Todo lo aplasta la prosa de la
vida que va rodando como un alud creciente y aplastando implacable a su paso el
olor de una rosa, el roce de los besos impalpable, la alegría del niño, el
ideal del joven, la madurez fecunda de la mujer y el hombre, la serena actitud ante la vida del anciano,
que ya lo ha visto todo y está de vuelta de cuanto le rodea.
Hoy el niño está envuelto por la
prosa, que contempla las cosas por su vulgar vertiente y por su aspecto más
corriente. Se le muestra el amor anatómico cuando no su lado pornográfico, que
le lleva a considerar a los humanos como objetos de placer inanimados, que se
pueden cambiar por muñecos y muñecas de goma y de plástico.
Tal vez “Juanita o el niño bien
educado”, fuera un tanto hipócrita y “repipí”; hoy conviene que el niño sea más
sincero y espontáneo pero no que se convierta en un grosero, y agresivo, que se
transforme, finalmente, en un vulgar gamberro.
Hay niños en las grandes
capitales, que no conocen al gorrión humilde, al asno ya negro ya platero, ni a
la vaca lechera, ni al pato ni a la oca, ni escuchado, jamás, el canto del
gallo corralero.
El gorrión tan sencillo, con su
pardo plumaje, igualmente se escapa del pueblo abandonado, que huye, como amigo
del hombre al que ama, de multitudes grises formadas por individuos solos
integrados en masa.
Las fuentes de las aguas
generosas esperan, vanamente, que las cabras, las aves y los niños sacien su
sed en ellas; mientras, el barman de blanca chaquetilla deformado por la prosa
del papel rectangular y el sonido del metal redondeado, niega el agua al pobre
niño que con temor de la pide. A la prosa le gusta el volar de los papeles
morados, verdes y marrones y el rodar de duros, pesos y doblones, pero como el
niño no entra en este juego, se le niega el agua, asta que tenga una edad que
le permita pagar un whisky, que el camarero le servirá sonriente, añadiendo si
es preciso: “¡saca Cheli whisky para el personal!”.
Yo tuve en mi niñez un maestro
poeta, vestido con prosaico guardapolvo, que guardaba su modesta ropa de polvos
y lodo pueblerinos y vivía un poético vivir, que expandía poesía a los niños campesinos.
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