La aljama |
Cuando, en algunas
ocasiones, veo por las calles del pueblo pasar unas personas que lo miran todo,
pero se les nota como acosados, pienso que son originarios de allí o de ayer.
Raras veces me equivoco. Trato de aproximarme a ellas y cuando se ven acogidas,
se abren y me hablan de su antigua casa desaparecida y de sus abuelos. Casi
siempre tengo referencias de ellos y al contárselas, esa apariencia de acosados se transforma en satisfacción
y se van contentos del pueblo de sus antepasados. Otros no se atrevan a
regresar y mueren con la nostalgia de un pueblo de origen y con la amargura de
ser desconocidos en la tierra de sus antepasados.
A unos argentinos les enseñé una fotografía de
su madre, que saqué de un viejo álbum y les saltaron las lágrimas. Hay otros
emigrantes que se fueron de España hace quinientos años y sus descendientes
conservan la nostalgia de nuestra tierra. Algunos se han atrevido a venir a
visitar los pueblos de origen y en Fraga concretamente se han presentado
sefarditas a conocer personas de su mismo apellido, a las que se declararon
parientes. Otros no se han decidido a visitar la tierra que todavía consideran
como su patria, a pesar de que algunos conservan la llave del hogar que
abandonaron sus ancestros. Sería triste recorrer unas calles de las que ya ha
desaparecido su casa; encontrarían en Barrio Nuevo (antigua Judería) unas
gentes, que quedarían extrañadas al escuchar su arcaico castellano; se
encontrarían como fantasmas o como
espíritus que retornan a visitar aquellos parajes que recorrían en vida.
Yo conocí un sefardita que huía de la guerra
europea, sabía hablar once lenguas y era una delicia escucharle su dulce
castellano. Parecía un español del siglo XVI que entonces se quedara dormido y
despertase en el siglo XX. Le dimos comida y ropa, pero no trabajo para dar clases
de lenguas, que era lo que pedía. Hizo un paquete con el donativo y para
atarlo pidió una “cuerdillita”. ¡Cuantas palabras como esa podríamos aprender de esas gentes si tuviéramos
contacto con ellas!. También sería interesante leer las obras de los sefarditas
en otras lenguas ajenas; el castellano lo reservan para la nostalgia. Así
ocurre con el último premio Nobel de Literatura, Canetti. Su apellido procede
de Cañete, en Cuenca, y es fácil explicarse la
transformación de Cañete en
Canetti, entre otras razones porque la
tilde de la ñ no existe en otras lenguas. Ha reconocido su deseo, muchas veces
reprimido, de volver a España. Ahora que ha alcanzado la gloria literaria, tal
vez sea invitado a visitar Cañete y vuelva a encontrar personas de su misma
estirpe, pero es triste que con la masa de sefarditas, que todavía
conservan nuestra lengua, no mantengamos ninguna relación humana y cultural.
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