Iglesia San Miguel (Huesca). |
Fui el domingo pasado, día 21 de
Junio de este año de 2003, a ver a la religiosa del Convento de San Miguel,
donde el corazón se llena de paz y la mente de esperanza y me dijo la hermana
portera: no puede recibirle porque está pendiente del teléfono, para hablar con
su familia y con sus amigos, porque esta noche le han comunicado la muerte de
su hermano el carmelita.
Me acordé entonces de él y de su
hermana también monja carmelita, como la que sirve y ruega al Señor en San
Miguel, donde estuvieron pasando unos
breves días con su hermana y con todas las demás hermanas y hablé con ellos con
el respeto que inspira la dedicación a Dios de las vidas de una familia
turolense.
Eran los miembros de aquella
familia de un pueblo de la aragonesa provincia de Teruel, hijos de una tierra
dura en su clima y escasa en población, pero con sensibilidad por el arte
mudéjar, del que la provincia es la primera en el mundo y de historias y
leyendas, en que interviene el Cid Campeador. Es vecina de Valencia, donde el
clima se hace productivo, como se ve cuando uno baja en automóvil desde Teruel
a Sagunto, en cuyas cunetas de la carretera se ve el cambio de la dura
vegetación turolense por la proliferación de plantas y de flores.
Quizá los componentes de esa
familia vieron el cambio de la vida austera por una vida más llevadera, como el
cambio de las vidas de los hombres en este mundo, donde es frecuente que la
gente prefiera el gozo corporal, que termina siempre en el dolor corporal y en
la muerte y entonces Dios hace que los humanos se conviertan en habitantes de la Gloria, pero ellos prefirieron la vida
religiosa más austera.
Y una de las hermanas estaba en
Roma, desde donde el Papa viaja por el mundo, para que los hijos de Dios
recuerden el camino que los conducirá a la vida eterna. Y ella, imitando al
Papa, marchó a Ruanda, donde está trabajando por sus hermanos más pobres. El hermano, que ayer murió, para celebrar en
el cielo la noche de San Juan, igual que aquí en Cillas, miles de peregrinos
rezan y piden al Señor por la salud de los cuerpos y por el fin glorioso de
esos cuerpos. Seguramente que cuando, siendo niño, escuchaba en el viejo convento de los Camelitas, que
estuvieron en su pueblo Gea de Albarracín,
la Salve que todo el pueblo cantaba a la Virgen y que así decía :Salve
Regina, “Mater misericordiae, vita , dulcedo,spes nostra ,¡Salve!”, sentiría el llamamiento de la Virgen , a la que veía como vida
,dulzura y esperanza suya y nuestra.
Y el hermano difunto, agradeció
al Señor el haber recibido dones naturales y sobrenaturales y lo mismo en
España que en América se dedicó a devolverle con sus labores misioneras los
favores que le había dado.
No hay que sentir su muerte
porque sigue viviendo en la gloria de Dios, pues él, cuando vivía, rezaba esta
oración: “Tomad, Señor y recibid, toda mi libertad, mi memoria, mi
entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer; Vos me los disteis, a
Vos Señor lo torno; todo es vuestro;
disponed de todo a vuestra voluntad.
Dadme vuestro amor y gracia que esto me basta”.
¡Hermana de San Miguel, donde
gozáis de la alegría divina, aunque sea mezclada con lágrimas por un recuerdo
tan humano como el de vuestro hermano, cuya nueva vida os aumentará la dicha
que sentís en vuestro corazón, rezad no sé si por él, porque no lo necesita,
sino por vuestro cuerpo y por
vuestra alma, por los de las hermanas
con las que convivís en el convento y la de todos los seres humanos y si es
posible, acordaos de este pobre pecador!. ¡Salve Regina, Mater
misericordiae!.
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