miércoles, 22 de noviembre de 2017

Ni morir en paz dejan



En Portugal no se hacen certificados de defunción a causa de una huelga de médicos. ¡Qué tragedia!. No dejan vivir ni a los muertos, o más bien no dejan morir a los vivos. El poder de la burocracia se ha endiosado, o más bien ha endiosado el papel, cuando todos sabemos, que esta celulósica lámina, es casi unánimemente empleada para limpiarse partes pudendas.
No sé si los huelguistas quieren subir el precio de los certificados de defunción. Si es eso lo que pretenden, el pueblo que intuía que eso era un sacaperras, transformará esa intuición en certeza. Se darán cuenta de que la falta del papelico, no vuelve a los difuntos a la vida, ya que no hablan, y que están rígidos, fríos, del color del papel de que carecen, y que luego empiezan a oler. Hace muchos años, una peste asoló Lisboa y murieron muchos de sus habitantes. Entonces no hacía falta, para enterrar  a uno, papel acreditativo de la defunción, ni papel moneda porque ésta era de metal. Así como el que no tenía padrinos no se bautizaba, el que no tenía moneda no era enterrado. Las familias, como no podían tener a sus deudos difuntos en casa, los sacaban a la calle y ponían platillos delante del cadáver. Estos platillos tenían la misión de recoger limosnas, hasta que se alcanzase la suficiente cantidad de dinero para pagar la tarifa del entierro. El que era caritativo iba practicando a destajo la obra de misericordia de enterrar a los muertos. El que no lo era, iba echando dinero para sacudirse los muertos de delante. Alguna vez se da el extraño caso de que un cadáver, digo oficial porque posee certificado con su póliza y todo, se levanta de su ataúd, ante el pasmo de las plañideras  que lo rodean. Algunas tornan sus llantos en risas, pero otras aumentan su caudal lacrimoso. Ignoro si algún supuesto cadáver ha corrido a casa del que le expidió el certificado, para darle la devolución de su importe, y para que se haga cargo de los inútiles y fúnebres gastos que le ha originado.

En antiguas civilizaciones, amantes de la Naturaleza, depositaban los muertos en una meseta a la que acudían los buitres y alimoches y ejercían de policías sanitarios. Aquellos portugueses pobres y rapiñados en vida, tendrían el consuelo de integrarse en aves rapiñadoras, con lo que conseguían una revancha de las múltiples humillaciones sufridas en su vida y en su muerte. Descansen en paz.

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