domingo, 25 de diciembre de 2022

El humor de Antonio Bescós en la Guerra Civil





Cuando veo y recuerdo aquellas ruinas y aquellos cadáveres sin enterrar todavía en los caminos y en el monte de Siétamo, me pregunto ¿cómo podrían sus hijos volver a levantarse para que el pueblo resucitara?. Antoñito del Herrero  cogía, con los demás niños, los balines que por el suelo repartieron los fusiles de unos y de otros. Antonio Bescós, al que todo el mundo  trataba de “Trabuco”,  cuando volvió desde su condición de prisionero a la vida civil, tenía que ir a trabajar unas veces en Huesca, a donde llegaba caminando y más tarde en Siétamo, en Regiones Devastadas. Pero nunca perdió el humor, que le prolongó su vida y le dio periodos felices con su matrimonio y con su hijo. Encontré entre mis papeles uno que al leerlo me recordó que fue Antonio Bescós el que un día cualquiera me lo dictó. Narra la letra de esa canción la derrota de unos milicianos, huyendo desde España hasta Francia y mezcla el sufrimiento que tuvo que pasar con sus compañeros, con notas de humor que le hicieron posible superar esos días de horror. Antonio, al dictarme su canción,  la cantaba y se expresaba así: ”Somos los tristes refugiados-que a este campo venimos- de tanto andar, hemos pasado la frontera-con nuestro ajuar, mantas, macutos y otras yerbas.-Un poquito de humor hemos salvado- de luchar contra el fascio invasor- y en la Playa de Argelés Sumer- nos fuimos a encerrar para comer”. Después se acuerda de lo bien que lo pasaba en España, diciendo: ” Y hoy pienso que hace sólo tres años,-España era una nación feliz, libre y obrera,- abundaba la comida, no digamos la bebida, el tabaco y el papel,-había muchas diversiones, la paz en los corazones y señoritas a granel”. Pero después de soñar con su feliz pasado, sigue diciendo: “Hoy, que ni cagar podemos sin que venga un mojamé- y nos trate como a presos y nos grite a los soldados: allez, allez, allez. Y sigue describiendo los horrores que tenían que pasar él y sus compañeros, diciendo: ”Vientos,  ladrones de maletas, arena y mal olor-sarna en los barracones y fiebre y dolor.-Colas para buscar dos litros de agua,-de leña y de carbón,- alambradas para tropezar buscando tu “chalet”- y por todas partes por donde vas- te gritan por detrás:¡ allez, allez, allez!”.Tuvo suerte Antonio, pues  un tío suyo General del Ejército,lo liberó de seguir siendo un prisionero, como lo fue en Francia. Es que era una persona inquieta por la religión, ya  que si hubiera tenido dineros para estudiar, se hubiera consagrado sacerdote. Tenía también un humor extraordinario, pues en cierta ocasión, cuando trabajaba en Regiones Devastadas en la Iglesia de Siétamo, se subió al púlpito y empezó a predicar a sus compañeros, diciendo: “ ¡Oh amigos míos, tenemos que estar contentos porque este trabajo no nos apura y así como mi compañero en la escuela José María Javierre, subirá en el escalafón  eclesiástico,  yo ya he alcanzado el grado de sacristán!”.En esas estaba, cuando llegó el cura de Torres de Montes, que lo apeó rápidamente de tan alta tribuna. Pero ese incidente  no le rompió su vocación. Y a pesar de que el cura del pueblo le quiso cobrar un duro por el entierro de su padre, él colaboró gratis en todos los  entierros de su pueblo. Así  que todos, se acordaban de él desde allá  arriba. Cuando a Don José María Javierre lo proclamaron Cardenal, fuimos a Roma muchos sietamenses, entre los que naturalmente se encontraba Antonio Bescós. Tenía ganas de visitar la tumba de San Lorenzo, al que tantas veces había acompañado en la procesión, en Huesca, y tenía necesidad de saludar a su  compañero de escuela, que iba a ser cardenal. Al encontrarse en Roma con él,  impulsado por su buen humor, le dijo: “Monseñor, delante de vuecencia, se encuentra,  aunque sin “naveta” ( como llamaban al  incensario), el sacristán de la parroquia donde fue bautizado”. A continuación se abrazaron cardenal con sacristán y éste le dio dos cajas de castañas de mazapán. Al poco tiempo llegó a la iglesia de Siétamo, desde Roma,  una hermosa casulla roja. El humor de Trabuco compartido por todos los sietamenses, empezó a  redimir a Siétamo.

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