El día tres del mes de Septiembre de este año de 2012, los albañiles de Siétamo, sacaron a la luz una bomba de cañón entera y sin sufrir más daño que los que el tiempo produce en el hierro, enterrado bajo tierra, y hoy, día cinco, cuando todavía estaba yo, escribiendo y comentando “reliquias”, producidas por la Guerra Civil, escribiendo de los cañones y cañonazos, me dijeron los hermanos Gabardilla, Jose Angel y Jorge, que ha aparecido otra, muy cercana a la primera. Dicen que pertenecen ambos proyectiles al siete y medio. Han aparecido estos proyectiles en la parte oriental de Casa Palacio de Agüero, en la que nació su madre, Nieves.
sábado, 5 de abril de 2025
Cañonazos en Siétamo, durante la Guerra Civil (1ª Parte)
Sender en su libro, se lamenta de la destrucción que causaron los cañonazos de los sublevados, concretamente en Siétamo, aunque parece dejar esa afirmación en duda, ya que dice: “No sé lo que los cañones sacrílegos de Montearagón dejaron en pie en Siétamo. Si dejaron algo”. El escribió sobre esa destrucción, después de huir a Méjico, donde estuvo refugiado durante catorce años, para pasar a continuación a los Estados Unidos. La guerra Civil no la pasó él en Aragón, sino en Madrid, de modo que oyó hablar del asedio de Huesca, y no tuvo seguridad de lo ocurrido en su tierra aragonesa. En el libro de Sender, titulado “Monte Odina”, pone: ”Incluso en sitios tan tardíamente recuperados como Siétamo, cerca de Huesca, de la casa de Bolea, Aranda, Abarca…y últimamente de amigos míos. Digo últimamente pensando en tiempos anteriores a la guerra civil”. Los amigos de que escribe Sender, fueron en su memoria el Conde de Aranda Don Pedro Pablo Abarca de Bolea, pues escribe del Castillo: “Realmente es un enorme caserón con más de palacio señorial que de castillo guerrero, desde que el Conde, fundador de la fábrica y cerámica de Alcora, lo convirtió en casa de labor”. He dicho que Sender era amigo “en su memoria”, del Conde de Aranda, porque éste murió en los finales del siglo dieciocho y le guardaba respeto y admiración, entre otras cosas por ser un creador, entre otras muchas, de la fábrica de cerámica de Alcora, pero estuvo Sender, gozando ”últimamente de amigos míos. Digo últimamente pensando en tiempos anteriores a la guerra civil”. De mi difunto padre recogí yo datos de la amistad entre el padre de Ramón J- Sender y el mío propio. El padre de Sender era, director del periódico oscense “La Tierra”, del que mi padre era copropietario con otros oscenses. En ese periódico trabajó en algunas ocasiones Ramón J. Sender. Mi padre comentaba las conversaciones que tuvo con Sender padre y su hijo Ramón J. Sender, del que acabo de escribir sus palabras, que se refirieren a los dueños del Castillo, a saber los Almudévar de Siétamo:” y “últimamente, (el castillo) de amigos míos. Digo amigos míos pensando en tiempos anteriores a la guerra civil”. En aquel castillo que “realmente es un enorme caserón con más de palacio señorial que de castillo guerrero”, estuve yo con frecuencia, cuando tenía cinco e iba a cumplir seis años de edad. Iba con mi tío José María que me subía cuando iba a llegar el invierno, a quitar los nidos de las palomas que teníamos en el último piso, para que con la falta de alimentos en los montes de Siétamo, las parejas de palomas, dejaran de criar pichones, expuestos a morir de hambre. En las distintas habitaciones del castillo, llegaron a vivir hasta catorce familias, según mi padre. Y según la hoy difunta madre de un albañil notable que trabajó en las dos torres del Pilar de Zaragoza, que miran al río Ebro, me habló hace poco tiempo de la vajilla antigua ,que se encontraba todavía en el castillo.
Sender, en América, continente lejano de su tierra, no tenía noticias concretas de lo que pasaba en esa cruel guerra. Se acordaba con cariño del Conde de Aranda, precursor del progreso en el siglo XVIII, pues como dice el mismo Sender, convirtió el Castillo guerrero en una, entonces moderna explotación agraria, como se ve al contemplar el almacén de productos agrarios, ya casi destruido, con fecha en su portal de 1747. El Conde participó en la guerra contra Portugal, en que pasó al dominio de España el pueblo de Olivenza; luchó por la paz en el mundo en las embajadas de Moscú, de Polonia y de París, se preocupó de la libertad, que él quería dar a distintos países de Hispano-América, pero al retirarse a Epila, cabalgando sobre su caballo, experimentaba el desarrollo de ciertas plantas pratenses, para llegar a una producción de carne, para el consumo de los españoles.
Se acordaba también Sender, de “ese castillo que me ha parecido siempre una fortaleza árabe o berberisca. Quizá porque el señor ( Manuel Almudévar Vallés, mi abuelo), que la vivía en 1920, era un modelo y ejemplo estupendo de caid o sheik, (más bien hacía luchar al castillo, por el progreso de la agricultura y de la ganadería), con su pálida cara ovalada, su barba tuareg, su tez de camellero del desierto y sus anchos y hondos ojos sombríos, en cuya fijeza, había sugestiones misteriosas y ancestrales”. Sus sugestiones misteriosas y ancestrales, consistían en convertir los viejos molinos del río Guatizalema en una, entonces, gran Fábrica de Harinas, en unión del ingeniero Bescós, padre de Silvio Kosti. Los tuaregs, habitantes anteriores de Marruecos, a los árabes, eran parientes de los íberos. Sender los había conocido en la Guerra de Marruecos y admiró su nobleza antigua, relacionada con los íberos españoles. A algunos adornos de las ansotanas, se les atribuyen un origen común con los tuaregs, así como a otros ropajes de los fragatinos. Aquellos años fueron una revolución de ideas, que confundieron al mismo Sender. Él amaba al Conde de Aranda y definía con un origen primitivo a mi abuelo, pero sus, en otros tiempos, apreciados comunistas y anarquistas, no pensaban como él y parece ser que Sender, no creía que los miembros de bastantes sindicatos, que invadieron Siétamo, fueran capaces de prender fuego al castillo, porque escribe: “Pero no puedo creer que el castillo-palacio de los Bolea (con sus muros de dos metros de espesor) se dejara arrasar fácilmente, aunque los cañones de Huesca eran gruesos morteros que disparaban granadas rompedoras de gran calibre”. Parece ser que a esos miembros de la revolución, les agradaba quemar los edificios, pues la señora Concha Ferrando Periga, alias “Concheta”, me contaba con cierta frecuencia, que un día se encontró con varios milicianos, que se dedicaban a incendiar y al ver que lo iban a hacer en casa de Almudévar, les dijo: “no se dan cuenta de que si queman este edificio , no tendrán donde refugiarse” y aquellos destructores dijeron, mirándose unos a otros: ”pues esta mujer tiene razón” y se marcharon sin quemarla. Durruti instaló su despacho, durante escaso tiempo, en el cuarto de costura, de casa Almudévar.
¡Cómo se ve el contraste entre la real quema del castillo por los anarquistas y su supuesta destrucción por los cañones de Huesca, pues a Siétamo, lo cañoneaban para conquistarlo, no los cañones de Huesca, sino los que venían de Barcelona. Estas dos ocasiones, la primera producida por la entrada en Siétamo de los milicianos de FAI, la CNT hasta el año de 1937, en que se dio al Ejército Republicano el poder de dirigir la guerra. Los cañonazos venían del oriente, es decir de la parte de Barbastro y en la segunda fase, cuando entraban los “nacionales”, provenientes de Huesca, de allí venían las balas de cañón, pero parece que los nacionales lanzaban los cañonazos, por encima del pueblo, para que cayeran en los campos del lado oriental. Por lo visto hacían como los aviones, que me explicó mi amigo y contemporáneo Rafael Bruis Vilellas, que volaban por encima del pueblo y lanzaban las bombas por fuera de él. Uno de esos aviones, tal vez averiado, aterrizó encina del Campo de Pablo Bibián, conocido en Siétamo por Pabler, siendo cogido preso el piloto, al que un batallón entero fusiló. El piloto se puso frente a que los asesinos y cuando dieron la orden de disparar, se volvió de espaldas y murió sereno, lleno de fe, en una futura paz para el pueblo español. Quedan, además de mis recuerdos, los de escasas personas que vivían en Siétamo, en aquella guerra. Entre ellos están Joaquina Larraz, viuda de Bruis y mi compañero en la Escuela Municipal de Siétamo, antes de la Guerra Civil, Rafael Bruis Vilellas. Eran diferentes el comportamiento de las ideas, que llamaban progresistas y el de los sencillos ciudadanos, que no buscaban la muerte de sus hermanos. Por eso, cuando, entre los que montaban las balas de cañón en la zona gubernamental, según he recibido noticias de personas enteradas, ponían una perrica, moneda de cobre de un céntimo entre la espoleta y la carga explosiva, de tal forma que, aproximadamente el cincuenta por ciento de los proyectiles no explotaban. Estaba España metida en una Guerra Civil, pero los que podían trataban de evitar la muerte de sus compatriotas, parientes y muchas veces hermanos.
Recordando los relatos de hijos de Siétamo, ya difuntos y de otros mayores de edad, como Joaquina Larraz, Vda, de Bruis, de ochenta y tres años de edad en este año de 2012, sí que hubo bombardeos sobre Siétamo, pero no sobre su núcleo, ya destrozado. Cuando ya perdía fuerza el cerco del gobierno y de los sindicatos, alrededor de Huesca, las fuerzas rebeldes, habían adquirido más fuerza y más poder, para lanzarse a reconquistar Monteragón, Siétamo, Barbastro y Barcelona. Entonces, sus cañones se disparaban no sobre sobre el núcleo de Siétamo, pero si muy cerca de él. Los civiles tenían que refugiarse, al principio en la “Caseta de los pobres”, ocupada por el pueblo, contra los cañonazos que venían, ahora, del occidente, es decir de la parte de Huesca. Pero a pesar de su aparente resistencia, sobre dicha caseta cayeron bombas, que a la señora Juana Periga, natural de Santolaria, por la chimenea le cayeron ruinas producidas por los cañones. Ellos no sabían si iban a bombardear el edificio de la Escuela y se refugiaban los alumnos en una acequia central del Valdecán, donde murió un hijo de casa Sipán. La escasa población que no había huido de Siétamo o había muerto en la guerra o había sido fusilado o asesinado, sufría por los cañonazos y por las bombas de aviación y buscaba refugios, donde evitar la muerte o las heridas. Hay en Parizonal, zona agrícola de Siétamo, una cueva, utilizada por los pastores, para dormir en ella y guardar el ganado en un corral adjunto. Parece ser una cueva primitiva, porque al otro lado del camino, se alzan, entre carrascas, dos monolitos y más abajo, hacia el río, hay una pila de piedra, donde tal vez guardaran el agua, los hombres primitivos. A esa cueva iban a dormir muchas veces aquellos pobres hijos de Siétamo, Estebané Bescós, de Casa Trabuco, gritaba, con frecuencia: ¡A Parizonal, a Parizonal !, mientras Silvestre Bara, pastor de las ovejas de mi casa, preparaba una olla de judías, para que comieran los pobres refugiados y cenaran, en su refugio de la Cueva de Parizonal. El pueblo lo pasaba mal y los que íbamos refugiados por Huesca, Jaca y Ansó, estábamos siempre huyendo de los cañonazos y de los aviones. Yo me acuerdo de una niña de Bellestar del Flumen, refugiada como nosotros en Jaca, que murió a causa de un cañonazo que cayó en el Parque, donde ella estaba jugando. Estando en Jaca, llegó a visitarnos, en cierta ocasión, Gabarre de Pueyo, que estaba voluntario de los requetés, acompañado por José Antonio Llanas Almudévar y otros compañeros. Aquella visita consolaba nuestros corazones, porque otros parientes fueron fusilados en Fañanás, como Vallés Almudévar y su hijo de unos dieciséis años, juicio que ordenó un vecino de Fañanás, analfabeto.
Sigue Sender: “No sé lo que los cañones sacrílegos de Montearagón dejaron en pie en Siétamo. Si dejaron algo”. Escribe Sender de dos amigos suyos, uno alemán y otro inglés y añade: ”Los dos me dijeron que Siétamo quedó totalmente destruido. Arrasado”. Sender leyó los escritos del alemán Gustavo Regler y del inglés Bates, y le dijeron que Siétamo quedó totalmente destruido, pero por lo visto Sender no se enteró de quien destruyó tal pueblo ni de donde provenían los cañonazos, que derribaron tantos edificios ni los aviones que sobre él volaron.
Cuando contemplas algún muro atravesado por un cañonazo, te das cuenta de que tuvo que entrar en la parte oriental, es decir que habría sido disparado desde tierras dominadas por los “rojos” que venían de Barcelona por Basbastro. Frente a casa de Gabardilla, con su actual apellido de Barta, se ve el círculo creado por un cañonazo en la fachada de las ruinas de casa de Bruis de la Calle Baja. El joven muchacho, Jesús Angel ayudado por su hermano menor Jorge, me explica que en su casa, que se encuentra justamente enfrente del agujero producido por una bala de cañón, había caído un cañonazo, que derribó la parte alta, con lo qué, al derribar la parte alta de su casa, dio paso a la bala de cañón que golpeó en la fachada de Bruis. Hoy, después de setenta y seis años, todavía permanecen en pie las paredes de tal casa y casi coronando su parte más alta, se exhibe el ruinoso círculo, creado por un cañón. Si vamos recorriendo la Calle Baja o del Conde de Aranda, desde las casas de Gabardilla y la de Catevilla, se alzan unas cinco casas más, edificadas por Regiones Devastadas, y que sustituyeron a las primitivas edificaciones, que fueron destruídas por los cañonazos, que disparaban a Siétamo, las fuerzas que venían de Barbastro. Llegamos a la Plaza Mayor, donde se eleva la iglesia Parroquial y en su parte oriental, se introdujo en sus paredes, una bala de cañón que ha permanecido durante muchos años, hasta que dimos cuenta a la Guardia Civil, que la sacó de la piedra del muro de la iglesia. Hace dos o tres años, mis nietos colocaron en el agujero que ocupó la bala de cañón, una cruz, que ellos mismos fabricaron con dos palos, atados con una cuerda. ¡Qué sensibilidad tienen los niños ante la crueldad de los cañones!, reaccionando con su cruz, sin haberles preguntado qué significaba para ellos un viejo cañonazo. También en el corral que cerca la parte oriental de dicha iglesia, un cañonazo abrió un semicírculo en su parte más alta de su tapia o pared, que permaneció en esta situación hasta que los cerraron los albañiles. En mi casa derribaron un piso en la habitación de abajo y en la parte más elevada de la casa, cayeron por obra de los cañonazos, las cuatro paredes, que con un tejado cuadrangular, servían para tomar el sol y poner a secar las ropas recién lavadas. Se restauró la casa, pero ya no ha vuelto a aparecer esa artística terminación del tejado.
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