Estaba durante la lectura del largo Evangelio del Domingo de Ramos, como había consentido el Dios Todopoderoso que su hijo Jesús, el Hombre- Dios que padeciera las relaciones y los insultos, que se leen en el Evangelio de hoy. Después como si esto fuera poco, lo crucificaron, clavándolo en la Cruz con gruesos clavos.
¿Cómo
pudo el que todo lo puede hacer de su criatura el hombre, que fuera Dios como
Él?
Si,
el Señor hizo de un hombre, por medio de una Santa Mujer, la Virgen Santísima,
¡Cuánto nos ama a los hombres y mujeres sus criaturas ¡. Algunos no creen que
Dios nos ame, porque se ven rodeados de desgracias, como Guerras y
enfermedades, pero yo creo que los hombres no hacemos esfuerzos para evitar
tantos males.
En
estos pensamientos estaba cuando oí al que leía el Evangelio exclamar: “ Eloi,
Eloi, lamma sabastani”. A mí me parecía que tal vez había ofendido a Dios, al
pensar en que tal vez, no fuera posible que hiciera sufrir a su Hijo de tal
forma, pero cuando escuché lamentarse al mismo Hombre-Dios, creí que yo también
estaba pensando, lo que exclamó al decir: ¡ Elí, Elí, lamma sabastani .
A
esta Misa solemne acudían los niños y
niñas de Siétamo, pero su niñez los hacía asistir los días siguientes a la
Solemne Misa en la Parroquia, donde alababan a Dios cantando la gloria del
Señor y los días siguientes ya estaban bajando a los huertos al lado del río Guatizalema, para explotar los huertos,
en los que el Señor, les repartía alimentos y recogían verduras, que subían a
sus casas. Pero Joaquina Larraz Latre,
nació el mismo año que yo, es decir en 1.930.
Su
padre Antonio Larraz era de Loarre y su madre Joaquina Latre Rodrigo, tenía su
casa en el Callejón en la calle de Valdecán , que era un campo que bajaba por
un valle y al otro lado se extendía la ladera de la Plana del Fosal, donde
crecían las carrascas a los lados de las paredes del Cementerio. Hoy en el
terreno donde se enterraban los difuntos, plantamos hace ya varios años
cipreses que apuntaban al cielo. Y en ese cementerio descansa Joaquina, al lado
de Joaquín, desde donde se ven los nichos de los Almudévar. Hace unos escasos
días ha “visto llegar a descansar eternamente a mi sobrino Luis Manuel”. No se
hablan porque están muertos, pero nos hacen recordar a todos los difuntos que
allí descansan. Me he de morir bien pronto y estaremos cercanos tu y yo, pero
como difuntos no podremos hablarnos de tu vida, que con la pobreza antigua, tuviste que llevar caminando una “cerda” a cubrirse a
Castejón de Arbaniés.
Cuando
ya en sus viejos años de unos noventa,
exclamaba:¡ Me moriré bien pronto, no tengo más que dolor ¡. ¡Para mí que tenía que estar
envuelta en algodones, pero a cualquier hora he ido casi desnuda¡. Ahora
Joaquina podría acordarse de su generosidad, porque Joaquina tenía un corazón
generoso y los que íbamos a verla, recibíamos dulces galletas, para aliviar
nuestras vidas. Su amiga Carmen viuda de Gaspar, convivía muchos ratos a su
lado, sentadas ambas en unos sillones, que las mantenían cómodas y nos daban
conversación a los que íbamos a visitarlas.
Ella
se acuerda de cuando en el Molino iba con otras mujeres a coger frutos y
verduras, pisando de faja en faja. Joaquina se acordaba de niña del Callejón
del Valdecán, que tenía enfrente el
Fosal, rodeado de carrascas. Jugaba en el Valdecán con juguetes de cristal como platos y vasos de
cristalínos, mientras las gallinas de
sus padres, picoteaban por la yerba del
Valdecán.
Pero
el amor de su hijo Toñín, que aprendió el oficio de albañil, convirtió su casa
en una residencia bella y cómoda, donde acabó sus últimos días.
Cuando
ahora voy a Siétamo, me acuerdo de la amistad que tenía con mi esposa Feli,
pues gozaron ambas de muchos años en que trabajaron unidas, para sacar adelante
a los hijos de ambas.
Cuando
paso por la Calle Alta y me acuerdo de penetrar en su hermosa casa, casi me
acuden las lágrimas a mis ojos, por tener que continuar la vida, sin poder
hablar con la señora Joaquina.
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