Eran Lucía y María y caminaban
unidas por la avenida de Zizur. Si, eran hermanas porque iban juntas paseando y
su conversación, que yo no pude escuchar, era una, que se mantenía entre dos
hermanas. ¿De qué hablaban?. No lo sé, pero sus palabras eran dulces, no
producían alteración en su convivencia. Yo caminaba por distintos lugares de
Zizur, porque buscaba una monja, que por la mañana me dio datos de su
parentesco con el gran poeta Cernuda, y yo al acabar nuestra conversación, me
retiré para comparar el Poema que había soñado y escrito, con la dulzura y
sabiduría de la supuesta hermana dominica, su tal vez nieta.
Por la tarde escribí un artículo
y sentí la necesidad de entregárselo a la real o supuesta monja, que soñaba,
daba clases y mostraba un rostro feliz. Fui primero a una Residencia de monjas
dominicas, cuya fundadora estudió en el Colegio de Santa Rosa de Huesca, pero
la religiosa que me atendió, no conocía
tal monja. Fui después a un
convento que estaba, al lado de los límites con Zizur menor, pero en lugar de
ser un convento de monjas, lo era de frailes. Pero fueron las dos hermanas
Lucía y María, auténticas monjas civiles, por la unión o hermandad que
demostraron, queriendo resolver problemas al prójimo. Les pregunté si conocían
algún convento de monjas dominicas en Zizur Mayor y me contestaron que sí.
Cuando a alguien se le pregunta, me parece un acto de justicia, alimentar su
curiosidad, porque así ellas aumentan su interés en resolver la duda del que
les pregunta. Para eso me puse a leerles, debajo de una farola el POEMA, que le
iba a entregar a la, de todas formas, hermana, aunque no he sabido todavía, si
era monja o seglar. Se quedaron al escuchar el poema, encantadas de la bella
historia de la Dominica y de su pariente el gran poeta Cernuda y hablando,
hablando, me acompañaron, hasta el convento, en que suponían oraba, meditaba y
poetizaba su vida.
Durante el paseo que tuve la
oportunidad de acompañar a las dos hermanas, me di cuenta de la bondad de su
amor mutuo y al prójimo en general. Me quedé enormemente agradecido a las dos
hermanas que me dijeron que me dedicarían unas letras. Las he recibido y me han
dado felicidad, que también a ellas, les deseo.
Cuando iba a llamar al convento
de la Dominica, me di cuenta de que no había en su puerta ningún llamador ni siquiera un timbre eléctrico. No pude hablar
con Dominica, pero me llenaron de ilusión las reconfortantes palabras de las
hermanas María y Lucía.
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