Los moros fueron expulsados de España en 1613 y ahora están volviendo, aunque ya no recuerdan el lugar del que entonces marcharon sus antepasados. Ahora, después de cuatrocientos años, es fácil observar, como las costumbres y usos de moros y cristianos, se han conservado. En muchos pueblos de toda España, se practican, durante las fiestas, guerrillas y bailes de Moros y Cristianos, disfrazados con los ropajes que entonces se usaban. En la casa que levantaron los hermanos Escar de la Torre Justo, en el ensanche Este de Huesca, apareció una noria, con la que los moros regaban el huerto y entre las piezas, con las que se subía el agua, estaban unas vasijas de barro, que me regaló mi gran amigo, el aparejador, Pepe Loriente. Dejaron entre nosotros obras de sus albañiles y arquitectos, como el arco de herradura, que se conserva en la Catedral de Huesca, variedades de mosaicos de colores en los muros de las capillas y en el pozo de agua del pueblo de Ola, se instaló en el acceso a él, otro arco del mismo estilo. ¡Cuántas palabras árabes se conservan en nuestras huertas, como alcachofa o albahaca! Y ¡cuántos dulces o “lamines o laminerías”, se siguen elaborando en la Península y en Marruecos!. En el norte de Africa se conservan escritos con el alfabeto árabe, pero en la lengua castellana. También quedan en España individuos con antepasados árabes, descendientes de moros convertidos al cristianismo. Pero hoy en día se está discutiendo sobre las ropas de mujer de los moros, como por ejemplo sobre el burka y el niqah. Algunos atribuyen a estos velos un origen religioso. Unos los combaten y dicen que ¡cómo se los persigue”, igual que a los crucifijos. Pero la historia de tales velos y mantillas, aunque sin duda va unida a la religión, es más bien una lucha del poder masculino contra el poder de las mujeres. Y de lo que no se puede dudar es de la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Este reconocimiento de derechos va avanzando lentamente en el mundo. Antes, en España, las monjas de los conventos de clausura, no dejaban ver sus rostros, como yo mismo pude comprobar, durante mi carrera de veterinario. Estuve, en cierta ocasión, ya hace muchos años, en el Convento de San Miguel de la ciudad de Huesca, a castrar unos pollos para convertirlos en capones. Llamé a la puerta y escuché la voz de una monja, que fue la que me abrió la puerta. Entré y vi como su cara estaba tapada con un velo, que impedía conocer su rostro. Con ella iban otras dos monjas o tal vez novicias, de las que una agitaba una campanilla, para avisar a las demás hermanas del convento, de que por sus pasillos andaba un “hombre”. Llegamos al corral donde se criaban los pollos y mientras yo les cortaba los tejidos, las monjas, alrededor de la escena, miraban hacia abajo. Cuando yo levantaba la mirada hacia arriba, las monjas echaban sobre sus caras el velo, que para mejor contemplar la operación, habían levantado. Entonces y no hace muchos años, se tapaban la cara las monjas de clausura, como se lo tapan actualmente un corto número de moras, ya sea con el burka o el niqad. No sé si la ley puede cortar esas costumbres, porque van desapareciendo poco a poco, introduciendo otras, que unas veces son mejores, pero otras son peores. Muchos hombres y mujeres hemos visto desaparecer la toca y el pañuelo, con los que las mujeres se cubrían la cabeza, sus corpiños y sus largas sayas. También nos hemos dado cuenta de que todas las mujeres, han abandonado las mantillas, con las que iban a misa. También existía y todavía dura el uso de la mantilla española, en que sobre un alto peine, se sujeta una enorme mantilla, que unas veces es blanca y otras de un color cualquiera. El culto frenético a la religión trajo estas consecuencias, pero como escribe Juan Manuel de Prada:”se considera vejatorio que la mujer se tape la cara y, en cambio, no se considera vejatorio que la mujer enseñe el culo”
lunes, 12 de julio de 2010
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