Leyendo en
un diario algunas costumbres de los árabes en España, me llamaron la atención
las norias, con las que sacaban agua de algún pozo o acequia, regaban las
huertas, bebían y se bañaban. Recordé
entonces una noria que estaba en el monte de Almudévar, al lado de una
acequia y cuando bajaba a Zaragoza veía
una rueda enorme, a la que nunca vi girar, para sacar agua. Me han dicho que
tal noria y la acequia de la que obtenía el agua eran de don Antonio Bello,
escritor aragonés y hermano del famoso Pepín Bello, que ya tiene más de cien
años y que fue amigo y compañero del pintor Dalí y de varios sabios y poetas españoles. Pregunté
por la historia de la noria, en varias ocasiones y me dijeron que ya no se
usaba, pero que la guardaban para recuerdo de técnicas pasadas, pues no en vano
era dicha noria propiedad de un ilustre e ilustrado aragonés, que en un libro
suyo, que me regaló y me dedicó, escribe como se podrían regar aquellas tierras
de Monegros, que él vio desde una avioneta del Campo de Vuelos sin Motor de
Monflorite. Pero en la misma ciudad de Huesca, hubo, entre muchas otras, una
noria situada en la actual calle del General Lasheras, que arranca de la
Avenida de Juan XXIII y va a parar a la Avenida de Menéndez Pidal, zona por la
que corren las aguas subterráneas, pues cerca de allí estaba la Fuente del
Angel y cerca el pozo de la enorme plaza
que se encuentra al lado de la ya muerta vía ferroviaria. En esa calle y en
casa de los hermanos Escar, dueños de la Torre Justo y cuando la construían
encontraron los restos de una noria y mi gran amigo y gran persona, ya difunto,
Pepe Loriente Pérez, aparejador y que estaba casado con mi prima Encarnita
Morlán, recogió varios alcanduces o vasijas de tierra, que iban atadas con
cuerdas de esparto a una maroma acoplada a la rueda vertical de la noria, y me
dio varios de ellos. Pero dicha noria no sólo estaba compuesta por la rueda
vertical, sino que ésta tenía engranajes o articulaciones con otra rueda
horizontal, movida por una palanca de la que tiraba un asno o una mula. Al
animal se le solían tapar los ojos con una tela para que no se mareara y tiraba
y tiraba dando vueltas a la rueda horizontal, que hacía subir la vertical y con
ella, los alcanduces llenos de agua que al llegar arriba, la vaciaban
y esta corría para ir a regar el huerto. También tenían los moros
unos elevadores de agua en las balsas y en las albercas, que tenían un pozal o
cubo en un extremo y un contrapeso en
el opuesto. Todavía debe quedar alguno de ellos, porque yo los he visto usar en
Velillas, en la casa antigua de Bailo;
detrás de ella había una balsa que recogía las aguas de lluvia de los tejados y
de la calle. A su lado estaba clavado en tierra, verticalmente, un soporte
consistente en una gruesa rama de árbol y acabado en una horquilla y sobre ésta
estaba sujeta, para que no se cayera al suelo, pero con libertad de
movimientos, una larga rama o elevador de
agua con un cubo en el extremo que se
había de introducir en el agua de la balsa y un contrapeso en el opuesto. Con
esta agua regaban un hortal o pequeño huerto, del que sacaban muy buenas
verduras. En el cementerio civil de Huesca yace un inglés, que estuvo de
encargado en un castillo y usó un cabrestante, al que muchos llaman malacate
para mover y labrar tierras por medio de un cable, que se iba arrollando en un
cilindro, a medida que iba girando, movido por la potencia de una máquina de
vapor en la que se quemaba leña. Ahora el hombre usa el petróleo y la
electricidad para sacar agua y para mover la tierra, pero un mecánico me ha
dicho que tal vez se pueda obtener energía de la temperatura del agua y de los
cabrestantes y malacates. Calefactores de agua subterránea ya los están
colocando. De la energía que se pueda obtener con los malacates me tiene que
informar un señor que posee orugas y trabaja con ellas, ayudado por su hijo.
¡No creo que sea mucha la energía que se obtenga, pero esperemos sacarle el
“jugo al malacate”, igual que un hortelano les sacaba el jugo, mezclándolo con
vino y azúcar, a los “malacatones”.
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