Por el Coso Alto y frente al Edificio de Correos, me he encontrado con Narciso Alonso, hombre sencillo, que siempre me hablaba de las Procesiones de la Semana Santa, de las que se preocupaba desde encontrar los caballos, que iban a cabalgar los soldados romanos, hasta de guardar en Santo Domingo, los pregones que todos los años, algún enamorado de Huesca, lanzaba a los oscenses, para recordar a Cristo. Esta vez, como en la procesión de Viernes Santo, fue un triste encuentro, sin saludos alegres ni recuerdos del paso de los “pasos” en Semana Santa, sino que igual que las lágrimas corren en las procesiones, cuando los oscenses contemplan a Cristo Crucificado, esas mismas lágrimas le corrieron a Narciso por su rostro. Y con esas húmedas lágrimas, me hizo el canto de las virtudes de Don Cecilio, con el que tantas veces, paseaban por el mismo lugar, en que ahora nos encontramos Narciso y yo… pero Don Cecilio se había marchado.
Frente al Edificio de Correos, nos unió a Narciso y a mí, la tristeza, como ésta aparece en los oscenses para la Semana Santa, pero al despedirnos, tanto Narciso como yo mismo, recordamos las alegres sonrisas de Don Cecilio, como consolándonos con una Resurrección de Cecilio con Cristo.
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