“Alonso ,Alonso-mira que
t’arrempujo y te tiro a un pozo”.
Esta canción, la cantaba un andaluz,
que estaba labrando en un cortijo. A Antonié no hizo falta tirarlo a ningún
pozo, pues él mismo se tiró por su propia voluntad. ¡Estaría loco?, no,
simplemente era pastor y según el Evangelio, si un pastor pierde una oveja, deja
las otras noventa y nueve y va a buscar la perdida. Claro que en este caso no
se trataba de una oveja, pues era un carnero, es decir un macho. El Evangelio y
la poesía bucólica, son muy feministas en cuestión de ganado lanar; siempre
hablan de las pacíficas y blancas ovejas, pero no recuerdan nada a los carneros
o mardanos. Hago esta salvedad para tratar de introducir a lo mardanos en su
lugar, pues también ellos tienen los derechos del ganado lanar.
En el monte hay un pozo cerca de
un camino, sin brocal ni nada y el pobre mardano fue a asomarse y cayó dentro
del pozo como un sapo. Antonié, buen pastor, como el del Evangelio, sin
encomendarse a Dios ni al diablo, se tiró dentro del pozo para sacar al
carnero. Decía que no le había empujado nadie, pero reflexionado, veo que le
empujó su propio sentido profesional. Pero bueno, le pregunté ¿para qué te
tiraste en el pozo?, ¿no sabías que tú vales más que el mardano? Me contestó,
creo que sí pero como era del Montañés de Salinas de Jaca…
¡Pobre Antonié!, porque si
hubiera sido suyo el carnero, lo hubiera dejado ahogarse, pero como era de
propiedad ajena, a su amor propio lo empujó a hacer lo que no hubiera hecho por
sus propios intereses. El buen pastor da la vida por sus ovejas, pero mira que
darla por un mardano o carnero, siendo además de otra persona. Lo peor fue que
después no podía ni sacar al mardano ni salir él mismo del pozo.
¡Escucha Antonio!, ¡pues ya las
habrás pasado bien negras! Calla, me respondió, que nunca he visto un porvenir
más negro. Era ya casi por la noche y el pozo estaba negro, además de por la
falta de luz, porque recibía el agua las filtraciones de las heces de los
cerdos, de la granja de al lado. Empezaba Antonié a subir y las paredes del
pozo se caían, como el trigo cuando los niños suben por sus montones en las
eras, para la trilla. Antonié tenía mucha pena por mí mismo y por el mardano,
que “esberrecaba” con agonía y también me preocupaban las ovejas que encima del
pozo se habían quedado solas, sin pastor. Me hacían casi llorar los perros
pastores que se miraban desde el borde del pozo con ojos tristes. Parecía que
iban a llorar. Cuando vio que le fallaban sus fuerzas, empezó a gritar y
entonces acudió el granjero de la vecina granja, Este llamó a otros y entre
todos lo sacaron a la superficie. Cuando me ví en tierra firme, grité gracias a
Dios. Pero el granjero dijo. Mejor que les des las gracias a los tocinos, que estaban
hartos, porque si llegan estar ayunos, para día sales del pozo. Contesto Antoni
de Rafaeler: de todas las formas ahora veo el porvenir más claro y aunque no
llueva no me lamentaré, porque si he salido de este baño de estiércol de cerdo,
igual saldré de las polvaredas de las sequías.
El granjero había echado el
pienso a los cerdos el domingo por la tarde y el pastor iba cuidando el ganado
lanar el mismo domingo también por la tarde. Ciudadanos, ¿cuántos hombres
quedan en España de esta condición? Pocos y en los pueblos. Todos sabemos
nuestros derechos, pero ¿nuestros deberes?
No hay comentarios:
Publicar un comentario