martes, 21 de noviembre de 2023

Mi prima Lurdes Llanas.-

 

El tiempo sigue su curso ligero, pero sin embargo siempre que me acuerdo de Lurdes, me parece que estoy con ella o que la voy a ver. Porque era agradable el rato que podía gozar de su presencia, pues siempre sonreía y te infundía un optimismo, que te hacía olvidar aquellos tiempos de la Guerra, que nos obligó a mis padres, a mis tíos y a mis hermanos a huir de nuestra casa de Siétamo. También ella había gozado de sus estancias en la casa de su madre doña Pilar,  donde jugaba con mis hermanas, la mayor Mariví y   con María, que era más joven y con Isabel  de Cativiela, hija de la Maestra que en aquellos años de antes de la Guerra, educaba a las niñas de Siétamo. ¡Cómo lo pasaba en compañía de Mariví, de Isabel y de muchas otras amigas, bañándose en la huerta, que había sido del Conde de Aranda!. Nuestro bisabuelo, don Manuel Almudévar Cavero, había  construido  en dicha huerta, una casa con bajos y dos pisos, como si fuera un modelo de  chalet rústico. Por aquel entonces se  extendían por España las modas, que venían de Francia. Nuestro abuelo ya conocía esas construcciones, que había contemplado en dicho país, en un viaje de huída, en tiempos de las Guerras Carlistas, pues tuvo que huir a Francia, acompañado de un señor del vecino pueblo de Liesa y del señor Vilas, creador de las castañas de mazapán, que vendía en su pastelería del Coso Bajo. Cerca de esta confitería de Vilas, se encuentra la casa que a Lurdes, le adjudicaron como herencia. Entonces el baño colectivo de hombres y mujeres, estaba prohibido;  no se bañaban los hombres mezclados con las mujeres y para evitar esa situación, mi bisabuelo colocó una gran pila de piedra, en la cara Sur de la casa, para que el sol calentase el agua. A esta pila exterior, correspondía dentro de la casa un cuarto de baño, con una bañera de zinc, en la que entraba el agua, ya caliente en la pila, al abrir un grifo para dejarla pasar desde el exterior  al  interior, donde estaba la bañera de zinc. Hará poco más o menos uno o dos años, Isabel, cuyo nombre le pusieron al Campo de Fútbol de Huesca, que estaba al lado del Parque de Deportes de Almazán, me recordaba aquellos baños en que se sentía feliz en compañía de mi hermana Mariví y de mi prima Lurdes. ¡Como pasa el tiempo, pues cuando me comentaba aquellos ratos pasados jugando con el agua, habían muerto ya mi prima Lurdes y mi hermana Mariví!; sólo faltaba la muerte de Isabel, pero también le llegó. Sin embargo quedan todavía, muy abandonadas la pila de piedra en la que se calentaba el agua con la que se habían de bañar en colaboración con el sol y el cuarto de la antigua bañera, porque para la Guerra Civil, quemaron la Caseta de la Huerta y ya no se ha usado más, el antiguo baño.

Su niñez era feliz, en compañía de sus padres, de sus cuatro hermanos y de sus primos Pepe Cardús y  de su hermana Patrito. Pero gozaba con sus primo-hermanos de Siétamo y su padre don Feliciano Llanas, en la huerta de la Torre Casaus, situada debajo del Cerro coronado por San Jorge, creó un jardín con sus paredes, que daban a la carretera de Zaragoza, llenas de verde hiedra, entre cuyas ramas, anidaban los ruiseñores. En cierta ocasión observé a nuestra común tía Luisa, contemplar y escuchar la vida de esos pájaros cantores, que por desgracia ya casi no se ven. Los pavos reales, volaban de unos árboles elevados a otros y acudían a la puerta de la Torre, donde vivía nuestra tía Luisa, acompañada por nuestro tío José María. Querían los pavos a nuestra tía, es decir de Lurdes y mía y a veces delante del jardín los pavos machos, elevaban su larga cola e iban poniendo sus plumas en forma de bellos abanicos, de hermosos dibujos y colores. Cuando caía al suelo alguna de dichas plumas, las recogía nuestra tía y las iba colocando en un jarrón en el patio de la vivienda. Don Feliciano tenía una gran sensibilidad y puso avenidas ensombrecidas por unas rejas semicirculares, de las que colgaban racimos de moscatel. En el centro del jardín instaló un cenador dotado con mesas y bancos de piedra tallada, donde parecía invitarse a los poetas. En su casa no le faltaban poetas como el gran escritor, hermano de su padre Don José María Llanas Aguilaniedo. Escribió la obra Pityusa, en que definía la belleza de sus paisajes y de su luz en unas islas de las Baleares. Parece romántico que el novio de Lurdes y luego su esposo Manolo, atraído por la belleza ambiental de las islas, se enamorara de la belleza y simpatía humanas de Lurdes Llanas.   

Al final del paseo enrejado construyó una piscina, en la que se bañaba Lurdes con sus amigas, como Clotilde Arizón y Pepita Morlán. La “caseta” estaba toda ella recubierta con pequeñas baldosas, que debían ser francesas, de colores blanco, negro y azul, que representaban figuras humanas, animales y paisajes.  Cuando derribaron la “caseta”, acudí yo a buscar alguna de ellas para tener siempre un recuerdo de la piscina, de la “caseta” y del jardín, pero estaban colocadas con un cemento tan fuerte, que se rompían al saltar. A pesar de ese inconveniente,  conservo una colgada en la habitación de mis padres, en Siétamo.  Si Lurdes la viera, sonreiría obligada por los recuerdos que aquella baldosa,  le produciría.  Y ¿Dónde fueron a parar las mesas y los bancos de piedra tallada del cenador?. Sencillamente, José Antonio Llanas, su hermano, siendo alcalde de Huesca, mandó colocarlos en no recuerdo qué lugar. El querría, sin duda conservar la belleza del jardín cultivado por su padre, aunque yo mismo he olvidado el lugar donde están o podrían estar instalados los bancos y las mesas. Su madre, mi tía Pilar que era la hermana mayor de mi padre, también amaba el arte y era devota, colocando un cuadro de  María Auxiliadora, delante del presbiterio. Llamaba la atención y lo recordaban muchas personas, después de la Guerra Civil, pues en ella fue  destruido  el cuadro y todas las tallas  litúrgicas. Muchos fieles de Siétamo,  como el Cardenal Javierre, que cuando vino a Siétamo se miraba atentamente al lugar en que estuvo colgado el cuadro de la Virgen María. También Lurdes se acordaba de la parroquia de Siétamo, pues cuando se casó con Manolo, tuvo la ilusión de hacerlo en dicha iglesia. Se acordaba de la iglesia y de su madre, que murió cuando ella no tenía mas que cuatro años. Hay en la casa de Llanas de Huesca un hermoso busto de la niña Lurdes y uno se pregunta: ¿quién lo mandó esculpir?. Sería tal vez su madre o su padre o ambos de acuerdo o lo mandaría esculpir su tía Teresina, hermana de Pilar, con la que se volvió a casar Don Feliciano Llanas. Ni Lurdes ni ninguno de sus hermanos se sintieron muy tristes pero no solos, cuando murió su madre, pues su tía Teresina, que los había atendido durante años en Siétamo,  siguió queriéndolos y cuidándolos en su casa de la Farmacia de Llanas de Huesca. Me acuerdo de ver a don Feliciano Llanas en Siétamo y de acompañarlo a la balsa de la huerta, donde pescaba y otras veces sacaba fotografías. Pero recuerdo con pesar, pero sin miedo como me llevaron,  antes de la Guerra Civil a verlo echado en su cama, porque estaba ya en sus últimos días. No sentí miedo porque,  a pesar de su estado me miró y me sonrió. Pero la muerte es normal en la vida de los humanos, ya que tuvo que sufrir la de su hermano Feliciané, que se cayó por las escaleras de caracol, por las que yo tantas veces subí al piso de arriba o  bajé al piso principal. En la Farmacia estaba Joaquín Santafé, nacido en Ibieca y que a los trece años ya entró a trabajar en la preparación de medicamentos compuestos con productos simples, que se mezclaban en botes de porcelana. ¡Qué bellos eran esos botes, con su tapa acabada en un asa, por la que se cogía con la mano esa tapa, para abrirla y en sus lados circulares, tenían un espacio rodeado de rasgos de pintura azul y en medio nombres de productos empleados para confeccionar medicamentos, como Cinamomum Cánfora. Era una gran persona y veía en Lurdes como a una hija. En cierta ocasión me llevaron  Lurdes con Joaquín a Zaragoza y mi prima me  compró un juego, de aquellos que fabricaban hace unos setenta años y que yo guardé siempre con cariño y llevé conmigo a Siétamo, cuando volvimos a vivir, con mi padre y mis hermanos María, Luis y Jesús. Hace poco tiempo se lo di a Pepe Sapiña   Llanas, que comprendió todos los recuerdos de tiempos ya pasados en las distintas fases en la vida de Lurdes, su querida madre y en la mía. Yo recuerdo al esposo de Lurdes, Manuel Martínez- Sapiña, que estaba empleado en el Banco de España de Huesca. Era un auténtico caballero, hijo de un coronel del Ejército y de una señora simpática y agradable. Tenía un hermano, que me parece que fue Juez. Su familia, procedía de Menorca, donde conservaban las tierras agrícolas que explotaron sus antepasados. Hace tiempo que busco el libro de José María Llanas Aguilaniedo,  titulado Pityusa y publicado en 1907, pero hace poco hablando con Teté, esposa de Pepe, me dijo que cuando era niña, en el colegio, leían dicho libro. Me dijeron que describía, en dicha novela, los paisajes de una de las islas Baleares. No sé nada de la descripción de paisajes, pero según la profesora y Doctora Ana Suárez Miramón: ”Llanas, a través de sus novelas, intentó llevar al lector hacia el convencimiento y la satisfacción de esa “necesidad estética” que siente todo hombre y toda mujer, y que diferencia a unos de otros sólo por el grado”.”Pityusa “ constituyó para Llanas el ideal del equilibrio, la plenitud armonizadora de su arte literario”. He citado la tendencia estética de su hermano Feliciano con la fotografía y el jardín de la Torre, también de su sobrino José Antonio Llanas con la enorme colección de pintores, de los que recogió cuadros y es que poseían las mismas inquietudes  que José María Llanas,  que “trató de decir e introducir en sus obras lo que podrían ser según él en el futuro las tendencias estéticas y para conseguir sus fines pretendía que los intelectuales luchasen siempre frente al vulgo indiferente que desdeña el Arte y la Belleza”.”Según Llanas, Arte y Belleza deben ser, para la Humanidad, las máximas aspiraciones porque afectan a la ética y a la estética”. Según las teorías de José María Llanas, la pareja de Manolo y de Lurdes poseía la estética, pues era equilibrada, bella y elegante, pero al mismo tiempo seguían la ética o la moral, pues dejaron abundantes hijos e hijas, guapos y con sus estudios superiores. A la hija mayor le puso el nombre de Pilar, como lo tenía su madre y a la siguiente el suyo propio, es decir Lurdes, a la radióloga de un humor extraordinario, María José y al corpulento urólogo, le llamó Nacho, como yo.  Manolo vino a estudiar Medicina a Huesca y guardo un buen recuerdo de su persona, con la que cultivé una extraordinaria amistad y que últimamente vino a verme a Huesca, pero no pudo  y al volver a San Sebastián, enfermó.  Casi todos los días me encuentro con Pepe, el hermano pequeño, que lleva acompañado de su simpática esposa, al Colegio de San Viator, a sus hijos. A éste asistieron,  hace ya muchos años sus tío-abuelos José Antonio, Pablo y Lorenzo. Sus hijos son encantadores y aún teniendo cualidades heredadas de su madre, como la dulzura galáica, son guapos y elegantes como su abuela Lurdes Llanas.

Se casaron en la Iglesia de Siétamo y aunque ya no se veía el cuadro que en ella instaló su madre Pilar, sus corazones estaban llenos de ilusión. Se fueron a vivir cerca de la Catedral, en una casa que entonces era nueva y allí iba yo a ver a sus hijas, ya que de una de ellas fui padrino en su bautizo. Marcharon a Santiago de Compostela, el lugar más lejano de su isla menorquina, pero un lugar elegante y devoto, punto al que peregrinan muchos europeos, de los que algunos pasan por Huesca, donde todavía no me he enterado de alguien leyera su libro Pityusa, que hace ya años leían en Galicia. Siendo Vicepresidente de la Diputación de Huesca, fui una vez a visitarla, acompañada por su familia, pero estaba sola, porque sus hijos estarían en la Universidad y su marido Manolo, hombre bueno toda su vida, se había marchado ya al cielo.

Poco nos vimos desde que se marchó con su familia a Santiago de Compostela, pero al ver el fruto en sus hijos y nietos, descubro una familia feliz. Después de quedarse viuda, vino por Huesca y me insistió en que fuera con mi esposa a pasar unos días en su chalet que tenía en una playa  cercana a Valencia. Volví a comunicarme con sus hijas, una de las cuales me recordó que yo había sido su padrino bautismal y yo le enseñé la medalla, que todavía llevo colgada en mi cuello y que me regaló su madre Lurdes Llanas.Yo no pude ir a acompañarla en la playa,  pero me acuerdo muchas veces de que hubiera sido la ocasión para recordar su vida en Galicia

Las palabras de José María Llanas, cuando acabó su obra La Moral en el Arte, me han valido para juzgar la vida de mi prima Lurdes Llanas y de su familia, porque escribía así:”La verdad es, que desde las primitivas concepciones de la moral a la moral del tiempo presente, llamada independiente o científica, se ofrece como una continuación…un eco de la moral metafísica, íntimamente ligada por mil hilos invisibles a la moral religiosa””No es extraño que la generación actual, conformándose con esa especie de moral provisoria, prescinda con tanta frecuencia de ella”.

Poco me queda de vida, pero he tenido en mi prima Lurdes un modelo y espero encontrarme con ella, allá en el cielo. 

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