Ayer estuve en Macondo, ese país
donde las palabras no quieren decir nada, donde los pájaros vuelan sin mover
las alas y donde da igual que las cosas sean de un color u otro.
A aquel Macondo raramente
llegaban forasteros; a este Macondo al que me refiero llegan veraneantes,
naturalmente en verano, porque los invernantes se van a Canarias o a la Costa
del Sol y los hibernantes se colocan debajo de las piedras, en las cuevas y en
los troncos de los árboles.
La llegada masiva de forasteros
da un tinte especial al pueblo, de tal manera que el que no lo conoce a fondo
no cae en la cuenta de que se halla en Macondo.
Cuando llega el otoño todo
cambia, en contraste con el Macondo de allá, donde nada cambia; llega una
señora otoñal a otoñar u otoñear, que no sé si se dice de ninguna forma, pero como debo
contarlo, yo digo que otoñea doblemente, su propio otoño y el temporal. Si esto
ocurriera en el de allá (Plus Ultra), es probable que los amerindios no dijeran
nada; en este detalle descubro que hay diferencias entre allá y acullá, porque
aquí, dicen: los macondos auténticos tal vez digan algo, pero lo deben de decir
sin hablar, mas los macondos de acullá son más cachondos porque dicen las cosas
diciendo, aunque lo que aquéllos dicen sin decir viene a no ser nada, como lo
que aquí dicen diciendo.
No son dicentes en ninguno de los
dos Macondos, porque en áquel no dicen y en éste no es una persona concreta la
que dice, ni lo que dice es tampoco concreto. Dicen que en el principio fue la Palabra
y ésta saldría de las bocas como sale ahora de las bocas de los macondianos,
primitivamente, sin obedecer a esquemas racionales.
La dama otoñal está inmersa en
las dicencias, decires o “dijendas” y tiene los ojos atónitos, como atónito se
queda uno al leer lo que pasaba o parecía que pasaba en el auténtico Macondo.
Ayer me habló la otoñal otoñadora
y me dijo que tres, no me aclaró si hombres o extraterrestres, le habían dicho
que otros tres, no se sabía tampoco si se trataba de extraterrestres u hombres,
no dejaban pasar por el camino. Añadió que yo iba a hacer un puente.
Descubrí que aún soy joven porque
conservo mi capacidad de asombro; sí, quedé asombrado al verme convertido en
pontífice, hacedor de puentes, miré hacia arriba y un azul celeste intenso,
increíblemente azul me hizo creer que estaba en un Macondo irreal.
Me quedé con ganas de hablar con
alguien para poderle contar lo que estaba pasando en este Macondo irreal, para
que ese alguien me volviera a la realidad. Fui al teléfono pero no había tal
aparato, que se me antojó un puente más necesario que el del río, porque
supongo que aquél que yo iba a hacer, habría que levantarlo sobre un río, no en
la Plaza Mayor. Ese puente telefónico quizá haría desaparecer algún Macondo.
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