domingo, 25 de diciembre de 2022

Máquinas e inventos.-

 

   

Leyendo en un diario algunas costumbres de los árabes en España, me llamaron la atención las norias, con las que sacaban agua de algún pozo o acequia, regaban las huertas, bebían y se bañaban. Recordé  entonces una noria que estaba en el monte de Almudévar, al lado de una acequia  y cuando bajaba a Zaragoza veía una rueda enorme, a la que nunca vi girar, para sacar agua. Me han dicho que tal noria y la acequia de la que obtenía el agua eran de don Antonio Bello, escritor aragonés y hermano del famoso Pepín Bello, que ya tiene más de cien años y que fue amigo y compañero del pintor Dalí y de  varios sabios y poetas españoles. Pregunté por la historia de la noria, en varias ocasiones y me dijeron que ya no se usaba, pero que la guardaban para recuerdo de técnicas pasadas, pues no en vano era dicha noria propiedad de un ilustre e ilustrado aragonés, que en un libro suyo, que me regaló y me dedicó, escribe como se podrían regar aquellas tierras de Monegros, que él vio desde una avioneta del Campo de Vuelos sin Motor de Monflorite. Pero en la misma ciudad de Huesca, hubo, entre muchas otras, una noria situada en la actual calle del General Lasheras, que arranca de la Avenida de Juan XXIII y va a parar a la Avenida de Menéndez Pidal, zona por la que corren las aguas subterráneas, pues cerca de allí estaba la Fuente del Angel y cerca el  pozo de la enorme plaza que se encuentra al lado de la ya muerta vía ferroviaria. En esa calle y en casa de los hermanos Escar, dueños de la Torre Justo y cuando la construían encontraron los restos de una noria y mi gran amigo y gran persona, ya difunto, Pepe Loriente Pérez, aparejador y que estaba casado con mi prima Encarnita Morlán, recogió varios alcanduces o vasijas de tierra, que iban atadas con cuerdas de esparto a una maroma acoplada a la rueda vertical de la noria, y me dio varios de ellos. Pero dicha noria no sólo estaba compuesta por la rueda vertical, sino que ésta tenía engranajes o articulaciones con otra rueda horizontal, movida por una palanca de la que tiraba un asno o una mula. Al animal se le solían tapar los ojos con una tela para que no se mareara y tiraba y tiraba dando vueltas a la rueda horizontal, que hacía subir la vertical y con ella, los alcanduces llenos de agua que al llegar arriba,  la vaciaban  y esta corría  para ir a  regar el huerto. También tenían los moros unos elevadores de agua en las balsas y en las albercas, que tenían un pozal o cubo en un extremo y   un contrapeso en el opuesto. Todavía debe quedar alguno de ellos, porque yo los he visto usar en Velillas,  en la casa antigua de Bailo; detrás de ella había una balsa que recogía las aguas de lluvia de los tejados y de la calle. A su lado estaba clavado en tierra, verticalmente, un soporte consistente en una gruesa rama de árbol y acabado en una horquilla y sobre ésta estaba sujeta, para que no se cayera al suelo, pero con libertad de movimientos,  una larga rama o elevador de agua  con un cubo en el extremo que se había de introducir en el agua de la balsa y un contrapeso en el opuesto. Con esta agua regaban un hortal o pequeño huerto, del que sacaban muy buenas verduras. En el cementerio civil de Huesca yace un inglés, que estuvo de encargado en un castillo y usó un cabrestante, al que muchos llaman malacate para mover y labrar tierras por medio de un cable, que se iba arrollando en un cilindro, a medida que iba girando, movido por la potencia de una máquina de vapor en la que se quemaba leña. Ahora el hombre usa el petróleo y la electricidad para sacar agua y para mover la tierra, pero un mecánico me ha dicho que tal vez se pueda obtener energía de la temperatura del agua y de los cabrestantes y malacates. Calefactores de agua subterránea ya los están colocando. De la energía que se pueda obtener con los malacates me tiene que informar un señor que posee orugas y trabaja con ellas, ayudado por su hijo. ¡No creo que sea mucha la energía que se obtenga, pero esperemos sacarle el “jugo al malacate”, igual que un hortelano les sacaba el jugo, mezclándolo con vino y azúcar, a los “malacatones”.

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