lunes, 14 de mayo de 2018

Siempre han existido los pobres




En aquel pueblo o pequeña ciudad del Bajo Aragón, se levanta la Torre de la Iglesia hacia el cielo y sus habitantes, unos al ver la dirección celeste que marca dicha Torre, conmovidos por el camino que marcaba hacia el cielo, se echaban mano a su bolsillo para sacar una limosna, para aquel vecino,  que escasamente, podía comer.
Pero los habitantes de esa pequeña ciudad, no siempre se acordaban de la eternidad que marcaba  aquella Torre, porque la vida corriente les mostraba las copas de vino en aquellos Bares. o aquellos cuerpos femeninos, que contemplaban  fotografiados en colores y a veces en tamaño natural  de mujeres, en las fachadas del Cine, que les parecían divinas y se olvidaban del cielo.
 En tiempos pasados todos los recursos que usaba el pueblo para arreglar sus problemas, intentaban sacarlos por medio de la oración. Claro que no todos formaban parte de una parroquia, donde recibieran los sacramentos ni se les enseñaran oraciones, ni  a leer ni a  escribir. Basta acordarse de aquella brutalidad  primitiva que se practicó en el camino de Sipán, donde  al lado de él, que hacía las veces de  carretera, unos gitanos cogieron unas coles para poder comer y los guardianes del monte, les quisieron castigar  su delito, dándoles una buena paliza y arrancándoles muelas y dientes. Esto hace ya muchos años, pero el  gitanico  del pueblo del Bajo Aragón, que carecía de cultura, como los viejos , que habían pasado por Sipán, estaba  más sólo que aquellos, pues vino al Mundo en el pueblo, donde se alzaba la Iglesia, que con su Torre señalaba el camino del cielo. Si,  pero en la iglesia no tenía entrada, porque sus padres lo abandonaron sólo y convivió,  como una rata, al lado de otros infelices gitanos. Pero algún vecino del pueblo, se conmovió ante aquel miserable espectáculo de desprecio total, ante un niño, al que nadie quería. No lo amaban, pues dormía en una era abandonada, debajo de las tablas de un viejo carro abandonado y un vecino, no pudo aguantar la soledad y el abandono de aquella criatura y de sus acompañantes. Y así como a Cristo le dieron posada en varias casas de Palestina, ese vecino fue al Notario y al  gitanico le hizo donación de una casa, en la que todavía vive su familia. Me contó esta historia, que parece un cuento, un turolense que contempló estos hechos,  pero fue el mismo el que me hizo ver el corazón tan agradecido de aquel gitanico,  que sin haber gozado de la compañía de unos padres y sin saber leer ni escribir, su corazón se sintió empujado a pagarle, cuando ya habían pasado algunos años de haber estrenado vivienda, y le fue rechazado dicho pago. 
Había en el pueblo otro individuo, que caminando, caminando, había venido desde Galicia, desde donde siempre han emigrado muchos de sus habitantes, pero éste, algo encontró allí, pues allí se quedó a vivir, haciendo de limpiabotas. Comía todos los días, pero dormía en algún pajar, medio abandonado. Mi amigo,  el turolense, para que no pasara hambre, le daba una cantidad notable de dinero, como aquel que se “iguala” en el servicio de limpiarse los zapatos. Este, con el adelanto de dinero, no quería que el  galleguiño, tuviera necesidades y se dedicara a trabajar, sin sufrir sus buenos sentimientos, con las necesidades humanas de su vecino.
El gitanico, que todavía vive, gracias al Señor, acompañado por su esposa y por sus hijos, cuando estaba sólo, no se olvidó de la vida  del galleguiño,  pues me contó la pobre vida de éste. Como a todos los seres humanos le llegó la muerte, pues encontraron su cadáver en un pajar abandonado. Las autoridades enseguida lo cubrieron con una manta y lo querían llevar a ponerlo bajo tierra en el cementerio. Pero el turolense  fue a ver a esas crueles autoridades y lo pusieron en un ataúd sencillo y lo enterraron en el Cementerio, al que todos llegaremos a ir.
Quiero volver a ver en alguna ocasión al turolense, porque no se olvida de las necesidades de sus hermanos los hombres y así, mientras viva, será feliz.
Estos hechos pasados no los hemos podido olvidar, porque en este año de dos mil quince, están huyendo del mal trato y de la muerte, miles de habitantes de Siria y de otros países orientales. Igual que el gitanico y el galleguiño, fueron respetados por el turolense, ¡qué estos seres humanos sean bien tratados por sus hermanos, hijos del Señor!.


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