Mi tía Luisa, Penélope para los leñadores, era amante de observar
los ruiseñores en las yedras del jardín de la Torre de Casaus y aseguraba que, según opinión del gran pintor Zuloaga, las
puestas del sol del Cerro de San Jorge, eran las más bellas en variedad de
colorido de toda España. No tengo noticia de que llegara a conocer a tan eximio pintor; tal vez
escuchara esa opinión de boca de su primo Don Manuel Bescós Almudévar (Silvio Kosti), pintor, además de escritor y rico en relaciones humanas
de todo tipo.
De todas formas, no creo que se
sacase la opinión de la manga, pues las mangas, por sí solas, constituían en
aquellos tiempos una cuestión de moral conflictiva y que hacía que las pobres
modistas unas veces tiraran de ellas para arriba, y otras para abajo. En
aquellos tiempos, la moral se calibraba , se ponderaba escrupulosamente, y por
tanto, el dejar al descubierto unos
centímetros más o menso de tejido epitelial de las extremidades superiores, constituía
materia de consulta en el confesonario.
En cuanto al tejido epitelial de
las extremidades inferiores, más vale no
“meneallo”, porque mi tía, se levantaría
de su tumba para amenazarme como a los leñadores que talaban los
corpulentos y copudos árboles de la
carretera de Zaragoza. De esta anécdota le vino que su sobrino y primo mío José
Antonio, la llamara Penélope por mal nombre; si se mete uno a redentor, sale
crucificado.
¡Pobre tía Luisa, amante de la
naturaleza y de la belleza visual y auditiva!. Tenía una borrachera de belleza
ambiental cuando, a la puesta del sol
refulgente, se unía la frondosidad de aquellos enormes árboles y, sobre ellos, el
“triunfo de los pavos reales”, que con su rueda erótica, competían en color con
el ocaso. Aquellos pavos reales fueron uno a uno, aplastados por el tráfico en aumento de los vehículos de
motor; los enormes árboles, cuya tala no
pudo evitar mi tía, cayeron estruendosos, víctimas de la sierra también de
motor. En cambio su prima la escritor María Cruz Bescós, consiguió que se
respetase el Plátano de Indias gigante, que todavía se alza frente a la puerta de su
casa.
El ocaso sigue cada día teniendo lugar, y seguirá mientras exista el
sol, pero su colorido espectacular y cambiante se ve oscurecido y como emborronado por el humo que vomitan
las altas y negras chimeneas que por aquella zona proliferan. Me queda el
consuelo que tantas veces, y en plan irónico, se aplican las gentes entre
ellas: ¡ya vendrá el verano para que no se eleven esos humos negros, que velan
la hermosura de nuestras puestas de sol en el Cerro de San Jorge!. Las más
bellas de España.
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