jueves, 4 de abril de 2019

La Guerra Civil todavía no se ha acabado en mi memoria.



No se ha acabado porque tengo ochenta y ocho años y la viví con mis padres y abuelas, mis tíos, mis hermanos y todos los que fueron vecinos nuestros. Sufríamos nosotros y veíamos sufrir a nuestros  vecinos,  en  Siétamo,  en Huesca, en Jaca y en  Ansó.
Yo me acuerdo de esa Guerra, en la que murieron, dicen que un millón de españoles y otros que huyeron de su Patria a Francia, a Méjico y otras naciones, multitudes humanas.  
Hoy, día  uno  de  Abril de 2.019, se cumplen ochenta años del fin de la Guerra Civil, de la que se está acabando la memoria de los españoles de recordarla, pero todavía no se ha acabado todavía su recuerdo en mi memoria y con más de ochenta y ocho años, en que todavía me encuentro, me acuerdo de la tristeza, que en mí y en todos los españoles, causó.   
Cuando estoy tomando un café en un velador del Bar, que se encuentra delante del Campo de Baloncesto, veo al otro lado el edifico Ayuntamiento de Siétamo, obra nueva que se levantó sobre   las   ruinas  de  varias casas ,y que enseña sus ventanas posteriores al Bar, desde el que las estoy contemplando  y al otro lado norteño se muestra la fachada de dicho Ayuntamiento.
Veo desde la silla en que estoy sentado el Campo de Baloncesto, en el que los jóvenes juegan a meter goles en los canastos y cuando no juegan los mayores, son los niños los que patinan por esa superficie de cemento. Y mis compañeros que están sentados en el velador, se sienten felices de ver a la niñez y a la juventud divertirse con sus juegos, pero yo, con mis ochenta y ocho años, parece que tengo un doble sistema ocular, pues no sólo veo hacer deporte a los jóvenes, sino que veo, como en sueños, aquel barrio que ocupaba la actual pista de baloncesto. Antes de la Guerra Civil, en su parte norteña, se alzaban las casas de la señora Juana, madre de mi querida señora Concha, la de mi amigo Puyuelo y la Confitería. Por el Este se encontraba el Cuartel de la Guardia Civil,  al 2lado de la noble casa de Cavero con su escudo pétreo. Al sur recuerdo la casa derribada del señor Jorge que era el barbero y practicante de Siétamo . Su casa estaba derribada por los cañonazos,  pero todavía después de la Guerra, se usaba una habitación como clínica y barbería. Y yo, sentado en el Bar me veo sentado en tan “esplendorosa clínica”, en la que el practicante Señor Jorge, con su blusa usada en aquellos tiempos, me cosía una ruptura de la piel de mi cabeza, producida por la caída de mi burra torda, subiendo de la fuente, a la que había llevado a beber.
Al lado de esta ruina usada como clínica y barbería, se encontraban otras ruinas, en las  que en una pared, derribada por los cañonazos sufridos en la Guerra, encontramos con mi compañero Rafael, una vieja pistola, que nos avisó de que antes de esta Guerra Civil, hubo otras carlistas-liberales u otras guerrillas particulares. No me acuerdo que destino le adjudicamos a aquella profética arma. Porque las calles adjuntas a estas ruinas estaban sembradas de balines, que se dispararon entre “rojos y blancos”, parece que para conquistar las ruinas del Palacio del Conde de Aranda. ¡Qué contraste se presentaba en mi cerebro al ver al mismo tiempo, el maldito paisaje entre el antiguo pueblo viviente y levantado hoy sobre las  ruinas  del  mismo,  que se me representaban al mismo tiempo en mi imaginación  y en la retina de mis ojos!.g
En   aquella   Calle   Baja,  que  acaba  actualmente  en las ruinas del Palacio del Conde de Aranda y Barón de Siétamo, estaba el suelo de la misma forma que si hubieran descargado millones de tiros, que dejaron el suelo cubierto de balines de los fusiles, que disparaban por un lado los “rojos” y desde el Palacio, los “blancos”. Acabada la Guerra, allí acudíamos mis compañeros, Rafael, cuyo padre fue fusilado, durante la Guerra, Antoñito del Herrero,  Godé, Ferrando, que perdió varios dedos de su mano derecha, jugando con aquellos mortíferos objetos. Siempre  acudía   algún  individuo  a contemplar ese triste espectáculo. Efectivamente, porque me lo contó  mi  doble  primo  Vallés Almudévar de Fañanás,  que acudió a Siétamo, desde dicho pueblo, donde acababan de fusilar a su madre y a su hermano de unos dieciséis años de edad. Con su mente desesperada, subió desde Fañanás  a Siétamo para ver si encontraba algún pariente de Casa Almudévar.  Caminaba en su soledad, buscando algún pariente suyo, pero sólo encontró los cadáveres de los milicianos, en el camino, que se habían convertido en alimento para los cuervos. Aquella soledad de su alma, le hizo al acabar la ilusión por esta vida material y cuando acabó la Guerra, se hizo sacerdote.
Era aquella Guerra una lucha civil, en que tomaron parte todas las “filosofías materialistas de la Tierra”. Y el pueblo se sublevó contra la Sociedad y cada individuo aplicaba la justicia general de los Republicanos que a él le dominaba con los fusilamientos o crímenes de su madre y de su hermano. En tanto los soldados de una y otra  idea,  luchaban  en  el  frente, y la población civil, quería solucionar todos sus problemas vitales y apoyándose cada uno en resolverlos, algunos políticos, trataban de resolver sus situaciones vitales y económicas. En el frente, como escribe Jesús Vallés Almudévar, se veían los cadáveres de los soldados y milicianos, y en los pueblos los herederos del caciquismo antiguo, seguían practicándolo, antiguamente con la Horca y en el 36 con el fusil.
Un día había un camión en la puerta de Casa  Almudévar,  que  habían  convertido  en Cuartel y empezaron a cargarlo de jóvenes y niños y niñas, para llevarlos a Barbastro. Sus padres habían huido de la “zona roja” y los conducían a Barbastro, para llevarlos a Rusia. Estaban esperando que los subieran al camión y ya habían comenzado a hacerlo, pero un militar republicano de estatura pequeña, del que Joaquina se  acuerda  que  era  de  esa  baja estatura, ya que casi arrastraba por el suelo la punta de su espada, debía de tener un corazón amante de la Patria Española. Me dice la señora Joaquina que su corazón no admitía el destierro de su Patria y ordenó que no siguieran subiendo aquellos jóvenes y que bajaran al resto.  Esta orden la dio cuando   le   contestaron  a  su  pregunta  de  dónde  querían llevar a esos niños y niñas, que tenían como destino la Gran Rusia Soviética. Ese portador de su espada era el representante de España y no estaba de acuerdo con las disposiciones inspiradas por Rusia, que le importaba más  su  dominio mundial, por medio del comunismo.
 La memoria de la señora Joaquina, me dio conocimiento de los nombres de muchos de esos jóvenes españoles, a los que querían desterrarlos de su Patria a la fría y lejana Rusia.
Me ha recordado muchos, entonces niños y niñas, como Rafael de Gaspar y sobre todo a Joaquina Larraz,  que  me ha nombrado a muchos de estos niños, que  querían  expulsar de nuestra Patria y que yo he visto con frecuencia, a sus hermanos Carmen y Antonio. También a sus vecinos de  calle  los  Lobateras;  a los hijos del Herrero de la Calle Alta y a un enorme grupo de hijos de Siétamo, sierra de de cuyos nombres ya no me acuerdo. 
El camión se hubiera llenado de niños, con todos los que querían llevar a Barbastro, de donde los llevarían como “gente libre a Rusia”.
El ambiente de Siétamo era horrible, pues sus edificios se estaban convirtiendo en ruinas, el de los niños querían hacerlo desaparecer y algunos que se estaban encontrando en dueños del ambiente, se pusieron a fusilar en la pared de la huerta a  un señor de Fañanás, pariente defrancia una Maestra de la Escuela de Siétamo y unos de Siétamo, cuya casa tienen todavía su dueño e Siétamo, mataron en Los Molinos de Sipán a varios trabajadores , que allí vivían.
¡Qué recuerdos tan tristes se provocan en la mente cuando pasas por esa carretera camino de la  Sierra de Guara!. Todavía viven en Huesca un “peletero”, que se acuerda de aquellos vecinos suyos y que me encuentro en la Ermita de la Virgen, a la que va con frecuencia.
Yo he buscado por encima del río Guatizalema, los restos de un cura recién ordenado, y de un periodista madrileño que vino a ayudarme a buscar sus restos y no los encontramos. Me he enterado en fecha posterior de que el gobierno, se preocupó en eliminar la multitud de restos mortuorios en aquella zona.  
 En una revista de la Guerra Civil, sale un artículo en que cuando los milicianos estaban trtando de conquistar Siétamo, una Compañía de soldados gubernamentales, estaban sentados tomando el sol, en las orillas del río Guatizalema. Pasó por su lado un comisario y les abroncó por no luchar  por  la  conquista  del  pueblo  de  Siétamo. Eran dos cuerpos, uno militar y otro revolucionario y no se entendían. Pero aquella Guerra siguió luchando y se derramó mucha sangre española por los campos, pueblos y ciudades españolas. En el frente de Teruel murió mi joven primo de Siétamo Narbona y un pariente suyo de Huesca trajo su cadáver al cementerio de Huesca.
Ha tenido nuestra Guerra Civil muchos escritores sobre su historia. Uno de ellos fue el periodista sevillano, que fue fiel a la ´república y cuando la vio derrotada, marchó al exilio. En sus historias se ve la represión caciquil en Andalucía o la crueldad inhumana de las “Checas” en el Madrid Rojo.
La historia de la Guerra Cicivil  en España, atrajo la atención del Mundo, de tal manera que Ernest Hemingwuay, escribió “Por quién doblan las campanas”, que manifiesta el impacto internacional de la  Cruel Guerra Civil en España.

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