viernes, 20 de octubre de 2017

Papirroy aragonés


La palabra Papirroy es aragonesa y yo la aprendí cuando era un niño inocente. Yo no sabía que aparte de su significado aragonés, en castellano, se le llamaba petirrojo, que es equivalente al nombre aragonés. En mi niñez, gozaba, con frecuencia, en contemplar a ese petirrojo, qué con su imagen redondeada, con una cabeza desarrollada, rematada en un pico fino, con un pecho colorado. Era muy fácil observarlo, cuando daba cortos saltos para ir a comer algún gusano entre las hojas pardas, en fase de descomposición, o para tragarse alguna miga de pan, que le dábamos o para picar insectos o algún fruto de las plantas, que por ahí se desarrollaban.
Este pajarito forma pareja con otro petirrojo, pero se suele quedar sólo el resto del tiempo, en el que cultiva su amistad con las personas, que lo admiran y le proporcionan alimentos. El último petirrojo que he conocido, estaba en el Parque de Huesca y me miraba, como aquel que espera recibir alguna laminería, de mis manos. Al mismo tiempo que parecía que me estaba pidiendo “lamines, daba pasitos cerca de mí, buscando la amistad conmigo, en lugar de procurar escaparse de mi persona. Este pajarito vive parte de su vida emparejado en el Altoaragón y cuando está libre de los hilos del amor, hace amistad con los hombres del campo. Este petirrojo, en estos momentos, ya  está a punto de desaparecer de este Somontano, como sucedió en Europa, cuando los escarabajos atacaban las cosechas, pero al cesar esos envenenamientos, los petirrojos han recuperado su proliferación poco a poco. Los hay emigrantes, como los petirrojos que hacen sus nidos en los bosques del Norte de Rusia y de los países escandinavos, pero en el Sur, son sedentarios y buscan su vida en el Atlántico y en las arboledas mediterráneas.
Yo recuerdo la última vez que nos encontramos con un petirrojo o papirroy en la arboleda del Parque de Huesca. El papirroy con sus pequeños saltos me miraba, como si quisiera saludarme, al tiempo que parecía pedirme algún alimento. Yo me sentí triste por no podérselo dar, pero al fin cesó nuestra conversación muda, pero cariñosa.
El petirrojo siguió buscando sus alimentos y esperando que algún ser humano se los proporcionara.

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