jueves, 15 de diciembre de 2022

¡Pobre Antonié!.-

 


                                 

“Alonso ,Alonso-mira que t’arrempujo  y te tiro a un pozo”.

Esta canción, la cantaba un andaluz, que estaba labrando en un cortijo. A Antonié no hizo falta tirarlo a ningún pozo, pues él mismo se tiró por su propia voluntad. ¡Estaría loco?, no, simplemente era pastor y según el Evangelio, si un pastor pierde una oveja, deja las otras noventa y nueve y va a buscar la perdida. Claro que en este caso no se trataba de una oveja, pues era un carnero, es decir un macho. El Evangelio y la poesía bucólica, son muy feministas en cuestión de ganado lanar; siempre hablan de las pacíficas y blancas ovejas, pero no recuerdan nada a los carneros o mardanos. Hago esta salvedad para tratar de introducir a lo mardanos en su lugar, pues también ellos tienen los derechos del ganado lanar.

En el monte hay un pozo cerca de un camino, sin brocal ni nada y el pobre mardano fue a asomarse y cayó dentro del pozo como un sapo. Antonié, buen pastor, como el del Evangelio, sin encomendarse a Dios ni al diablo, se tiró dentro del pozo para sacar al carnero. Decía que no le había empujado nadie, pero reflexionado, veo que le empujó su propio sentido profesional. Pero bueno, le pregunté ¿para qué te tiraste en el pozo?, ¿no sabías que tú vales más que el mardano? Me contestó, creo que sí pero como era del Montañés de Salinas de Jaca…

¡Pobre Antonié!, porque si hubiera sido suyo el carnero, lo hubiera dejado ahogarse, pero como era de propiedad ajena, a su amor propio lo empujó a hacer lo que no hubiera hecho por sus propios intereses. El buen pastor da la vida por sus ovejas, pero mira que darla por un mardano o carnero, siendo además de otra persona. Lo peor fue que después no podía ni sacar al mardano ni salir él mismo del pozo.

¡Escucha Antonio!, ¡pues ya las habrás pasado bien negras! Calla, me respondió, que nunca he visto un porvenir más negro. Era ya casi por la noche y el pozo estaba negro, además de por la falta de luz, porque recibía el agua las filtraciones de las heces de los cerdos, de la granja de al lado. Empezaba Antonié a subir y las paredes del pozo se caían, como el trigo cuando los niños suben por sus montones en las eras, para la trilla. Antonié tenía mucha pena por mí mismo y por el mardano, que “esberrecaba” con agonía y también me preocupaban las ovejas que encima del pozo se habían quedado solas, sin pastor. Me hacían casi llorar los perros pastores que se miraban desde el borde del pozo con ojos tristes. Parecía que iban a llorar. Cuando vio que le fallaban sus fuerzas, empezó a gritar y entonces acudió el granjero de la vecina granja, Este llamó a otros y entre todos lo sacaron a la superficie. Cuando me ví en tierra firme, grité gracias a Dios. Pero el granjero dijo. Mejor que les des las gracias a los tocinos, que estaban hartos, porque si llegan estar ayunos, para día sales del pozo. Contesto Antoni de Rafaeler: de todas las formas ahora veo el porvenir más claro y aunque no llueva no me lamentaré, porque si he salido de este baño de estiércol de cerdo, igual saldré de las polvaredas de las sequías.

El granjero había echado el pienso a los cerdos el domingo por la tarde y el pastor iba cuidando el ganado lanar el mismo domingo también por la tarde. Ciudadanos, ¿cuántos hombres quedan en España de esta condición? Pocos y en los pueblos. Todos sabemos nuestros derechos, pero ¿nuestros deberes?

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