los turistas y peregrinos que por aquel paisaje van llegando. Entra esta Ermita en la Historia, cuando el elevado monasterio de Montearagón fue abrasado por su dueño, que lo compró en la Desamortización.
Pero sin olvidarse o al menos haciendo recordar la Prehistoria de esa comarca, que,  para mí, empieza en los Mallos y cuevas del Pantano de Vadiello, sigue por Castilsabás y por Ayera, continúa por Arbaniés (de nombre también vasco) y tiene que enseñar cuevas y elevadas piedras, que yo ignoro su nombre, en Siétamo, en Pueyo de Fañanás y debajo de Novales, sobre Piracés. Aquí se encuentran restos prehistóricos, que causan admiración a los turistas y a los hombres de Ciencia.   
Cuando se visita la Ermita del Viñedo, se siente una inquietud, porque siguiendo por aquellas tierras en que se exhibe la Prehistoria, se está también acabando  la Historia de Ermitas como la de San Fertús, en Castilsabás y la de San Esteban cerca de Ayera. Pero allí se juntan las alturas de Guara, los no tan altos Mallos de Vadiello, el pueblo de Santolaria o Santa Eulalia la Mayor. En este lugar dice la leyenda que vivía un Rey Moro, que tenía prisionera una hija, en la torre de un castillo, que todavía está en aquellas alturas. Y hay que tener en cuenta, las citadas elevadas alturas, que en el Viñedo ya comienzan a ser más llanas y cruzando la carretera que lleva al Pantano de Vadiello, por tierras de Castilsabás, encontraremos la Ermita de San Fertús (en Castilsabás) y próximas, pero que pertenecen al antiguo pueblo de Ayera; se está apagando la arquitectura románica de la ermita de San Esteban y todavía se eleva la Piedra de los Moros. Desde Fertús, se ve la elevada cumbre del Tozal de Guara y da la impresión de hallarse en un paisaje de leyenda. En la Piedra de los Moros, en el Monte de Ayera, debajo de Santolaria, se ven las huellas, que dejó la mora prisionera en el Castillo de Santolaria, con su salto desde él, hasta una especie de fosa vecina a la Piedra de los Moros. En dicha fosa se contemplan huellas de pies de la mora. Se ve una relación de Santolaria y la Sierra de Guara, donde se asentaba, según aquellos hombres antediluvianos,  la fertilidad de la humanidad y la de los vegetales. En la Peña de los Moros se alza un falo de cuatro metros de altura y se ve un útero monumental. Ese útero se usaba para fecundar a las mujeres y a los granos de cereales, que se depositarían en aquellos agujeros y se sacarían para ser sembrados, ya que, según sus ideas, la piedra fecundaba las semillas.  Entre Ayera y la Ermita del Viñedo se da ese paraje rupestre, que como acabamos de anunciar está formado por  una Piedra de carácter fálico, acompañando a un gran “bloque pétreo”, que fue en tiempos lejanos, trabajado por todas sus caras. En dicho bloque se encuentran cías, restos óseos, aljibes y otros que resultan de difícil interpretación. Muy próximas a estas disposiciones técnicas primitivas, se encuentra la Ermita del siglo XIII y a su lado, hay un cementerio del siglo X, donde todavía deben de quedar restos de moros. Todo este paisaje está rodeado por un bosque de carrascas.

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