miércoles, 6 de marzo de 2019

Abubilla o puput.-




Yo  tuve  un  purpute  o  porput  como llamábamos en mi pueblo aragonés de Siétamo, a las abubillas. Eran unas avecillas de tamaño semejante a las picarazas o urracas, pero de una elegancia muy superior. Yo a los cinco años convivía en Siétamo, antes de la Guerra Civil con mi vecino Rafael de Casa Lasierra, que me explicaba la vida  de  las  abubillas  o  purputes, como a él le había contado su hermano mayor José, que explicaba que esas hermosas y cantarinas abubillas, no eran aves emigrantes, sino que en invierno se escondían entre las piedras con qué levantaban  los dueños de los huertos y de las eras, para pasar el invierno. Este dato me obligaba a admirar mucho a los  purputes,  ignorando su paso por su escasa vida. Rafael no llamaba abubillas a esas aves tan elegantes y simpátidas , sino que las citaba como putpus  o purputes. Es que mi amigo y compañero de la vida, en aquellos tiempos hablaba en “fabla argonesa” y usó toda su vida,  hasta que tuvo ochenta años, en aragonés. Usaba en su conversación los artículos “o” y “a”, que usaban todos los niños en aquel entonces, convivían y como allí se unían niños de varias zonas de debajo del Pirineo, también los había que usaban como tales artículos. Efectivamente en Siétamo se usaban los artículos “o” y “a”, pero algunos los cambiaban por otros artículos, como “ro” u “ras” y otros usaban los artículos castellanos.
Mi amigo y compañero Rafael Bruis hablaba en aragonés y a las abubillas las denominaba como purputes. En Aragón eran muchas las palabras comunes con el catalán, pero en aquella época en que se llegó a castigar a muchos niños por expresarse con palabras no castellanas, ya se confunde uno con saber cual sería la auténtica palabra aragonesa.
Pero Rafael era amante de aquellos elegantes purputes, tanto que cazaba alguno de ellos cuando tenía ocasión. Se veía encantado al oír aquel put-put tan sonoro y tan solemne en aquellos tiempos veraniegos y crecía su admiración al contemplar alguno de ellos, cuando subido en una pared de piedras, lanzaba su canto al aire de put-put, con su cresta elevada. Conseguido un put-put y viendo mi deso enorme de poseer tal animal, me lo ofreció a mí a cambio de un espejo luminoso que ,de propaganda, me habían regalado a mí los dueños de una Farmacia de Guarda, como la de Llanas. Me aceptó en seguida el cambio del espejo de belleza biológica de bellos colores y canto, que se oía por la naturaleza, por el alegre espejo de propaganda comercial, que donaban los farmacéuticos a sus clientes. Yo creo que eran más eficaces para encontrar la salud de los enfermos, la viva belleza biológica y su contacto sonoro con la alta naturaleza, que el brillo del cristal del espejo.
Yo me apoderé rápidamente del put-put y para que no se enterara nadie de mi familia de mi cambio comercial, lo encerré en un armario de la recocina de mi casa.
¡Cual sería mi disgusto al ver que no comía las migas de pan que yo le daba y que estaba perdiendo su bello aspecto.
Luego me encontré a la pobre abubilla, que se murió y yo me quedé triste de ver mi torpeza para para dar vida a tan bello y sonoro pájaro.
Ahora que ya no se ven ni escuchan en el monte de Siétamo, esas hermosas avecillas, me encuentro con mi dolor aumentado y veo el medio que rodea a dicho monte, más triste que el antiguo, que me hacía vivir con ilusión.      

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