¡Con qué facilidad se hunden los hombres y mujeres en
la materia y con qué facilidad se elevan sus almas y sus corazones al espíritu!.
Y fuiste tú, amigo Eliseo, el que hoy, día
uno de Febrero del 2010, el que, por un tiempo indefinido, transformó mi cuerpo
material en un ser espiritual, todo gozoso de la armonía musical de aquellas
voces, que cantaban en canto gregoriano :
¡Ave, María, gratia plena!, al mismo tiempo que mis ojos contemplaban la
belleza arquitectónica de diversos aspectos del Monasterio de Sigena y de sus
pinturas, de un colorido que me hacía ver el cielo. Hace unos días,
“contemplando la Sierra, que nos guarda del frío del Norte, me di cuenta de
todas las cimas, que en ella se suceden y que nos indican a los hombres que
tenemos, no sólo la materia, sino también el espíritu, que muchas veces
desconocemos y despreciamos”. Aquellas
cumbres de la Sierra me aleccionaron para distinguir la materia del espíritu y me
hicieron pensar en una cena que se celebró en el Restaurante “El Faro de
Sepes”, situado en la Zona Industrial de Huesca. En aquel Restaurante, en una
cena, se reunieron la materia y el espíritu, haciendo reflexionar a los comensales, sobre el placer que
sentíamos los hombres y mujeres con la materia de un cerdo guisado, a través de
aquellos platos que servían en las mesas, los camareros .Aquella cena se
convocó para auxiliar a las personas recogidas por los Hermanos de la Cruz
Blanca. Tenía la cena, por tanto, un sentido espiritual, como la que reunió
Jesús a sus discípulos en la sagrada Mesa, el día de la última cena. Estaba
representado el espíritu por los Hermanos de la Cruz Blanca, allí presentes, y
que buscaban recoger la “materia necesaria” para mantener a aquellos hombres y
mujeres, que acogen en sus residencias, después de ser despreciados por la
sociedad. En aquella caritativa cena .el cocinero del “Faro de Sepes”, nos hizo
experimentar el paso de la materia al espíritu, por medio de las tostadas de
paté casero, las del tocinico salado, el lomo de cerdo con salsa de manzanas, de
tal manera que al consumir las migas, me acordé de rezar:”El pan nuestro de
cada día , dánosle hoy”. ¿Quién me iba a decir a mí, que las cumbres de la
Sierra, apuntando al cielo, me iban a enseñar el espíritu, que los simples
camareros, nos mostraron en aquella cena de un cerdo , pero ,desde luego, cena
sagrada.
Hemos pasado de la materia al espíritu, pero en tu
pueblo, Sigena, fueron los que destruyeron el Monasterio, los que quisieron tornar toda la Historia de
Aragón del espíritu a la más execrable materia. Fueron tu padre y tu madre, las
dos personas aragonesas y concretamente de Sigena, las que me abrieron los ojos
para ver y aborrecer la revolución del mal. Tu padre fue un hombre de una
enorme personalidad y tuvo en cuenta en su vida, así en Barcelona como en
Huesca, de la materia y del espíritu, temas ambos de difícil concordancia, pues
al ver tratar a un hombre sobre los trabajos manuales, piensa que ese hombre no
cree en la otra vida. Pero yo vi en él a una persona que, aunque a veces
pronunciara palabras fuertes, dentro de su corazón reinaba una gran
sensibilidad. Estando en su casa, en la que guarda en piedra las armas de los
Abarca de Bolea, encontradas por él, me
aclaró lo que significaba un cuadro pintado por él mismo y que representa la
corriente del Río Alcanadre que pasa por Sigena, arrastrando los “testículos “,
del caballo de Roldán. ¡Cómo une la historia de la Osca capital con la de
Sigena, donde se alza el Monasterio de la Virgen del Coro!. ¡Cómo da
explicación al espíritu de los aragoneses por medio de los testículos
materiales, arrastrados por las aguas del río, igual que los revolucionarios, por llamarlos de alguna forma, arrastraron el
espíritu del pueblo y del Monasterio de Sigena, intentando convertirlos en
asquerosas heces materiales!.
No es tan sólo mi testimonio el que tiene ideas del
espíritu de Eliseo, sino que el año 1960, la última Priora del Monasterio, a saber Doña Presentación Ibars, escribía lo
siguiente, refiriéndose a Eliseo y a Carmela, que la llevaron con la hermana
Angelita, a Barcelona:”Fuisteis buenos,
simpáticos y caritativos con estas dos religiosas que jamás podremos olvidar tanta
atención y desvelo. Infinitas gracias por todo,el Señor os lo recompensará
todo, ya que nosotras no podemos. Angelita hace suyo cuanto digo yo y os saluda
con afecto. ¡Qué buenos sois!”.
Tu madre, Carmela, como escribo en mi artículo
“Villanueva y el Monasterio de Sigena”, está identificada con dicho Monasterio
de Sigena, no sólo con su obra, sino todavía más con su espíritu. Está todavía
identificada, a sus ochenta y siete años, pues sufrió un gran dolor por las
profanaciones que sufrió, tantas, que casi lo destrozaron por entero, durante
la Guerra Civil.
Cuando las monjas se dieron cuenta de lo que podía
pasar y por desgracia ocurrió, escondieron varias piezas litúrgicas, en un
montón de trigo que estaba encerrado en un granero particular, en presencia de
la niña Carmela. Pero cuando sacaban trigo, Carmela sufría, al considerar muy posible el
encuentro de las joyas. ¡Cómo se acuerda del Monasterio!, porque entonces sólo
tenía catorce años, pero todavía le parece que lo está viendo, tanto que se
acuerda de que en cierta ocasión, llegó un mercader y le propuso a la Priora,
doña Pilar Samitier que le vendiera la sillería de nogal, por la que le daría
una gran cantidad de dinero y le pondría otra sillería nueva. Entonces la Priora, exclamó: yo no quiero tener
remordimientos de conciencia por haber hecho desaparecer una sillería que deba
tener tantos años como el propio Monaterio. En el día de la Virgen del Coro, en
el mes de Abril, acompañadas por el sonido del armonio, acudían a cantar las
niñas del Coro de Villanueva, entre las que se encontraba Carmela. La tiple,
doña Aurora Riazuelo, esposa de don
Julián Arribas, les enseñó la a cantar la misa de Perosi, para el día de San
Juan. Al recordar dicha misa, exclamó doña Carmela: ¡era preciosa!, con varias
voces, pues la primera voz era la de doña Aurora, la segunda la mía(es decir la
de Carmela), la tercera formada por tres voces del Coro, de las cuales no me
acuerdo en estos momentos de sus nombres y apellidos, aunque todavía las tengo
en el corazón.
Al empezar a escribir este artículo, afirmo que fuiste
tú, Eliseo, el que transformó mi cuerpo material en un ser espiritual, con
aquel trabajo maravilloso que me mandaste por el Ordenador. Allí se escuchaban
los sonidos tranquilos y místicos del canto gregoriano, interpretando el ¡Ave
María, Gratia plena!, al tiempo que se veían surgir las imágenes del Monasterio
y aquellas pinturas deliciosas, recogidas
en el mismo Monasterio.
En el Restaurante El Faro de Sepes, el cocinero,
convertía la carne material del cerdo en “bocatti de cardinali”, que nos
llenaban de ilusión y con su placer, convertían nuestra materia en espíritus.
Esa cena recuerda la Ultima Cena de Jesús, que convirtió a los judíos más o
menso cultos, en apóstoles.
En Sigena, fue diferente, porque aquellos a los que
algunos llamaron revolucionarios, no eran cultos, sino discípulos de unas
teorías, partidarias de los diablos, que querían convertir el espíritu en
materia. Por eso se ven aquellas fotografías de los cadáveres de las monjas
milenarias, sacadas de sus sepulcros, con lo que profanaban la Historia, la
vida y el espíritu del Monasterio.
Esa magnífica proyección de las distintas partes del
Monasterio, resucitaron mi fe, igual que las cimas de la Sierra de Guara, que
señalaban y todavía lo señalan, que el mundo es un compuesto de materia y de
espíritu, como he podido comprobar en el comportamiento de tu padre Eladio, de
tu madre Carmela, a la que he visto guisar un enorme pollo y la he imaginado
cantando en el Coro de Villanueva de Sigena, a San Juan. Y en ti, Eladio, he
comprobado tu amor a tus padres, a Villanueva de Sigena y a las monjas que
conservaron la espiritualidad del Monasterio, desde 1188 hasta que los
materialistas quisieron destrozar el espíritu de los hombres, en este caso aragoneses.
Entre tanto los acogedores de aquellos monstruos,
siguen reteniendo multitud de obras de arte, procedentes del espiritual
Monasterio de Villanueva de Sigena.
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