miércoles, 17 de abril de 2019

Semana Santa en Huesca.




Por los años trescientos cincuenta la monja Eteria, gallega y abadesa del Monasterio del Bierzo viajó a Tierra Santa, como ahora siguen haciendo numerosos oscenses, a alguno de los cuales oí hablar de si los autobuses que los llevaron al monte Sinaí ,eran judíos o jordanos. Debía tener Eteria grandes conocimientos bíblicos, ya que estuvo en el monte Sinaí,  igual que los oscenses actuales y en la tumba del paciente Job. Entonces llegaría a tales lugares andando o montada en algún asno o en algún camello. Eteria escribió un libro titulado Peregrinación a Tierra Santa y en él describe los ritos litúrgicos  con que celebraban en Jerusalén la muerte de Cristo, comentando que eran muy semejantes a los que se celebraban en su tierra gallega. En Huesca, por entonces la Osca romana, ocurriría lo mismo.
Don Ricardo del Arco dice que en el desfile del Santo Entierro aparecen Isaac, Abraham, Melquisedec, Moisés, Aarón y David, vestidos con magníficas ropas de época y el pintor oscense Hermano Martín Coronas  diseñó los vestidos de las Sibilas, esas jóvenes profetisas paganas. No se limita la esperanza en la llegada del Mesías al mundo judío, sino que en todas partes sentían la necesidad de algo nuevo. Me acuerdo del Oficio de Tinieblas, que empezaba el Miércoles Santo y uno se quedaba sorprendido de que al acabar, todo el mundo procuraba hacer ruido, golpeando los bancos y haciendo sonar “carraclas” y matracas. Dicen que hace años esas matracas y “carraclas” se hacían retumbar por las calles de Huesca. El gran maestro Arnal Cavero escribe: ”En la torre suena la matraca grande”,”es monótono y angustioso su canto, como si dentro de él vibrase un corazón, que dejase en lo hueco de cada vibración una gota de sangre y una gota de llanto”. De niños en Siétamo, el día de Jueves Santo, haciendo sonar las matracas, gritábamos: “A ver el Monumento que Cristo está dentro” y a  continuación ”el diablo de rodillas, a romperle las costillas”.
Antes estaba la imagen de tan de moda, que existían los imagineros, que nos dejaron  las imágenes del Ecce homo, tallado por Marqués o el Nazareno del escultor Orduna, en la procesión del Santo Entierro. Ahora que estamos en el mundo de la imagen, quieren hacerla desaparecer, como puede verse al contemplar cuadros en los que en lugar de imágenes hay figuras que uno no puede comprender. Otras veces se ven imágenes que nos llevan al consumismo materialista y otras tienen como fin convertir al hombre en objeto de producción sin alma. Pero todavía quedan multitud de personas, que, en Huesca, que acuden al Coso a contemplar los soldados romanos, montados en sus caballos  y a escuchar el choque de sus cascos  con el pavimento, que entonces  era de adoquines, saltaban chispas como también ocurría al golpear los romanos de a pie con las conteras de sus lanzas.
Hay que buscar el equilibrio del espíritu y de la materia y vemos como en la Semana Santa se bendice el agua, como se guardan en los balcones las ramas de los olivos y vemos llegar estos días a las golondrinas, que a Cristo le quitaron las dolorosas espinas que mortificaban su cabeza; contemplamos también a Cristo montado en un humilde asno. Y Jesús se va, pero se queda y se fue celebrando un ágape y se queda dejándonos el pan y el vino, pero a pesar de todo eso el hombre sigue matando, cuando tiene el recurso de beber la sangre en el cáliz, que él nos dejó y que tuvimos muchos años en Sanjuán de la Peña. 

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