viernes, 7 de octubre de 2016

Nueva vida para un Padre Carmelita

Iglesia San Miguel (Huesca).


Fui el domingo pasado, día 21 de Junio de este año de 2003, a ver a la religiosa del Convento de San Miguel, donde el corazón se llena de paz y la mente de esperanza y me dijo la hermana portera: no puede recibirle porque está pendiente del teléfono, para hablar con su familia y con sus amigos, porque esta noche le han comunicado la muerte de su hermano el carmelita.
Me acordé entonces de él y de su hermana también monja carmelita, como la que sirve y ruega al Señor en San Miguel, donde  estuvieron pasando unos breves días con su hermana y con todas las demás hermanas y hablé con ellos con el respeto que inspira la dedicación a Dios de las vidas de una familia turolense.
Eran los miembros de aquella familia de un pueblo de la aragonesa provincia de Teruel, hijos de una tierra dura en su clima y escasa en población, pero con sensibilidad por el arte mudéjar, del que la provincia es la primera en el mundo y de historias y leyendas, en que interviene el Cid Campeador. Es vecina de Valencia, donde el clima se hace productivo, como se ve cuando uno baja en automóvil desde Teruel a Sagunto, en cuyas cunetas de la carretera se ve el cambio de la dura vegetación turolense por la proliferación de plantas y de flores.
Quizá los componentes de esa familia vieron el cambio de la vida austera por una vida más llevadera, como el cambio de las vidas de los hombres en este mundo, donde es frecuente que la gente prefiera el gozo corporal, que termina siempre en el dolor corporal y en la muerte y entonces Dios hace que los humanos se conviertan en habitantes  de la Gloria, pero ellos prefirieron la vida religiosa más austera.
Y una de las hermanas estaba en Roma, desde donde el Papa viaja por el mundo, para que los hijos de Dios recuerden el camino que los conducirá a la vida eterna. Y ella, imitando al Papa, marchó a Ruanda, donde está trabajando por sus hermanos más pobres.  El hermano, que ayer murió, para celebrar en el cielo la noche de San Juan, igual que aquí en Cillas, miles de peregrinos rezan y piden al Señor por la salud de los cuerpos y por el fin glorioso de esos cuerpos. Seguramente que cuando, siendo niño, escuchaba  en el viejo convento de los Camelitas, que estuvieron en su pueblo Gea de Albarracín,  la Salve que todo el pueblo cantaba a la Virgen y que así decía :Salve Regina, “Mater misericordiae, vita , dulcedo,spes nostra ,¡Salve!”,  sentiría el llamamiento  de la Virgen , a la que veía como vida ,dulzura y esperanza suya y nuestra.
Y el hermano difunto, agradeció al Señor el haber recibido dones naturales y sobrenaturales y lo mismo en España que en América se dedicó a devolverle con sus labores misioneras los favores que le había dado.
No hay que sentir su muerte porque sigue viviendo en la gloria de Dios, pues él, cuando vivía, rezaba esta oración: “Tomad, Señor y recibid, toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer; Vos me los disteis, a Vos  Señor lo torno; todo es vuestro; disponed  de todo a vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia que esto me basta”.
¡Hermana de San Miguel, donde gozáis de la alegría divina, aunque sea mezclada con lágrimas por un recuerdo tan humano como el de vuestro hermano, cuya nueva vida os aumentará la dicha que sentís en vuestro corazón, rezad no sé si por él, porque no lo necesita, sino por vuestro  cuerpo y por vuestra  alma, por los de las hermanas con las que convivís en el convento y la de todos los seres humanos y si es posible, acordaos de este pobre pecador!. ¡Salve Regina, Mater misericordiae!.       

                                                                                  Siétamo a 22 de Junio del año 2003

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