Ramón J. Sender es
el escritor aragonés, que mejor recoge el amor y la reverencia a aquellos
pueblos, ya desaparecidos o actualmente en vías de desaparición. Las
impresiones que de su contemplación recibe, nos hacen recordar las nuestras, como
por ejemplo, aquellas que recibimos al ver aquella pequeña calle, empedrada, no
se sabe si en tiempos de los romanos o
en la Edad Media. De los romanos se encuentran todavía las piedras, que cubrían
la Vía, allá por el desaparecido pueblo
de Sexto; igualmente se pueden admirar trozos de murallas medievales, la base
del Torreón del Castillo o la tumba excavada en una piedra, con la forma del
cuerpo humano. Estas impresiones nos hacen reflexionar sobre los problemas
inter raciales, sociales, políticos y religiosos, que entran a formar parte en
la vida de los hombres. Ahora vemos como los moros vuelven a vivir entre
nosotros, como vivieron en Siétamo, en Ola o en Olivito, hasta el año 1613.
Sender hizo el Servicio Militar en el Rif y experimentó la personalidad de los
tuaregs. Escribe en su libro “Monte Odina”: ”Un tuareg. Más tarde conocí otros
y me familiaricé con alguno de ellos. No
son árabes… La plebe tuareg se llama a sí misma berberisca y habla selha”. Identifica
a los berberiscos con los íberos y llegó” a la conclusión de que los habitantes de las
montañas españolas- Pirineos, sierras de Albarracín, Alpujarras-son muy
parecidos a los tuareg. Las mujeres ansotanas,
por ejemplo, se peinan como ellas. A Sender siempre le pareció el
Castillo de Siétamo una fortaleza árabe o berberisca. Y dice que su señor, que
por cierto era mi abuelo Don Manuel Almudévar Vallés, allá por el año 1920 “era
modelo y ejemplo estupendo de caid o sheik con su pálida cara ovalada, su barba
tuareg, su tez de camellero del desierto y sus anchos y hondos ojos sombríos,
en cuya fijeza había sugestiones misteriosas y ancestrales”. Don Ricardo del Arco, cita la
antigüedad de este catillo-palacio en el siglo XIII y Sender dice que “una
mirada al exterior del castillo-casa de labor, basta para ver que la relación
entre el castillo y el pueblo es la de los burgos castrenses”. Es fácil
comprender que el castillo ha sido anterior a la aldea. Quizá los árabes
encontraron los restos de un castro romano y allí instalaron una fortaleza. La
historia antigua es difícil de reconstruir, pero la moderna está llena de
confusiones. Yo siendo un niño iba al castillo con mi tío José María a ver los nidos
de palomas que estaban en la parte alta. Pero Sender escribe, confirmando la
confusión de la Historia:”En Quicena nace el sol,-En Montearagón la luna…” y en la mente de la gente, giran el sol y la
luna; “todo el pueblo tenía un aire de
dependencia del castillo”. A Sender le informaron el alemán Gustavo Regler y el
inglés Ralph Bates, que por correspondencia le “dijeron que Siétamo quedó
totalmente destruido”. Pero Sender no veía las cosas claras desde los Estados
Unidos y como él mismo escribe: “no puedo creer que el castillo-palacio de los
Abarca de Bolea, se dejara arrasar fácilmente, porque los cañones de Huesca
eran gruesos morteros que disparaban granadas rompedoras de gran calibre”. Pero
eran morteros. Ya lo sospechaba Sender, porque en el día de hoy, se ve que los
cañonazos venían del Este, como se puede comprobar al mirar las paredes de casa
Santolaria, al lado del castillo y en las casas de la Plaza Mayor, íntegras por
el Oeste y acribilladas por el Este.
Pero Ramón j.
Sender, decía del castillo-palacio:”Es uno de los que me hubiera gustado
habitar” y como yo, con mis recuerdos de niño, nos acordamos de aquella frase, que
escribió:”Tengo en los picos de Aneto-La luna y las Tres Sorores,-En Huesca las
añoranzas –Y en Siétamo los amores”. Esta copla la cantaban, como dice Sender “por las calles de Siétamo,
las noches de ronda”, cuando llegaban las Fiestas Patronales.
“Tenemos en Aragón
tres cuartas partes de substancia beriber, y los que no la tienen son como
dicen en el Somontano, unos poca substancia” y de la poca substancia que causó
el origen de la Guerra “el castillo tuvo mala suerte. Incendios, saqueos,
abandono”.
El Castillo
–Palacio era del Conde de Aranda, Don Pedro Abarca de Bolea y el año 1865, Don
Manuel Almudévar y Cavero compra a Don Manuel Gavín y Betrán, que a su vez
compró el año 1861 al Excelentísimo Señor Duque de Hijar, Conde de Aranda, la
finca denominada Palacio, ante el Notario Don Sebastián Ferrer, vecino de
Barluenga, el 25-2-1865. Por allí pasaron las sucesivas Fiestas y Guerras por
la Villa de Siétamo, ”país refractario al cambio, porque todos los cambios han
sido en su Historia acompañados de
violencia y de sangre”. No hubo en toda su historia ningún cambio, hasta que
después de la Guerra Civil, el Gobernador, requirió a mi padre para que le
vendiera al Servicio Nacional del Trigo un edificio, levantado en el terreno de
mi padre, sin autorización y un solar.
En las Escritura antiguas, limitaba el Palacio por el Norte con casa de Tomás Santolaria y Calle Baja y en la Escritura que
se firmó para vender un edificio y solar al Servicio Nacional del Trigo, pone
que limita al Norte con Vía Pública y Terreno del Vendedor.
En su libro “Monte
Odina”, habla Sender de aquellos recuerdos y escribe.”Todas estas consideraciones
me dejan incómodo y deprimido. La atmósfera política es siempre maloliente
sobre todo cuando huele a sangre. Es lo que pasó en Rusia y en “Siétamo”, desde
1936 a 1939”. Los miembros de las milicias de distinta índole destruyeron el
Palacio del Conde Aranda, por ser Conde y los nacionales lo arrasaron por ser
masón. Pero Ramón J. Sender, veía la solución de los problemas humanos en la
poesía, pues escribe:”También a mí me gusta San Juan de la Cruz más que ningún
otro poeta español, pero mi misterio está más cerca porque creo que en mi casa
está Dios también”. Y Sender se comunicaba con el Señor por medio de aquel
niño, del que decían se lo había llevado el cometa Halley el año 1909 y que
“por la galaxia lechosa-cuajada de eternidades-va el cometa con la rosa-que
anuncia calamidades”. Igual que Sender se comunicaba con Dios por medio del
“mesache” Froilán, montado en el cometa, los sietamenses se comunican por medio
de San Pedro Mártir, que está en el Altar Mayor de la Iglesia de Siétamo.
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