Hoy me ha presentado a Santos
Jiménez Jiménez, su hijo menor, que tiene delante de sí mismo a cinco hermanos y a tres hermanas, ocho en
total.
Estaba su hijo pequeño mirándose
por la valla del Parque, en su parte Norte, a través del cemento y de las
enredaderas, que separan la calle del Parque Municipal. Yo, ya adiviné la causa
de esas miradas hacia adentro de la porción del Parque Zoológico, en que cuando
pasaba por dicha valla, me llamaban la atención los canarios y jilgueros, que
en una cabina, cantaban y alegraban a los niños. Se veía buscar sus alimentos a las gallinas
enanas, a otras más voluminosas y a los
pavos reales, que festejaban a sus reinas, también reales, haciendo sus bailes
amorosos delante de ellas, en aquel jardín separado del Parque.
Yo, al ver al gitanico
mirar al interior del Jardín de los habitantes emplumados del Parque,
adiviné porque se estaba mirando ese
jardín, que fue alegre, por que exponía a
los ciudadanos, las alegres vidas de
esas bellas y pobres aves.
Le pregunté al gitanico por qué se miraba, con tanto interés, a dichas
aves emplumadas y él me contestó que se había enterado que estaban acabando con
dicha enorme jaula, llena de aves pacíficas, que unas eran cantoras y otras de gran belleza
de su plumaje.
Los gitanos son amantes de la
Naturaleza y vi como se sentían tristes por que los querían apartar de la vista
y de sus bellos sonidos, parece que dirigidos a los ciudadanos.
El gitanico me quiso demostrar como el abandono
de aquellas aves de bellos colores y armoniosos
cantos no coincidían con el buen gusto de la raza gitana, pues me
aproximó a su padre, que estaba sentado en la pared del jardín de las sonoras y
bellas aves.
Su padre Santos Jiménez Jiménez,
el Rey de los Reyes, me expresó su opinión sobre la belleza de las aves y de su
cantar sonoro, porque se sentía unido con ellos, porque también él, amaba la
música. Si, y la amaba porque él también
acompañaba a los “cantaores” y a los “bailaores”. Cuando hacía sonar la
guitarra, se sentía tan feliz al oír sus sonidos, como cuando escuchaba cantar
a las cardelinas y a los canarios del Jardín Municipal. Se sentía feliz cuando
tocaba su guitarra, como cuando escuchaba los sonidos de las aves. Santos
Jiménez Jiménez, al conversar con él, me di cuenta de que tenía
los ojos azules y no negros, pero ese defecto de color en los ojos de un gitano,
que ha perdido el color negro, no admite importancia. Pero uno se lo
explica al pensar que ya hace muchísimos
años que su sangre calé, ya circula por España.
En el cementerio de Huesca, yacen
sus padres, a cuyos restos van a visitar
con mucha frecuencia, pues le duele dejarlos abandonados de sus familiares,
pues su padre era Juan del Rey y su madre la señora Juana. También visita, cuando va al Cementerio, las tumbas de sus
hermanos Arturo y Alfonso.
Cuando yo voy al camposanto, me
fijo en las tumbas de los gitanos, pues parecen cada una de ellas un pequeño santuario, en el
que asoman flores, esculturas de algunos de ellos y otros recuerdos benditos
y que consuelan a los visitantes del
viejo dolor de los que murieron hace ya muchos años. Tiene enterrados muchos
parientes gitanos, que a pesar de ser lejanos en el tiempo, tuvieron todos ello
un corazón cercano. Esos gitanos han sido parientes santos, pues no se dedicaron a apoderarse de los
bienes ajenos. Pues con los siglos que llevan viviendo en España, no se han
apoderado de edificios rentables ni de fincas productivas. A pesar de la mala
fama que se les puso en otros tiempos, no han tocado nada, si no se ha tratado
de algún tomate o de alguna patata, que tenían que coger para calmar su hambre
de alimentos, pero sí haciendo fiestas gitanas, cantando sus canciones
sentimentales y recitando romanceros familiares y cantando y bailando su
folklore gitano.
Yo, como agricultor los he llamado, ya hace unos años a ensacar cereales para
llevarlos al Servicio Nacional del Trigo y los gitanos han tenido oficios de
fabricar, cestas y caracoleras, que ya se acabó esa actividad por la moda
moderna.
Pero sus viejas canciones todavía emocionan al
pueblo cuando escucha cantar “María de
la O”, que así dice: “María de la O, qué desgraciadita gitana tu eres
teniéndolo “tó”. Te quieres reír y hasta los ojitos los tienes cerrados de
tanto sufrir. Maldito parné, que por tu culpita dejé yo al gitano, que fue mí
querer. ¡Castigo de Dios!, ¡Castigo de Dios!. Y a la crucecita que llevas a
cuestas, María de la O, María de la O.
No hay comentarios:
Publicar un comentario