Pasa a describir la invasión de la Casa de los Almudévar de Siétamo,diciendo:” se han desbordado las pasiones en esta casa solariega, tiene pinta de casa patricia, solaz de mayorazgos y refugio de los pobretes. En la antigua fachada, un escudo tallado en piedra con las armas de los Almudévar, familia linajuda del Alto Aragón. En el patio ya lleno de tropas, algarabía debida al vino noble que los combatientes han encontrado en un torreón de lo que fue castillo del Conde de Aranda, y que el abuelo de esta casa tenía en estima. En el primer piso, muebles, ropas y vajillas en revuelta confusión. No ha quedado alacena ni arquimesa sin abrir.
¡Han pasado los bárbaros!.
Restos de lo que fue comedor familiar; dos pequeños rimeros con libros vacíos; estos sobre la mesa medio abiertos, medio rotos: Galdós, el Duque de Rivas, Rubén…por el santo suelo.Un solo volumen ha quedado en el “Epigramas” de Silvio Kosti con una dedicatoria magnífica del autor. Reza así: “Al ilustre tío Manuel, Mayorazgo y jefe de mi estirpe”. Silvio Kosti.
Contiguo al comedor, profanado con latas de sardinas y panes de munición, que fue el festín de la horda, hay una sala amueblada con gusto. Entrando se ve una foto de un caballero de unos sesenta años, de buen aspecto. No puede ser otro que el abuelo al que alude Kosti. Así lo proclaman su aspecto noble y su bigote blanco y legendario”. ¡Cómo coinciden Ramón J. Sender y Antonio Trisán Viñuales en la descripción de mi abuelo Manuel Almudévar Vallés!. ”¡Una casa que tiene historia de siglos, destruida en pocos minutos!”. Antonio Trisán Viñuales describe todavía libros, muebles y cuadros de los que había, según mi padre, pues yo me acuerdo de muchas cosas, pero no recuerdo detalles. Cuando los guerrilleros sindicalistas entraron de nuevo en Siétamo, acabaron por destruirlo todo, tanto en nuestra casa, como en la iglesia, donde quemaron todos los retablos con San Pedro y con la Virgen y en la Plaza derribaron la columna que exponía la Cruz a todo el mundo. Pero al mismo tiempo desruyeron casas enteras, dejando sin vivienda a muchos hijos de Siétamo.
“¡Ah , si el abuelo volviera por aquí (murió en 1930) y viera todo esto!. Sus manos patricias que empuñaron la esteba en su mocedad” le hubieran recordado las Guerras Carlistas, que impidieron la puesta en regadío del pueblo de Siétamo, como la Guerra Civil acabó con la producción vinícola.”, con la que acabaron bebiéndosela y derramándola por los suelos a base de tiros de fusil. “¡Una casa que tiene historia de siglos, destruída en pocos minutos!. Hay un piano con la tapa levantada y sobre el atril, música de Strauss: un vals vienés. El último Corsario. He aquí una de tantas incongruencias de los hombres. Por un lado, la horda destrozando la poética quietud de esta casa…Y otro bárbaro, enamorado de la música, arrancando al piano las voluptuosidades de este vals cien por cien!.
No hay un armario sano. Ni un vaso, ni nada a excepción de esta habitación que permanece sin destrozos. Ya al salir, en una rinconera magnífica, hay abandonado un estuche de pintura, con su paleta, sus colores y sus pinceles.Pues bien, aprovechando este mensaje, un “focín” como se dice en Aragón, pintó en el tocador de puro estilo español antiguo, sobre la luna, las letras de rigor U.H. P.Muy bien, muy bien…Yo opino que sí, que debemos unirnos, hermanos proletarios, pero no para esto sino para hacer el bien y conseguir la mayor cultura general.Salgo y cierro la puerta. Lo único que ha quedado intacto, no debe verlo nadie. Además está dentro vigilante desde su marco, el lejano abuelo, el jefe de la estirpe de los Almudévar.
Tomo como recuerdo el volumen de Kosti y salgo a la calle…El vino se nota en el ambiente. Cantan esos soldados esas melopeas de los que ya están en el límite de sus posibilidades alcohólicas”. Como dice Antonio Trisán, en un torreón del Palacio, había envejecido un buen vino. Efectivamente según me dijo mi padre eran unos seiscientos mil litros los que se encontraban en la Bodega, fruto del cultivo de viñas del Somontano. Se ha dado un crecimiento en esta tierra en la producción de vino, pero en Siétamo, ya no quedan, prácticamente viñas. Esas bodegas fueron con mucho placer, encontradas por “rojos y blancos”, que como cuenta Antonio Trisán se lo bebían hasta emborracharse. Con esa sensación se olvidaban de la sangre constantemente derramada por sus compañeros y por sus rivales. “El vino se nota en el ambiente. Cantan los soldados esas melopeas de los que están en el límite de sus posibilidades alcohólicas”…Algunos piensan “mañana hemos de enterrar nuestros muertos en el cementerio del lugar”. Si, acostumbrados a ver brotar la sangre de sí mismos y de sus compañeros, la hacían brotar a tiros de las pipas y toneles de la bodega, hasta que ya no quedó ni una gota de vino, como había dejado de brotar la sangre “ de los que hemos de enterrar…en el cementerio del lugar”.
Qué sensible fue Antonio Trisán a la destrucción de España, pero con qué cariño llegada la noche, “abro la cabina de mi camión y hago de ella, juegos del espíritu. Esta noche perfumada, sobre estas ruinas, sobre estos muertos, arrullados por las emociones, es para mí, con su único asiento, una alcoba nupcial”. Aquella noche era perfumada porque “llegan del campo con la humedad de la noche, aromas de heno y de flores, como un canto de vida y esperanza”. En su cabina, ya de noche, con su cabeza abajo, recuerda su “nido, allá en el cercano pueblo natal ( de Fañanás), también saqueado, está vacío”. ¡Qué buenos sentimientos demuestra este autor, cuando se acuerda de su casa de Fañanás y cuando se lamenta de que su esposa ignore donde se encuentra”.
Al día siguiente escribe: ”Recorro las afueras. Hay que ir con precaución porque hay bombas sin estallar”. Qué razón tenía, porque estos días de Septiembre de 2012, todavía se va encontrando alguna, después de setenta y ocho años. ”Aparecen muertos y más muertos, que el enemigo tuvo en la retirada; algunos adoptan dentro de las acequias posiciones inverosímiles: en actitud de saltar, en posición supina, cabeza abajo, incluso derechos, levemente recostados en un talud…presencio la inhumación de uno de ellos, va vestido de azul, tendrá unos dieciocho años. A su lado una carabina Winchester, una mochila con equipo de sanidad, un pan y un poco de embutido. Entre las ropas, una libreta sindical y unas monedas”.
“Arriba, en el antiguo palacio del Conde de Aranda, los soldados preparan otra vez los parapetos porque se teme la contraofensiva”.Efectivamente volvieron a atacar y se apoderaron otra vez de Siétamo, porque el día doce de Septiembre se retiraron los nacionales al Estrecho Quinto. Si estaba destruido el pueblo en el primer ataque o conquista por los rojos, ¿cómo estaría después de la segunda ocupación?. Antonio Trisán dice: “se ven mejor los efectos de la lucha pasada. Se distinguen los tejados despanzurrados, los cables de conducción del fluido eléctrico cortados por las balas, las pantallas de alumbrado público, están perforadas. Puertas y ventanas llenas de aspilleras. En una casa que da a la carretera, hay sobre el balcón un parapeto improvisado hecho con colchones; detrás de ellos, una máquina abandonada, cuyos servidores huyeron en el último momento. La calle sembrada de tejas, de alpargatas, de casquillos de fusil, de latas de conserva”.
A Antonio Trisán Viñuales le impresionó la dedicatoria a mi abuelo, del libro Epigramas, por Silvio Kosti y a mí, me impresiona la dedicatoria que escribió Antonio que dice: ”Esta novela habla de guerra, anhelando la Paz: que encuentres esta última en el único lugar donde creo podrás hallarla. En el interior de tu propia alma”.
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