Este señor, apellidado Périz,
nació en Bolea, en su casa, llamada Casa Périz. Su padre era miembro de Casa
Lample de Bolea y su madre tenía su origen en Sierra de Luna, pueblo por el que
se pasa al otro lado del Gállego, yendo hacia Navarra.
En Bolea vive y vivió en la Calle
de la Fuente, en el número 11 y esta casa natal está junto a la conocida Casa
de Garcés. En esta Casa de Garcés, conocía a dos amos, cuando yo ejercía de
Veterinario en la noble Villa de Bolea. Uno de ellos se llamaba Jesús y el otro
Félix. Jesús estaba casado y era el “dueño mayor de la casa”. Yo, con 29 años
estaba de Veterinario en Bolea y tenía una gran amistad con sus dueños. Una
hermana de Garcés se casó con un Guardia Civil, cuya amistad
conmigo duró varios años, pues un día pasó sobre su moto por el pueblo de
Siétamo, y se paró en la carretera para saludarme. Tengo un recuerdo de la calle
de la Fuente, que además de recibir
sus aguas, se exhibía una antigua
iglesia, muy cercana a las casas de Garcés y de Périz.
Yo, cuando ejercía mi profesión
en Bolea, no recuerdo haber estado
en
casa Périz, pero hoy día 16 de Noviembre de este año de 2.018, me he
encontrado en Huesca con el señor Víctor Périz y Pérez, habiendo llegado a
cumplir yo mismo ochenta y ocho años de edad. Yo, ya tengo una edad, que se
está saliendo de la vida humana en este mundo. Pero los recuerdos que la vida que
me ha dejado de aquellos pueblos, como Bolea, me hacen despedir de esta vida
humana, con cariño. Sí, yo estuve de Veterinario en Bolea cuando tenía
veintinueve años y hoy, en que me he encontrado en Huesca con el señor Víctor
Périz y Pérez, me encuentro cargado de años, pues he cumplido
ochenta y ocho.
Le he acompañado a la Oficina de
Forestales para rellenar un impreso, en que se pide la petición de que le concedieran el favor
de poder quemar los restos de una poda de árboles.
Se ha quedado Víctor muy satisfecho
de reconocerme y le he acompañado al Gran Chalet, donde trabajan los
Forestales. Quería Víctor pedir un permiso para hacer desaparecer unos restos
de matorral y le he acompañado a dicha Oficina.
Le han entregado el permiso de
dar fuego a esos restos forestales y al marchar me ha contado Víctor sus
experiencias recibidas en el Servicio Militar. Ahora ya no existe un Servicio
Militar Obligatorio, pero Víctor me ha confesado que guarda una gran
experiencia de dicho Servicio. Ahora ya no existe Servicio Militar Obligatorio,
pero Víctor me ha confesado, que él guarda una gran experiencia del mismo.
Las enseñanzas que recibió
Víctor, fueron unas grandes experiencias, que le han sido útiles para toda su
vida. Le enseñaron lo que debía respetar de la Sociedad y cumplir el deber de
sus obligaciones ciudadanas.
Su comportamiento se lo enseñaron
en el Cuartel con gran educación, que le inclinó a cumplirlo con la misma educación y exacto cumplimiento.
Cuando Víctor tenía necesidad de
comunicar algo a sus superiores, se dirigía a su oficina y llamaba con los
nudillos de su mano derecha y con la izquierda cogía el picaporte para abrirlo.
Cuando le daban permiso para entrar en la oficina del Oficial, abría la puerta,
la empujaba y entraba dentro. Al entrar decía: ¿da usted su permiso, mi capitán?.
Y al
recibirlo decía, mirando frente a
frente con los dos brazos en posición de firmes: ¿da usted su permiso para
entrar?. Al recibir el si, le comunicaba lo que le habían mandado y al acabar,
inclinaba su cabeza, como haciendo un gesto de despedida y exclamaba: ¡A sus
órdenes, mi capitán!.
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