martes, 28 de noviembre de 2023

Retablo literario de Doña Ana Abarca de Bolea.-



Comenta Riley en su obra “Teoría de la novela en Cervantes”, que “para Robortelli y los comentaristas posteriores, los hombres “mejores” de que habla Aristóteles eran los mejores tanto por su posición social como por la moralidad. Con una absoluta falta de realismo se creía que la virtud, la sabiduría, los buenos modales y la belleza se hallaban encarnados en las personas de rango y fortuna, en tanto que las deficiencias correspondientes se daban tan sólo en las clases sociales inferiores”,  pero Doña Ana Abarca de Bolea, como no podía ser menos, no ve en tal afirmación un juicio justo, e incluso el mismo  Riley, coincide con ella, cuando afirma que,  de que “estas valoraciones a un tiempo sociales y literarias (…) se vieron totalmente alteradas con la aparición del Cristianismo que enseñaba (…) que los más humildes eran los más altos y que todos los seres humanos eran iguales espiritualmente, sin reparar en sus diferencias materiales”.

Ana Abarca de Bolea era una autodidacta, que habiendo nacido en Zaragoza en 1602, como demostró la Doctora Angelines Campo, vivió en el Castillo- Palacio de Siétamo, sólo hasta los tres años, mandándola sus padres a educar a la escuela monacal del Monasterio de Casbas. Allí se hizo una mujer docta y no profesó hasta los veintidós años (1624). Llegó a ser Abadesa del Monasterio(1672 a1676), tocándole pasar malas épocas, en una de las que las invadió la pobreza y en otras la guerra contra los franceses, que la hicieron ir a refugiarse a Zaragoza.

Con frecuencia iba a Huesca, donde vivían los familiares de su querida sobrina Francisca Bernarda Abarca de Vilanova, que consiguió, que después de muchos años se publicara su obra “La Vigilia y Octavario de San Juan Bautista”. Sintió siempre un amor y una nostalgia por la que  ella llamaba  “… mi casa y castillo” de Siétamo  e iba a pasar temporadas en ella. El retablo de la Virgen de la Gloria lo construyó en colaboración con Doña Francisca Bernarda Abarca, en 1683. Parece ser que en 1686, todavía vivía.

Quizá esté retratada en dicho retablo, pues en él lo están  dos jóvenes mujeres, una de ellas de paisana y que se encuentra  al lado de Santa Ana y de San Francisco, que parecen estar allí para dar sus nombres a Doña Ana Francisca y la otra con hábitos de monja, está al lado de un San Bernardo, que no es el fundador de la Orden, sino un santo valenciano, que siendo musulmán, se convirtió al catolicismo y San Francisco se encuentra al lado de Santa Ana, hacia la izquierda, y ambos nombres recuerdan el de Doña Francisca Bernarda Abarca.

En la parte superior del retablo y en sus ángulos se encuentran los dos escudos de ambas monjas constructoras y sus nombres. Parece muy natural que estén allí sus retratos. 

El hecho de estar vestida de paisana, nos hace recordar que no hizo sus votos religiosos hasta los veintidós años de edad y tuvo una atracción por convertirse en Anarda, pastora que debía dirigir la marcha de  su obra Victoria y Octavario de San Juan.

Doña Ana Francisca Abarca de Bolea, que siendo una autodidacta y una gran pensadora, era natural que se diera cuenta del abandono de la mujer por la sociedad. Se quejaba, entre otras cosas de los largos cantos gregorianos, que tenían las monjas que cantar en latín, lengua que no entendían, al contrario que los curas y frailes, que gozaban con el significado de los textos, que cantaban.

La madre de Dña. Ana Francisca se caso dos veces.  De ambos matrimonios nacieron unos nueve hijos y todos se amaron como hermanos. Su único hermano, pues los dos pequeños debieron morir pronto, fue el primer marqués de Torres, llamado don Martín, de modo que el segundo marqués fue su sobrino carnal. Su hermano Don Martín, además obtuvo el título de Conde de las Almunias, siendo un notable poeta, que consta en la Palestra.

El padre de Doña Ana Francisca murió en Siétamo en mil seiscientos dieciséis y según su deseo se enterró en la iglesia parroquial  del mismo pueblo, pero no se sabe donde yace, porque esa parroquia no era la actual, que se construyó más tarde.

Yo he conocido íntegros el castillo y la casa, donde se encontraba una enorme cuna, en la que si Doña Ana Francisca no descansó en su niñez; lo harían los miembros de su estirpe, que después vinieron al castillo.

No se casó, repito, pero compensó el aspecto material y maternal  cultivando la amistad con gran número de hombres, que se distinguieron por su notable inteligencia y tratando de hacer iguales a los hijos de los hombres y mujeres, ya fueran del sencillo pueblo o de la nobleza y de la intelectualidad.       

Conocía la obra de Don Luis de Góngora y participó en certámenes literarios, manteniendo siempre  la amistad y el trato amistoso y sobre todo literario con personas pertenecientes al círculo de Lastanosa, del que quedan documentos. Recordemos a  Don Juan Vicencio de Lastanosa, al Padre Baltasar Gracián, al Doctor Ustarroz, al poeta Francisco de la Torre, a Salinas, a Fray Jerónimo de San José y al marqués de Torres, su pariente.

Pensaba Doña Ana Francisca y se daba cuenta del contraste entre el criterio de Arnaldo en Los trabajos de Pérsiles y Segismunda,  cuando decía: ”nunca en los humildes sujetos o pocas veces, hacen asiento virtudes grandes” y el de Cervantes, autor del expresado libro, en el cual expone su pensamiento, muy común en su obra, y que dice que la autenticidad de la nobleza no depende del grado social de cada uno.

Ella se daba cuenta de la diferencia entre los humildes hombres y mujeres del pueblo y

sus amigos y parientes, que vivían en zonas ajardinadas, con adornos de pinturas, esculturas, fuentes y laberintos. Su recuerdo era fruto, entre otras, de la visita que hizo Doña Ana Francisca, al palacio de Lastanosa, que describe Ustarroz en una de sus cartas.

Luego se  supo de que caballeros se trataba, porque los oyentes se mostraban “deseosos de ver los deliciosos jardines, burladores y artificiosos surtidores y huertas de Don Antonio Abarca y de Don Vicencio de Lastanosa”.

Es curioso pensar en la situación del jardín de Lastanosa, cuya casa estaba en la actual casa de Mingarro y sus adornos de los jardines, entraban,  por detrás en el Parque Municipal actual. ¿Soñaría Doña Ana Abarca que el pueblo sencillo llegaría a pasear por el jardín, entonces prohibido a aquel pueblo de tal condición?.

Tenían los Abarca un gran sentido social, porque no sólo fue Doña Ana la que amaba a los humildes, sino el propio Don Pedro Abarca de Bolea, Conde de Aranda, que a los trabajadores de cerámica que tenía en Valencia, les estableció una paga de retiro. 

El pariente de Doña Ana  y de su sobrina Doña Francisca Bernarda Abarca, poseía una huerta-jardín en la casa del Barco, que se encuentra sobre la apertura del Coso Alto entre la calle Costa y la de Monreal. En ella encontró mi amigo Eliseo Carrera  un escudo de los Abarca de mil seiscientos sesenta y dos, que guarda en el jardín de su casa, en la Ciudad Jardín, cerca de la Clínica de Santiago.

No estaba casada Ana Francisca y no dependía de ningún gobernante de su personalidad; en cambio ella, además de ser Abadesa, tenía cargos civiles sobre algunos pueblos, dependientes  del Monasterio. Ella vivía los problemas de los hombres y mujeres nobles y sufría los del pueblo, porque ella era artista y sabía música y le encantaba escuchar a Pascual y a Ginés la Albada al Nacimiento del Divino Verbo, acompañado del  “son de la gaita”. Estaba la letra en aragonés. Estos hechos conmovían el corazón de Doña Ana, porque el arte y la lengua de sus paisanos, que los sentía con el corazón, tienen enormemente que ver con la sinceridad, pero no con la mentira.

Ella pensó en hacer una obra que reflejase la identidad de sus gentes, las de abajo y las de arriba, a la que tituló Vigilia y Octavario de San Juan Bautista, en la que se produce una verdadera comunión (común unión) entre dos clases, a saber la de los pastores y la de los caballeros, con la “socialización de los primeros y la pastoralización” de los segundos, llegando a una mezcla mayor, con las bodas de dos caballeros con las pastoras Anfrisa y Clori, que la que se produce en obras anteriores, como la Galatea o El Prado de Valencia, donde “la relación entre los ámbitos cortesano y pastoril no afecta a los sentimientos amorosos”.

¿Dónde se iba a desarrollar la novela pastoril?. El Moncayo se ve desde debajo de Pamplona hasta Siétamo, que está al lado de Huesca y desde lo alto del Castillo de los Abarca de Bolea ¿se vería el Moncayo? ; habría que preguntárselo a nuestros antepasados, por ejemplo a mi abuelo que está en una antigua fotografía  subido a la torre del castillo. Y, como dice la Doctora Angelines Campo creó Doña Ana Francisca el escenario en “las encumbradas sierras de Moncayo”. Esta obra se publicó el año 1679 y que fue la última publicada sobre la novela pastoril y “uno de los más claros exponentes del fenómeno literario conocido como socialización de lo pastoril”.

Riley dice que Doña Ana “aparece disfrazada de Anarda, la pastora”, pero a Angelines Campo no le parece muy exacta dicha afirmación, pues dice que “sólo parece aceptable de forma parcial y matizada”, pero sin embargo yo no veo inconveniente en que la autora de la prosa y de la poesía que entran en la composición de la Vigilia y Octavario de San Juan Bautista, sea al mismo tiempo la pastora, que ejerce de actora y de directora, logrando una “  riqueza de relaciones humanas entre clases distintas, verdaderamente notable”,”aunque todos son personajes de escaso relieve psicológico”, como dice Angelines Campo. Además, yo creo que jamás tendría necesidad de ejercer de Anarda, pues, ¿se representó dicha obra en el Moncayo? Y si se representó más tarde en Huesca, por ejemplo, cualquier dama podría ejercer de Anarda.

En esta obra logra una mezcla de la vida real, en que los pastores se mezclan con los grandes ganaderos con los nobles, con los militares y con los eclesiásticos Pero con esta mezcla, el ganadero prepotente, el pastor rústico y pobre, el noble, el militar y el eclesiástico. Se idealiza la sociedad, pero no alcanza esa situación la realidad.

No describe el amor humano con intensidad, dada su condición de religiosa, pero  la lleva a describir romerías a la Virgen del Moncayo y misas en la ermita de San Juan Bautista, nos recuerda los debates literarios en los que participó y las costumbres de las corridas de toros, de las comidas campestres, de los juegos, de los bailes y de los instrumentos musicales, como la gaita, con los que se acompañaban al bailar y de las recitaciones de poesías y narraciones de historia y cuentos en prosa y nos retrotrae a la música que en aquellos tiempos se hacía sonar.

Vemos como cultiva el estilo barroco del siglo diecisiete, influida por Góngora y por los aragoneses Argensola y por Baltasar Gracián, admirador de Doña Ana y ésta de él.

Aunque Doña Ana Francisca ve en la lengua aragonesa una especie de castellano antiguo, se observa que era una enamorada de ella, pues escribe un romance a Guara en Fabla aragonesa, de la que habría que enseñar a los altoaragoneses alguno de sus versos.

Hacía hablar a los ángeles en castellano y a los pastores en aragonés, con lo que seguía preocupando a Ana Francisca Abarca el problema de la igualdad entre los seres humanos.

Escribía en aragonés, pero ella veía un retraso cultural de su pueblo y a pesar de querer que el pueblo progresase, ella no sólo amaba al aragonés, sino que quería y gozaba con todas las costumbres, como hemos visto en las de los toros, de los juegos, de los bailes y músicas.

Con sus escritos en aragonés, Ana Francisca es casi la única escritora que los pone de manifiesto, algo castellanizados, pues era una lengua que no se ha cultivado. Hay después algún escritor que cita frases y palabras, como el autor de Pedro Saputo y el año mil novecientos cuarenta y cinco, mi padre nos escribió a nosotros los hermanos Almudévar, un relato del Nacimiento del Niño Jesús, que recuerda un poco la novellilla que canta también al Niño-Dios. Si el Baile pastoril puede interpretarse como una pequeña obra de teatro popular, la de Manuel Almudévar parece sacada de una tradición antigua, basada en el estímulo de la fe cristiana y que se celebraba en las iglesias por la Navidad. Yo recuerdo borrosamente, pero con la realidad aclarada entre otros por doña Isabel Asín, que llevaba la Posada de Siétamo, como iban a la iglesia algunos hombres disfrazados de pastores, llevando sus botas de vino, que en algún momento levantaban para beberlo y alguien soltaba algún pajarillo en la iglesia.     

Si se han acabado aquellas humildes comedias de mis años infantiles, en tiempos de Doña Ana eran gozadas por ella, como dice en La Albada al Nacimiento: ”Diránlo los villancicos-y diránlo los cantors,-dirélo yo, que me enfuelgo-de repiquetear la voz.

“Sin embargo, nunca podié oblidar a inchenuidá d’a suya fabla d’o lugar natal, y as suyas poesías en fabla aragonesa amuestran que siempre conservé guallarda a suya identidá de nina, a pesar de qu’un diya s’arropase con as solemnes tocas monchils y alcanzase a dinidá d’abadesa mitrada”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El Señor Don Alfonso, del Castillo de San Román de Morrano

San Román de Morrano (Huesca) Es un auténtico Señor, no sólo por haber nacido en el Castillo de su familia, situado en San Román de Morrano,...