lunes, 4 de diciembre de 2017

A Don José Bispe mi primer maestro (1935)


Todo lo aplasta la prosa de la vida que va rodando como un alud creciente y aplastando implacable a su paso el olor de una rosa, el roce de los besos impalpable, la alegría del niño, el ideal del joven, la madurez fecunda de la mujer y el hombre,  la serena actitud ante la vida del anciano, que ya lo ha visto todo y está de vuelta de cuanto le rodea.
Hoy el niño está envuelto por la prosa, que contempla las cosas por su vulgar vertiente y por su aspecto más corriente. Se le muestra el amor anatómico cuando no su lado pornográfico, que le lleva a considerar a los humanos como objetos de placer inanimados, que se pueden cambiar por muñecos y muñecas de goma y de plástico.
Tal vez “Juanita o el niño bien educado”, fuera un tanto hipócrita y “repipí”; hoy conviene que el niño sea más sincero y espontáneo pero no que se convierta en un grosero, y agresivo, que se transforme, finalmente, en un vulgar gamberro.
Hay niños en las grandes capitales, que no conocen al gorrión humilde, al asno ya negro ya platero, ni a la vaca lechera, ni al pato ni a la oca, ni escuchado, jamás, el canto del gallo corralero.
El gorrión tan sencillo, con su pardo plumaje, igualmente se escapa del pueblo abandonado, que huye, como amigo del hombre al que ama, de multitudes grises formadas por individuos solos integrados en  masa.
Las fuentes de las aguas generosas esperan, vanamente, que las cabras, las aves y los niños sacien su sed en ellas; mientras, el barman de blanca chaquetilla deformado por la prosa del papel rectangular y el sonido del metal redondeado, niega el agua al pobre niño que con temor de la pide. A la prosa le gusta el volar de los papeles morados, verdes y marrones y el rodar de duros, pesos y doblones, pero como el niño no entra en este juego, se le niega el agua, asta que tenga una edad que le permita pagar un whisky, que el camarero le servirá sonriente, añadiendo si es preciso: “¡saca Cheli whisky para el personal!”.
Yo tuve en mi niñez un maestro poeta, vestido con prosaico guardapolvo, que guardaba su modesta ropa de polvos y lodo pueblerinos y vivía un poético vivir, que expandía poesía  a los niños campesinos.



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