miércoles, 22 de diciembre de 2021

Navidad de “Os Casaus” en la antigua Lamusa ( Parte 2)

 

Las monjas cantaban en latín pero no lo entendían.

Conocía el latín y sin embargo se quejaba de que las monjas tuvieran que leer siempre en esa lengua, lengua qué ignoraban, en tanto los curas se distraían cantando los salmos, porque entendían su  significado. Ella que amaba la música y leía y leía para formarse a sí misma, sentía ya un sentido de la justicia, que tanto tiempo está tardando en imponerse y escribió que no había derecho a que las monjas no entendiesen el latín, lo que haría oportuno que los leyeran en sus lenguas.

Escribió Ana Abarca, en la página 48 de “Catorce vidas de santas  de la orden del Cister”: ”El estudio y la música hacen admirable consonancia, y más allá de ser esta ocupación tan plausible, es crédito de buen gusto…En tanto aprecio estaba esta liberalísima  arte, que entre los de Arcadia, el no ejercitarla con particular cuidado se tenía por negligencia, muy culpable. No la aprendían para vivir desatentos, sino para el recreo del ánimo y alivio de sus mayores ocupaciones y trabajos”. Parece que vosotros con vuestras reuniones y sesiones de baile y de música, estáis siguiendo el ejemplo de Doña Ana.
El no ejercitar el arte musical, se tenía por los habitantes de aquella ciudad idílica de Arcadia, como negligencia muy culpable y vosotros siguiendo el espíritu aragonés, cultiváis esa música y hacéis que suene en estos locales, donde tenéis establecida la sede de “Os Casaus”.
Ella  como predecesora de su sobrino el conde de Aranda, ya notaba la influencia de la nación aragonesa en su vida, porque nació en una casa propia de su familia en la capital de Aragón, Zaragoza. En la Vigilia y Octavario de San Juan Bautista, escribía de Zaragoza, capital de Aragón, sobre la belleza de la Seo, sobre el amor de todos los aragoneses a la Virgen del Pilar, sobre  ”…la erudición de las escuelas, el valor de los ciudadanos, lo noble de las familias, la hermosura de las damas, lo delicioso de los jardines y vegas, lo caudaloso de los ríos, lo alegre de los puentes, lo grande del gobierno…”.
 Estas palabras se editaron el año 1679 y cualquiera de nosotros nos damos cuenta de su  realidad, en los tiempos actuales, porque al leer estas palabras, me parece volver a vivir en la ciudad de Zaragoza, cuando en ella estudiaba.
Poseía su familia varias casas en Huesca, a donde iba con frecuencia a la bulliciosa y ardiente actividad académica aragonesa, donde alrededor del prócer oscense Don Juan Vicencio de Lastanosa, se juntaban Baltasar Gracián, Juan de Salinas, Ustarroz y tantos otros, como ella misma. Ella cuando acudía al Palacio de Siétamo, decía: ”¡qué cariño despierta en mí este castillo!”. Y yo como nacido en Siétamo, recuerdo a Ana Abarca de Bolea, cuando veo “el extremo de la meseta sobre la que se asienta este pueblo, que estaba ocupado por el Castillo, que  saludaba a la Fondura, que riega la fuente de los seis caños; dicho Castillo-Palacio fue donde nació Ana Francisca Abarca de Bolea. Colgada en una pared estaba la noble cuna familiar, donde puede ser que la niña soñase sus primeros sueños. Todavía recuerdo esa cuna, que me llamaba la atención y me parecía demasiado grande para una niña tan pequeña, pero hoy me parece pequeña para una aragonesa tan grande.

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