A Martín lo conozco porque todos
los días viene a Siétamo, donde desempeña la función de Cartero. Es un joven
simpático, con el que da gusto conversar y más cuando me dijo que era
Colombófilo. Al darme cuenta de su trato con las Palomas Mensajeras, le
interrogué sobre la vida de esas aves “benéficas de la Humanidad” y me contestó
con rapidez, pues al día siguiente de
irse a Huesca, volvió a Siétamo, con siete Palomas, que soltó antes de regresar él a Huesca. Es que se
trataba de un “Cartero Mensajero”, como él mismo se sentía un transmisor de
noticias, como lo son las Palomas Mensajeras. Las soltó todas, es decir las siete palomas en la
Plaza Mayor de Siétamo, y les dijo: “hasta luego”. Volaron por encima de dicha
Plaza, se fijaron en los detalles de la Naturaleza, con el fin de conocer distintas
partes de nuestro mapa geográfico, como también era suyo, ese mapa de su regreso a Huesca. Marchó con su coche, saludando a las palomas, con
su mano derecha a través de la ventanilla. Yo me quedé preocupado, paro
Martín, sonriendo, me dijo: no se preocupe, porque dentro de
unos momentos, me encontraré con ellas
en Huesca.
Cuando el martes, día 10 del mes
de Octubre, llegó a Siétamo, en una caja-jaula,
a la que los colombófilos denominan “el
transportín”, traía siete palomas mensajeras, todas iguales de forma, pero de
distinto color, ya que unas eran “rodadas” en gris y las otras eran de color
“bayo”. No habían comido todavía, cuando llegaron a Siétamo, pero supongo que
aumentaría su apetito al volar por el cielo de Siétamo.
¡Qué placer sentirían las palomas
mensajeras al observar desde las alturas el cielo de Siétamo y explorarlo!.
Pero no todo es dicha en esta vida, porque en algunos casos, si por allí cerca
existen, por ejemplo azores o halcones, persiguen a las palomas. Con sus garras
hacen diversas lesiones en el cuerpo de las palomas, unas veces les rasgan la
piel de su cabeza o de su cuerpo, pero ellas, a pesar de su gravedad, logran escapar y llegar a su refugio. Pero por
desgracia hay días en que muere alguna de las palomas heridas. Me dice Martín,
que él está provisto de Yodo u otros medicamentos, acompañados por la aguja y
el hilo, para las ocasiones en que ve que es necesaria la costura de sus heridas.
Con estos pensamientos, las mira
y parece que les dice: “Vuela, vuela, palomita, vuela, vuela al palomar. No te
vayas tan solita, palomita, que te quiero acompañar”. Si, da la sensación de
que las quiere acompañar, porque tan pronto las palomas cesan de dar vueltas
por el cielo, como él no puede volar, se sube en su coche y se dirige al mismo
punto de la capital oscense, en el que se volverán a encontrar. Entonces las
mirará para ver si tienen algún daño en sus cuerpos volanderos, para utilizar
el Yodo, la aguja y el hilo, para devolver a las palomas su salud, su belleza y
su energía. Es que no puede dejar de acompañarlas, aunque no pueda volar como
ellas, idea con la que sueña, no por alcanzar su placer, sino por identificarse
con ellas, incluso en su vuelo.
Cuando nos enseñó la salida de
las palomas mensajeras de su “transportín”, éstas saltaron a las alturas de la
Plaza Mayor de Siétamo y producían la sensación de felicidad, que nos transmitían
a los espectadores de este vuelo. Todas las mensajeras, unidas en vuelo
colectivo, daban vueltas y más vueltas por encima de la Plaza y cada una que
daban, por haber alcanzado más altura,
observaban circunstancias que les aclaraban la ruta por la que tendrían que
volver, hacia Huesca.
La madre de Martín Pena Gracia,
en el palomar de Huesca, está siempre esperándolo a él y a las Palomas
Mensajeras y siempre piensa: ”volad, volad, Palomitas, porque os quiero
acompañar. No os vayáis lejos de mí”.
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