Mairalesas Anso (Huesca). |
¿Quién manda, la
mujer o el
hombre?. Es este un interrogante que planteó la lucha de los sexos, no sé
si antes o
simultáneamente a la de clases. Los hombres afirman que ellos proponen, que
Dios dispone y que la mujer descompone, en tanto que hay quienes aseguran que
“si las mujeres mandasen y no mandasen los hombres, serían balsas de aceite los
pueblos y las naciones”.
Unos y otros se
contradicen y sin embargo, los individuos de los dos sexos
tienen capacidad para mandar y ambas opciones de poder, han existido: el
matriarcado y el patriarcado. Al derivar las dos palabras de padre y de madre
parece que el poder tenía como fin la perpetuación, la permanencia de la
especie, lo que obligaría a la mujer a entregarse a criar hijos, en tanto que
el hombre se haría exclusivista del poder, dejando marginada a la mujer y tal
vez relegándose ella misma al ser su instinto más creador, más conservador y
menos violento.
El hecho de que
la mujer se relegara estaba basado en un reflejo subconsciente, que anteponía
la especie a sí misma, pero siguió mordiendo, a veces grandes poderes y siempre
parcelas que patentizaban su derecho y su capacidad. Hoy, los individuos se
preocupan más de sí mismos que del colectivo, gritando constantemente que se
salve el que pueda, o aquí en el Alto Aragón: ”montañes remediau, no te conozco”, y por consiguiente
la mujer, cansada de estar en casa “con la pata quebrada y atada a la pata de
hierro de la cama”, está desarrollando su inteligencia y ocupando los puestos
de responsabilidad en la sociedad, para
gozar de un poder que no sirve a los demás, sino que se sirve de ellos. Han
existido mujeres del poder de la Reina de Saba, de Catalina de Rusia, de Isabel
la Católica, etc., etc. y otras han accedido a ese poder por el amor o el sexo,
como Cleopatra influyó en César o Aspasia la Hetaira en Pericles; hubo
vestales, matronas, sacerdotisas, abadesas mitradas, religiosas de diversas Ordenes que siempre fueron conscientes de que la mujer
era tan poderosa como el hombre y descendiendo al nivel de los habitantes de
nuestros pueblos, hemos tenido a las mairalesas.
Mairala o
Mairalesa es la forma femenina de Mairal, que equivale en su sentido a la
palabra castellana Mayoral. El Mayoral o Mairal mandaba en su parcela y la
Mairalesa en la suya, mejor dicho en las
suyas pues varias eran e iban desde lo religioso hasta lo lúdico y festivo.
Un antiguo
documento habla de una soltera que: “se desvelaba por el aseo y limpieza del
templo o casa de Dios: trabajaba en los ornamentos y vestiduras sagradas, que
sirven al culto divino…”.
Pero las
fiestas, una vez que el alcalde había preguntado a los mozos: ¿estáis todos unidos?
Y ellos le habían respondido. “si, señor alcalde”, las mairalesas empezaban a
sacar pastas, galletas, tortas y dobladillos, vinos, licores, tabaco, “agua
güena”, gaseosas, etc.
Las mujeres
moderaban el poder o lo envenenaban en alguna ocasión, y eran conscientes
del menor talento de los hombres a los que de vez en cuando se les
plantaban, como dice Aristófanes en su comedia “Lisistrata”, que, al frente de
las otras mujeres, hizo huelga de culo y cama, recordándoles que podrían volver
a mandar algún día. Las mairalesas ejercían el poder el día de Santa Agueda e
incluso llegaban a elegir una alcaldesa. Llegaban a bailar bailes provocativos
como El Negrito y El Morrongo (levántate la saya que te lo pongo) y llegaban a
“contar las viejas” a algún hombre chulo y pretencioso. A aquellos hombres les
hacían ver las mujeres que ellas eran iguales, que lo sabían todo y que si no
ejercían cada día el poder, era porque lo consideraban como un servicio a la
humanidad.
Hoy que se busca
la satisfacción personal en todo, incluído el poder,
la mujer no sólo es poderosa simbólicamente
siendo mairalesa, por ejemplo, sino que ”invade” el poder.
A lo largo lo
pagaremos todos, pues si antes se buscaba la perpetuación de la especie, ahora
se busca la inmortalidad
del individuo.
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