Gustavo Adolfo Becquer. |
Siempre ha sido la música una
evasión del espíritu, un huir, un ausentarse hacia los espacios. Pero además,
una forma de buscar lo transcendente y de hacer sentir a los oídos de los seres
humanos, los sentimientos que expresa esa pieza musical, cuyos sonidos se
ensanchan por el aire.
En estos días la presencia de la
muerte, a muchos los aterra, intentando algunos evadirse de su presencia y al
pueblo, lo congrega en los cementerios.
¡Oh, cuando los pueblos marchan
hacia su muerte, contemplando la muerte de muchos miembros que vivieron!. ¿A dónde van?. Caminan por la
vida en busca de luz y haciendo sonar música. Si son pueblos negros, van
cantando cantos “spirituals”, que tienen en su interior una lumbre, que tornan
bella la negrura de sus cutis. Si se trata de latinos, cantan canciones, cantan
misereres y Dies ira-Dies illae y ¿cómo no?, encendiendo “cerilletas” y
candeletas. Su problema es encontrar el instrumento musical que nos ilumine el
espíritu.
Bécquer decía en la poesía de la Niña Muerta:
“Ante aquel contraste de luz y tinieblas, medité un momento : ¡Dios mío, qué
sólos se quedan los muertos!”.
Voltaire, cuando estaba en trance
de muerte, gritó : ¡luz, màs luz!. No es preciso dramatizar, porque tal, lo único que quería era una luz más racional.
Pero, ¿por qué el pueblo busca un
contraste, entre la muerte y la luz y las lucetas?. Pero yo creo que tal vez
sea porque ese pueblo cree que hay una luz, más allá de este mundo.
Los niños se introducen
rápidamente en los juegos relacionados con la muerte. Los muchachos más
atrevidos caminan por las noches hacia el cementerio, para ver las ´´lumbretas”
o fuegos fatuos y todos en unión, vacían calabazas de su materia interior y
tallan sus cortezas con aguieros que recuerdan los ojos y unos dientes que
representan la boca. Preparada la calavera, encienden dentro de ella una vela y
la colocan en lo alto de una fuente, para asustar a las mujeres que van a por
agua.
Pasando por Novales vi, desde el
coche, una luz en medio de la carretera. Paré el coche y me di cuenta de que se
trataba de una calavera, de las que preparan los niños. Me la llevé. La habían
colocado el hijo de Valeriano y de sus amigos.
Una australiana veía con
extrañeza la costumbre de alumbrar velas. Pero estos días de atrás otra
australiana, se ha prendido fuego con una tea, en protesta del materialismo de
la vida. ¡Contrastes que se dan en la vida!,
como mi joven amigo que no cree
en Dios y oye por la noches las voces de unos desconocidos. Este amigo mío no
cree que la palabras que escucha por la
noche sean de Dios, pero admite que tal vez sean de los duendes nocturnos, que
por las noches, salen por el espacio a gritar y a pronunciar sus palabras.
Algunos sienten terror ante la
muerte y Lord Byron trataba de combatirlo, bebiendo vino, en una calavera de muerto, en los claustros de un viejo monasterio.
Quería sacudirse el miedo, pero no veía luz. La gente de los pueblos, que desde
que son niños, encienden la luz, respetando a la muerte, no se aterran.
En los viejos cementerios
plantaba flores, que daban vida a los muertos o colocaban ramos de flores
naturales, de los huertos cultivados en los pueblos. Las flores son luminosas,
pero no me parece tan luminoso el tráfico que se organiza con las flores a
costas de la muerte. Unas veces son las flores de un día, que después se tornan secas y deprimentes, porque
hacen el fosal más deprimente que esperanzador.
Oh, cuando el pueblo se va
marchando hacia la muerte…Oh, cuando la gente se marcha hacia la …
¿Hacia donde?. Piensa, que una
cosa es que el pueblo marche hacia la… y otra que lo lleven hacia …
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