domingo, 16 de diciembre de 2012

Hortales y balsas

Cepren para sacar agua en los hortales




 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Estos días se ven colas de hortelanos en la huerta de Barbereta y en la de Pedro Oliván. Es que los cultivadores de los huertos van a buscarse la planta de broquil de diversas variedades, de col, de grumo y de pella, de berzas y de esquerola, para plantarlas en sus huertos y así, en invierno tendrán verdura cruda y cocida, que no faltando “recau” acompañado de vino, de alguna “pizca” y “bel güego”, pasarán un buen invierno.

Pero no todo son huertos que admiten ser cultivados en invierno y en verano; están los pobres “hortales”, que con el agua de balsa, que se saca de la misma con un “ceprén”, son más propios de cultivos que se plantan en Septiembre. Los “ceprenes” son como máquinas primitivas, formadas por un soporte construido con tres estacas, que se clavan en la tierra, separadas entre sí por abajo y unidas por arriba y atadas para que no se muevan; en dicho soporte se pone, en su parte media  un largo y estrecho madero, en uno de cuyos extremos se coloca un cubo o pozal, que al inclinarlo se mete dentro de la balsa y se llena de agua, mientras desde el otro extremo, donde se ata una piedra o un trozo de madera que tenga un cierto peso, se presiona o “ceprena” para levantar el pozal y volcar su contenido acuoso en la tierra, donde están las verduras, para regarlas.   Son propios del Somontano y demuestra esta costumbre del hortal, que con un poco de riego, sin grandes masas de agua, esta tierra se tornará de pobre en agradecida y mantendrá a sus gentes dignamente, con pequeños regadíos, que no piden inversiones colosales. Hoy me ha contado una chica que ha visitado el hortal que cultivara su abuelo: “hoy he vuelto al hortal, que desde hace muchos años no cultivan los viejos de la casa. Me he sentado bajo la pared de piedras, que una a una recogieron del monte y los piqueros colocaron con barro; salvaban las coles y las berzas de las cabras y de los jabalís que bajaban de la Sierra, pero hoy hay muchas piedras en el suelo y entran alimañas que se acuestan al amor de las oliveras, que no han muerto todavía, pero que viven lánguidas, añorando la vuelta del abuelo, que se sentaba a su sombra, bebía de la bota u consumía su merienda.

Me he recostado en su tronco retorcido a recordar viejas costumbres y parece que las hojas se han alegrado y se han movido al vuelo silencioso del mochuelo que se ha escapado al notar mi presencia.

La balsa está aterrada y donde el agua verde mantenía las tencas y asilaba a las ranas, hoy crecen verdes juncos y zarzas; en ellas se oculta algún conejo y lo acecha en la noche la raposa, amagada en el hueco tronco del olivo.

¡Qué feliz el abuelo reponía en su sitio la piedra que caía al suelo, cuidándose, al marchar, de que la puerta quedara bien cerrada!. Me produce tristeza contemplar los abuelos de hogaño, tomando el sol junto a la pared de Hacienda, pensando en lo cortas que se quedan sus pensiones, en tanto que mi “agüelo” nunca volvía a casa sin leña, sin verdura, sin olivas o sin almendras, sin gazpachos o sin leche de la cabra”.

Hoy he visto a muchos hombres esperando la planta en casa Barbereta, que despacha en el “cobajo” de la Calle San Martín y en casa de los hijos del señor Oliván que atienden a la gente frente al matadero; hoy me ha contado una muchacha recuerdos de su abuelo y yo también he recordado los humildes hortales de nuestro Somontano, con su “ceprén” y su balsa a la que dirigían las aguas de la calle o del camino en los días de lluvia. El hortal y la balsa, la balsa y el “ceprén”, la cuerda y el pozal, el abuelo y la burreta;  la burra con su albarda, el agua de la lluvia y el camino, el abuelo y la nieta: la muchacha del cuento.

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