En aquel pueblo o pequeña ciudad del Bajo Aragón, se levanta
la Torre de la Iglesia hacia el cielo y sus habitantes, unos al ver la
dirección celeste que marca dicha Torre, conmovidos por el camino que marcaba
hacia el cielo, se echaban mano a su bolsillo para sacar una limosna, para
aquel vecino, que escasamente, podía
comer.
Pero los habitantes de esa
pequeña ciudad, no siempre se acordaban de la eternidad que marcaba aquella Torre, porque la vida corriente les
mostraba las copas de vino en aquellos Bares. o aquellos cuerpos femeninos, que
contemplaban fotografiados en colores y
a veces en tamaño natural de mujeres, en
las fachadas del Cine, que les parecían divinas y se olvidaban del cielo.
En tiempos pasados todos los recursos que
usaba el pueblo para arreglar sus problemas, intentaban sacarlos por medio de
la oración. Claro que no todos formaban parte de una parroquia, donde
recibieran los sacramentos ni se les enseñaran oraciones, ni a leer ni a
escribir. Basta acordarse de aquella brutalidad primitiva que se practicó en el camino de Sipán,
donde al lado de él, que hacía las veces
de carretera, unos gitanos cogieron unas
coles para poder comer y los guardianes del monte, les quisieron castigar su delito, dándoles una buena paliza y
arrancándoles muelas y dientes. Esto hace ya muchos años, pero el gitanico del pueblo del Bajo Aragón, que carecía de
cultura, como los viejos , que habían pasado por Sipán, estaba más sólo que aquellos, pues vino al Mundo en
el pueblo, donde se alzaba la Iglesia, que con su Torre señalaba el camino del
cielo. Si, pero en la iglesia no tenía
entrada, porque sus padres lo abandonaron sólo y convivió, como una rata, al lado de otros infelices
gitanos. Pero algún vecino del pueblo, se conmovió ante aquel miserable
espectáculo de desprecio total, ante un niño, al que nadie quería. No lo
amaban, pues dormía en una era abandonada, debajo de las tablas de un viejo
carro abandonado y un vecino, no pudo aguantar la soledad y el abandono de
aquella criatura y de sus acompañantes. Y así como a Cristo le dieron posada en
varias casas de Palestina, ese vecino fue al Notario y al gitanico le hizo donación de una casa, en la
que todavía vive su familia. Me contó esta historia, que parece un cuento, un
turolense que contempló estos hechos, pero fue el mismo el que me hizo ver el
corazón tan agradecido de aquel gitanico, que sin haber gozado de la compañía de unos
padres y sin saber leer ni escribir, su corazón se sintió empujado a pagarle,
cuando ya habían pasado algunos años de haber estrenado vivienda, y le fue
rechazado dicho pago.
Había en el pueblo otro
individuo, que caminando, caminando, había venido desde Galicia, desde donde
siempre han emigrado muchos de sus habitantes, pero éste, algo encontró allí,
pues allí se quedó a vivir, haciendo de limpiabotas. Comía todos los días, pero
dormía en algún pajar, medio abandonado. Mi amigo, el turolense, para que no pasara hambre, le
daba una cantidad notable de dinero, como aquel que se “iguala” en el servicio
de limpiarse los zapatos. Este, con el adelanto de dinero, no quería que el galleguiño, tuviera necesidades y se dedicara
a trabajar, sin sufrir sus buenos sentimientos, con las necesidades humanas de
su vecino.
El gitanico, que todavía vive,
gracias al Señor, acompañado por su esposa y por sus hijos, cuando estaba sólo,
no se olvidó de la vida del
galleguiño, pues me contó la pobre vida
de éste. Como a todos los seres humanos le llegó la muerte, pues encontraron su
cadáver en un pajar abandonado. Las autoridades enseguida lo cubrieron con una
manta y lo querían llevar a ponerlo bajo tierra en el cementerio. Pero el
turolense fue a ver a esas crueles
autoridades y lo pusieron en un ataúd sencillo y lo enterraron en el
Cementerio, al que todos llegaremos a ir.
Quiero volver a ver en alguna
ocasión al turolense, porque no se olvida de las necesidades de sus hermanos
los hombres y así, mientras viva, será feliz.
Estos hechos pasados no los hemos
podido olvidar, porque en este año de dos mil quince, están huyendo del mal
trato y de la muerte, miles de habitantes de Siria y de otros países
orientales. Igual que el gitanico y el galleguiño, fueron respetados por el
turolense, ¡qué estos seres humanos sean bien tratados por sus hermanos, hijos
del Señor!.
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