lunes, 10 de febrero de 2014

Platero y yo y mi tía Luisa



El primer asno que llamó la atención de Cristo, cuando estaba atado frente al Monte de los Olivos, fue recordado por Él, que  mandó ir a buscarlo,  para hacer su entrada triunfal en Jerusalén.  Y los oscenses y ciudadanos de casi todos los pueblos de España, después de caducados  años y siglos, hemos visto pasar por nuestras calles, a Cristo, montado en su borrico platero en unos casos y en otros de color más oscuro. ¡Cómo el Señor unía su grandeza divina, con la humilde belleza del asno!.  No era bella  su figura para algunos, como para Dalí y Buñuel, que criticaron   la figura de Platero, pero se debieron  equivocar esas dos grandes figuras o su gusto no coincidía con el del pueblo. Y  contrasta la opinión de esos escritores,  ante la ternura y el encanto, que desde hace cien años,  en  que se editó la obra Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, nos ha seguido mostrando Platero. Si, nos  ha mostrado a Platero, no sólo en su belleza física, inferior a la del caballo, sino la belleza que va descubriendo su isla espiritual, admirada por los niños  que conviven con él. Ya escribió Juan Ramón Jiménez  (1881-1958): “Isla  de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños; siempre te hallé yo en mi vida”, después de la belleza física, que cantó el autor. Hace cien años que se publicó el primer ejemplar de la vida de Platero, narrada  poéticamente por Juan Ramón Jiménez y  vivida exóticamente por miles  de asnos. Yo mismo he convivido con tres, dos de color tordo platero y uno negro, que ha dejado el paso al asno,  que actualmente espera en la Huerta del Conde de Aranda, a los niños que le llevan galletas y montan sobre él. Allí acude a cuidar al asno y a un viejo caballo, Santiago, hermano de “Manolo el del  Bombo”, que es un hombre cariñoso con ellos, que les da, no sólo verde de la huerta,  sino también cebada, que los mantiene fuertes. Han pasado cien años desde que Platero divierte y consuela a los niños, ya que su libro a él dedicado por el gran poeta Juan Ramón Jiménez, es el más editado, en España, después de la Biblia y del Quijote.  Personas  buenas,  como Santiago, conviven con los asnos plateros, pues todos los años,  le vienen los cofrades de una de las Cofradías de la Semana Santa de Huesca, a buscarle a su amigo, también Platero, para que participe en la procesión del Domingo de Ramos.  Salen dos asnos, los dos Plateros, uno vivo, el de Santiago y otro de madera, sobre el que sale Cristo montado sobre él. A este asno de madera lo conozco yo mucho, porque recuerdo cuando el profesor y amigo mío, Vicente Vallés, lo tallaba junto a Cristo, en la ciudad de Huesca, para que se luciera sobre él, en la procesión de Ramos,  la Gloria de Dios y Hombre, y al mismo tiempo alababa al humilde Platero.
Ahora estamos pasando por el año de 2014, en que se publicó por primera vez “Platero y yo”, y yo conocí a su hermana Platera, por los años de 1935, antes de la Guerra Civil, en que se quedó abandonada por mi familia, a causa de los cañones, fusiles y aviones, pero que tuvo, muchos amigos que le salvaron la vida. Al volver a Siétamo en 1938,  allí nos encontramos. Debió  pasar hambre, porque el ramal que sujetaba su cabestro a la anilla del pesebre, estaba partido,  a fuerza de mordiscos, ya que mi Platera tenía necesidad de salir a la era, a alimentarse de algún grano de trigo. Con sus dientes,  mordía la cuerda que la mantenía prisionera y cuando lograba ser libre, corría hacia la era. Al acabar la Guerra Civil, empezó nuestra segunda etapa de amistad entre Platero y yo. En el pueblo era la más íntima amiga, que tenía y la necesitaba continuamente para  vivir  féliz.  Con frecuencia hacía falta traer agua a mi casa desde la fuente  y le ponía encima de su dorso las  “algaderas”, obra artesanal en la que se colocaban cuatro cántaros, pero bien llenos de agua, para acarrearlos hasta nuestro domicilio. Cuando yo sólo no podía sujetar bien las “algaderas”, siempre encontraba alguna persona, que me ayudaba a realizar esa labor,  tan limpia y tan necesaria. Pero cuando ya estaban las  tinajas en el  patio de mi casa, rebosantes de agua, yo no sabía que hacer sin mi burra Platera.
Yo no podía aguantar la separación de mi Platera conmigo y quería volver a ser su jinete,  para bajar a la Fuente para que se refrescara, bebiendo esa agua tan fresca. Yo me convertía en jinete de mi burra Platera, que caminaba lentamente hacia el abrevadero, pero al llegar a él, se abstenía  de beber esa agua, de la que ya estaba totalmente satisfecha, por habérle proporcionado tantas veces, oportunidades para que bebiera. Al abstenerse, yo, la enfocaba hacia nuestra casa, pues aquel enorme caserón era tanto de la burra Platera, como mía y ella empezó a correr y yo no pudiendo seguir,  cabalgando, o mejor “plateando”, caí sobre el suelo y se abrió una herida, en la parte lateral de mi cabeza. Aun se puede ver tal cicatriz, que el barbero del pueblo, señor Jorge Betrán, con su blusa de color oscuro, me cosió la herida, en un cuarto, de una casa en ruinas, producidas por la recién acabada guerra.  
Pero ¡cómo no iba a perdonarla!, si ya antes de la Guerra Civil, con mi tía Luisa y con mis otros cinco hermanos, nos bajaba a la fuente “Rafael”,  que está al lado del río Guatizalema.  No nos bajaba a los seis hermanos simultáneamente, sino que nuestra tía, nos colocaba a los tres hermanos más pequeños, sobre los lomos de la burra, en tanto los otros hermanos, Manolo y hermanas Mariví y María, bajaban con las bolsas,  que contenían el pan y el chocolate, que íbamos a merendar. Igual que  Zenobia,  esposa de Juan Ramón Jiménez lo amaba a él y a Platero.  Mi tía Luisa ha sido durante toda su vida, una mujer que ha amado a todos los niños y niñas, con los que se ha encontrado y ha hecho que convivieran armoniosamente con todos los pájaros y con todos los asnos, que convivían con ellos. Me acuerdo de una ocasión en que estaba observando como un hecho milagroso, como en un nido de ruiseñor, semi escondido en la yedra del jardín de la Torre Casaus, con sus ojos y con sus oídos, el canto de los pájaros. Antes de la Guerra Civil, mi tía Luisa, amaba a la burreta Platera, igual que Zenobia, estaba pendiente de Platero.  En mi artículo: ”Zenobia Camprubí, mi tía Luisa y la burra Platera”, escribí lo siguiente: “Y mi tía Luisa, hermana de mi padre, vivía lo que  la naturaleza gobernaba, y tenía un corazón de oro y al llegar el solsticio de Primavera, se le despertaba el deseo de llevarnos a la Fuente “de mi tío Rafael”, para que nos bañásemos los niños y jugásemos en la arena de las orillas del Río Guatizalema y bebiésemos las aguas que surgían de la Fuente, que manaba a su lado”. El poeta “nos cuenta que los niños pasean encima de Platero y siempre él los asusta de manera que hiciera como que va a empezar a galopar y sólo está jugando; nos dice como hay una niña que adora a Platero y siempre está pendiente de él. Nos habla del Doctor, yo diría veterinario de Platero”.
Mi tía Luisa mandaba “aparejar la  burreta  torda- platera,  a la que por detrás del cuello, colgaba tía Luisa las alforjas con pan y chocolate, que los tres hermanos mayores se cansaban de llevar y nos montaba a los tres hermanos pequeños, a saber Luis, Jesús y yo mismo, mientras mis hermanos mayores,  Mariví, Manolo y María, iban a alcanzar las aguas del río y de la Fuente, caminando y teniendo cuidado junto con la niñera de que no cayésemos del lomo del asno,  al suelo”.
¡Còmo Juan Ramón Jiménez me ha recordado siempre los ratos felices que yo pasé en mi vida con los asnos, como el suyo, “Platero y yo”!.

A Juan Ramón Jiménez le regalaron un Platero de cartón y él lo veneraba y se lo presentaba a los que iban a visitarle a él. Un Hermano de San Viator,  también regaló a mi familia otro asno,  que colgaron en la reja de la escalera de nuestra casa de Siétamo  y cuando entramos en ella, le decimos que “aunque tú no te acuerdes de nosotros, nosotros lo hacemos en nuestros corazones, mientras vivamos. Te prometo, burreta Platera, que cuando llegue el Domingo de Ramos, iré al Coso Alto de Huesca, a admirar al asno negro que cuida Santiago en nuestra huerta y al Platero de madera, que esculpió el profesor Vicente Vallés, hace ya muchos años. 

2 comentarios:

  1. Muy acertado, una preciosa dedicatoria a todos los asnos, si tuvieran manos escribirían que les ha gustado mucho, estoy segura. Yo tengo un "Platero" y por eso comprendo cada una de las frases, entiendo esos ratos felices y especiales que solo él consigue que pases.

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  2. Cuando tenía 14 años , o sea en 1961 , íbamos a pasar el verano a un pueblo encantador de la Provincia de Segovia , donde mi abuelo materno ejerció de médico antes de nuestra guerra , éste pueblo se llama Castroserna de Arriba , asentamiento romano entre otras culturas , allí , como niño de ciudad me encantaba estar todo el día con el hijo del molinero e ir a los pueblos de los alrrededores a recoger el trigo con seis o siete burros que luego llevábamos al molino , de agua , donde se molía la carga que habíamos llevado , como pago simbólico me dejaban una burra , a la cual puse "Dorotea" y que mi hizo todo tipo de jugarretas pues bien sabía ella que su "amo postizo" era de Madrid y no tenía ni idea de com tratarla.
    ¡ Recuerdos maravillosos!
    Saludos
    Rafael

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