Yo tuve un
purpute o porput
como llamábamos en mi pueblo aragonés de
Siétamo, a las abubillas. Eran unas avecillas de tamaño semejante a las
picarazas o urracas, pero de una elegancia muy superior. Yo a los cinco años
convivía en Siétamo, antes de la Guerra Civil con mi vecino Rafael de Casa
Lasierra, que me explicaba la vida de
las abubillas o purputes,
como a él le había contado su hermano mayor José, que explicaba que esas
hermosas y cantarinas abubillas, no eran aves emigrantes, sino que en invierno
se escondían entre las piedras con qué levantaban los dueños de los huertos y de las eras, para
pasar el invierno. Este dato me obligaba a admirar mucho a los purputes,
ignorando su paso por su escasa vida. Rafael no llamaba abubillas a esas
aves tan elegantes y simpátidas , sino que las citaba como putpus o purputes. Es que mi amigo y compañero de la
vida, en aquellos tiempos hablaba en “fabla argonesa” y usó toda su vida, hasta que tuvo ochenta años, en aragonés.
Usaba en su conversación los artículos “o” y “a”, que usaban todos los niños en
aquel entonces, convivían y como allí se unían niños de varias zonas de debajo
del Pirineo, también los había que usaban como tales artículos. Efectivamente
en Siétamo se usaban los artículos “o” y “a”, pero algunos los cambiaban por
otros artículos, como “ro” u “ras” y otros usaban los artículos castellanos.
Mi amigo y compañero Rafael Bruis
hablaba en aragonés y a las abubillas las denominaba como purputes. En Aragón
eran muchas las palabras comunes con el catalán, pero en aquella época en que
se llegó a castigar a muchos niños por expresarse con palabras no castellanas,
ya se confunde uno con saber cual sería la auténtica palabra aragonesa.
Pero Rafael era amante de
aquellos elegantes purputes, tanto que cazaba alguno de ellos cuando tenía
ocasión. Se veía encantado al oír aquel put-put tan sonoro y tan solemne en
aquellos tiempos veraniegos y crecía su admiración al contemplar alguno de
ellos, cuando subido en una pared de piedras, lanzaba su canto al aire de
put-put, con su cresta elevada. Conseguido un put-put y viendo mi deso enorme
de poseer tal animal, me lo ofreció a mí a cambio de un espejo luminoso que ,de
propaganda, me habían regalado a mí los dueños de una Farmacia de Guarda, como
la de Llanas. Me aceptó en seguida el cambio del espejo de belleza biológica de
bellos colores y canto, que se oía por la naturaleza, por el alegre espejo de
propaganda comercial, que donaban los farmacéuticos a sus clientes. Yo creo que
eran más eficaces para encontrar la salud de los enfermos, la viva belleza
biológica y su contacto sonoro con la alta naturaleza, que el brillo del
cristal del espejo.
Yo me apoderé rápidamente del put-put
y para que no se enterara nadie de mi familia de mi cambio comercial, lo
encerré en un armario de la recocina de mi casa.
¡Cual sería mi
disgusto al ver que no comía las migas de pan que yo le daba y que estaba
perdiendo su bello aspecto.
Luego me encontré
a la pobre abubilla, que se murió y yo me quedé triste de ver mi torpeza para
para dar vida a tan bello y sonoro pájaro.
Ahora que ya
no se ven ni escuchan en el monte de Siétamo, esas hermosas avecillas, me
encuentro con mi dolor aumentado y veo el medio que rodea a dicho monte, más
triste que el antiguo, que me hacía vivir con ilusión.
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